Lo último que preví que pasaría al entrar a la casa de Fernando Chironi fue verlo matizando un par de éxitos menores de Luis Miguel. No solo bailaba, sentado en su estudio de grabación y edición, sino que también tarareaba parte de la letra al mismo tiempo que hablaba maravillas del Sol de México.
Con la cuasi chinga de cigarro que se esfumaba prendía otro, antes y después de que don Charles –Carlos, su padre, compañero de casa y mayor fan– nos sirviera café, un lujo necesario para una conversación que duraría más de cuatro horas.
Antes de entrar en materia, recordó aquellos meses en los que ambos trabajamos en la misma emisora de radio, mientras celebraba que aquella época de miseria no lo era más. No fue ni la primera ni la última vez.
Pocos mejores ejemplos de ello que Fernando, quien antes de regresar a su trabajo favorito tuvo que comer bastante mierda como locutor comercial, productor publicitario y hasta como parte de la producción de una campaña política para las pasadas elecciones.
Dicen que no hay mal que por bien no venga: fue uno de esos infiernos lo que lo llevó a las puertas de Radio U (101.9 FM), donde topó con un viejo perro, el periodista Alejandro Vargas Johansson –director de emisoras de la UCR–, quien en medio de la rutina del en qué andás, llamame, hablemos mostró sus brazos abiertos a una nueva relación laboral.
Habían pasado casi tres años desde que la criatura más icónica de Chironi –la radiorevista de actualidad, opinión y música Ciudad Caníbal– había desaparecido del medio, y ya no había tiempo para teorías de conspiración sobre libertad de expresión y derecho a la información durante el cuatrienio de Laura Chinchilla, aunque él mismo considera que hay espacios más cómodos de tener al aire que el suyo.
Así las cosas, en abril se hizo la luz: Radio U tomó una de sus mejores decisiones hasta la fecha y empezó a transmitir Ciudad Caníbal, uno de los pocos espacios de la prensa costarricense en los que los jóvenes se pueden informar y formar sin ser tratados como imbéciles o villanos.
Extranjero aquí y allá
Fernando nació en Argentina pero sus padres (una psicóloga y un comerciante) buscaron huir de la depresión que vivía el país mudándose a Costa Rica, que por su falta de ejército representaba un panorama antagónico al que se vivía en las calles de Buenos Aires.
Regresaron a Argentina en el 87 pero tres años más tarde estaban de vuelta, todavía con Fernando como hijo único. "Tengo 37 años y 26 los he vivido en Costa Rica", revela, con un acento que es más de allá que de acá, pero que contiene amplia sustancia social tica.
En la escuela y colegio, sufrió xenofobia estando en ambos países, pero opina que las similitudes culturales son tantas que considera una ventaja ser argentino en Costa Rica. "Es ingenuo que yo hable de xenofobia cuando la gente es tan fuerte con los nicaragüenses aquí".
"A mí me sirvió que mamá fuera psicóloga porque no es fácil ser extranjero en todos lados. Me ayudó muchísimo que mi vieja me pudiera explicar qué era lo que pasaba, porque es terrible cuando sos chico y está esa separación de que 'vos no sos de acá'".
El sistema educativo tampoco fue aliado, lo que influyó para que pasara por decenas de escuelas y colegios. "El último colegio en el que estuve fue el Anastasio Alfaro y ya que te echen de ahí es un reto. A partir de ahí hice bachillerato por madurez, y nunca fui a la universidad".
Fernando es una de esas personas que viven al margen de lo establecido. Por eso hace periodismo (paraperiodismo, sugiere él) sin haber recibido una sola clase de comunicación, y por eso el lema de Ciudad Caníbal sugiere que, de lo que se hace bien nada se aprende.
Eso lo interiorizó luego de una entrevista con Enrique Bunbury que califica como desastrosa, en la que le preguntó que qué ondas con Héroes del Silencio, y el español respondió: "Del éxito, no he aprendido nada".
Entre perillas
Es probable que el único verdadero hogar de Fernando sea una cabina de radio, incluso después de haber pasado por la televisión y el cine.
En sus adentros se produce una sed tremenda por volver a casa cuando no está frente al micrófono, manejando la consola con una mano y con la otra pasando las hojas del guión o enviando mensajes de texto a fuentes, cobijado por la espuma acústica y la cautiva audiencia que ha cosechado con los años.
Siempre mantuvo una relación romántica con la música. Se acercó a la escena del rock costarricense de los 90, donde comenzó a sentirse atraído por el teje y maneje de los espectáculos: cables, micrófonos, conexiones; la parte técnica de la comunicación sonora. También tuvo una banda que cataloga como pésima, con la que tocó aquí y en Argentina.
Ingresó al Instituto Costarricense de Educación Radiofónica hechizado por el estudio de grabación más que por las técnicas de locución, hasta que un día una amiga lo llevó a la difunta Radio Paladín. Recuerda que abrieron micrófonos y las palabras fluyeron de su boca con total naturalidad.
Eventualmente, le ofrecieron un programa de rock en español –uno de sus fuertes musicales– los sábados por la tarde, y en 1997 empezó la magia. En 1999 produjo un programa de MTV en 979 Conexión, y con el paso del tiempo llegó a ser director de programación de 911, otra finada emisora.
En el 2004, con un hijo de cinco años y una carga laboral apocalíptica, le era incontrolable el contenido total de 911. "No llegaba a estar satisfecho, entonces decidí hacer algo que pudiera controlar, como productor y conductor; los tiempos, el ritmo, las locuciones, todo".
"A la gente le decían que no podía hablar más de un minuto, y eso fue lo primero que quise cambiar, porque era imposible. Imaginate la capacidad de síntesis; ¡tiene que ser un genio!, y estamos lejos de la genialidad", dice, reverberando una humildad poco común en el gremio.
Con todo y todo, al romper las reglas y buscar un espacio representativo para la audiencia, Chironi se convirtió en uno de los más memorables conductores de radio del país, de esos que ven al medio como un canal para dibujar situaciones incitando menos sentidos que la televisión, pero explotando la creatividad imaginativa que otorga el lenguaje radiofónico.
La primera piedra
Fernando no precisa la fecha, pero tiene que haber sido la noche del lunes 22 de abril del 2004, cuando Eliseo Vargas llamó a la cabina de 911 para exigir un derecho de respuesta, cuando apenas había pasado un fin de semana desde que el señor había renunciado a la presidencia de la CCSS, apabullado por el escandaloso caso Caja-Fischel.
No se sabe por qué Vargas estaba escuchando Ciudad Caníbal, un late show que brindaba un balance sobre realidad nacional al mismo tiempo que hacía sátira de temas relevantes. "Queríamos ser el lado b de lo urbano, hablar de presos, cárcel, prostitutas y demás personajes muy afuera del sistema", manifiesta.
A Fernando –director y conductor del programa– lo acompañaba un significante material humano con el que empezaba a darle forma al primer lienzo de un equipo de trabajo dispuesto a incomodar e instruir. Además, estaba en cabina Ernesto Rivera, entonces periodista del equipo de investigación de La Nación que ayudó a desenmascarar la noticia.
Vargas no había dado declaraciones a la prensa tras su renuncia, pero alguien tuvo que haberle avisado que Ernesto estaba hablando en la radio para que él decidiera llamar justo cuando Fernando y sus secuaces bailaban al son de Prince. En sus manos tenían una primicia no intencionada: declaraciones por las que muchos lo hubieran dado todo.
Después de poco menos de cinco meses y un par de bombas similares, Ciudad Caníbal ganó el premio Róger Barahona (entregado por Canara) al mejor programa de opinión del país, por encima de Nuestra Voz (con Amelia Rueda) y Pelando el Ojo (con Norval Calvo y el ya fallecido Froylán Bolaños).
Al momento de recibir el premio, el programa tenía seis meses de estar al aire y nadie sabía bien quién carajos era el argentino ese, el tal Chironi que había subido a recoger el galardón. Hoy, más de una década después, ni Rueda ni Calvo le contestan el teléfono, a pesar de haberles solicitado numerosas entrevistas.
Altibajos
Meses después de recibir el reconocimiento más importante que el país otorgaba a los programas de radio, Chironi y los suyos tomaron fuerza y sintieron necesario salir del horario nocturno (de 9 p. m. a 11 p. m.) y entrar a la franja comercial, de lunes a viernes de 10 a. m. a mediodía, con mayores posibilidades de rentabilidad para 911 y para ellos.
Sin embargo, los planes se vinieron al suelo por temores de los directivos con respecto a los bloques de locución y las temáticas del programa. Les preocupaba el ráting, los anunciantes y perder al público que tenían.
Salen de 911 al no lograr acuerdo, y empieza un zigzag de medios que ha confundido al público por años: Cuidad Caníbal entra a 979 Conexión (hoy simplemente 979) en 2005, año y medio después regresa a 911, y a mediados de 2009 retorna a 979, para luego salir del aire en agosto del 2011 y permanecer así durante casi tres años, hasta que llega a Radio U.
En medio de todo eso, Chironi y el equipo de Ciudad Caníbal –por el que han pasado comunicadores como Diego Goldberg, Gabo Rojas, Diego Brenes, Nelson Moray, Walter Calienno, María Monge, Eunice Meléndez, Sebastián Fournier, Johnny Hooker y Zariel Blanco– se convirtió en el principal programa de opinión dirigido al público joven del país, alcanzando audiencias de hasta 30.000 personas. "Pero igual, Exa tiene 70.000", debate Fernando, siempre a merced de la gravedad.
Entre segmentos de comedia pura y entrevistas punzocortantes, el programa edificó un espacio que, a pesar o a causa de la rebeldía periodística, y gracias a su espíritu contracultural, ha mantenido en alto pilares de la comunicación como el escepticismo y el equilibrio informativo, sin nunca venderse por menos.
"Por que a Combate le vaya bien no quiere decir que te tengás que poner una camiseta naranja o azul para tener éxito. Cada uno cosecha el éxito que puede. Lo nuestro es un éxito que en una medida tal vez no se compara al de Combate, pero que existe y que vale la pena tomarlo en cuenta. Digo, hay un público ahí".
En ese sentido, resalta una anécdota de cuando Ciudad Caníbal estaba en su mayor apogeo, con clientes únicos del programa que se contaban a dos manos, uno de ellos siendo Procomer en la época del TLC, que para pautar en el espacio debió aceptar la condición de brindar a expertos en el tema del libre comercio para responder a sus ácidas preguntas.
"Los tipos respondían y se veían en aprietos, y nosotros también, y eran entrevistas muy tensas, pero sentíamos que lográbamos el equilibrio".
Ahí entra en juego una filosofía que es la espina dorsal de Ciudad Caníbal, pues Fernando asegura que todas las decisiones son políticas, a pesar de esa tendencia cada vez más rimbombante por la apatía. No votar, la sección de espectáculos de este medio, hablar en la radio de lo que sucede en la Asamblea... son todas, a su criterio, decisiones políticas.
"No se puede apartar a la gente de la política, por más que lo intentan, sobre todo desde los medios de comunicación, que han logrado deformar la realidad tanto que han apartado a la gente de sus entornos. Le han vendido que hacer política es cada cuatro años cuando en realidad hacés política en cada conversación, cada actitud que tenés, en la consciencia que tengas del otro... Para mí, la política, la ciencia, la cultura y el deporte son lo que sostiene a una sociedad, digamos, civilizada".
Así las cosas, el que Ciudad Caníbal haya salido del aire en 2011 y haya regresado justo después de las pasadas elecciones fue un asunto político, y uno de los buenos. Es que él no lo sabe, y tampoco se dispone a escucharlo sin mostrar retazos de humildad, pero su programa es la voz de un segmento de la población al que nadie ha querido dirigirle palabra alguna en los medios tradicionales, por lo que su regreso era esperado por gran parte de una generación.
La pantalla
Ese vaivén que es la vida de los comunicadores –especialmente de quienes tienen agallas para defender su ideología– ha llevado a Fernando a espacios fuera de la radio, aunque ese siga siendo su medio predilecto. Se le vio en el cine en El regreso de Hernán Jiménez, y más recientemente en la serie La cualquiera.
Pero años atrás, durante la última época de Ciudad Caníbal en 979, el staff dio su primer paso a la televisión con Decíle a mamá que estamos todos bien, un talk show como nunca ha existido en Costa Rica que contaba con entrevistas a personajes de alto perfil, presentaciones musicales de artistas locales y segmentos de comedia un tantito distintos a los de El Chinamo.
Dos temporadas y 42 episodios duró Decíle a mamá, que se transmitió en Teletica y en Xpertv 33, mediante una producción independiente con la que el equipo nuevamente rompió esquemas, no solo en materia de forma sino también de fondo.
En el programa, Fernando entrevistó a políticos como Óscar Arias, quien tenía años de no poner pie en las oficinas de Teletica, y Miguel Ángel Rodríguez, quien visitó el set antitos de disputar el juicio ICE-Alcatel y respondió una de las entrevistas más humanas que se le pudieron hacer a alguien en su lugar.
"Intenté entrevistar a Pilar Cisneros y nunca recibí un trato igual, nunca nadie me destrató de esa forma. Me encontré con una persona intransigente que no me dejó ni siquiera explicarle qué quería hacer. Todo fue una falta de trato real, fue una decepción". También quiso entrevistar a Everardo Herrera durante su estadía en Teletica, pero topó con otra pared.
Finalmente, Decile a mamá terminó por razones económicas, en el 2010, pero Teletica luego solicitó el episodio piloto de un nuevo programa, El último que apague la luz, un proyecto que no rindió frutos ni en La Sabana ni el Repretel ni en Canal 9 ni en Canal 13.
Mientras hacía televisión, Chironi no se dio cuenta de cuánto la odiaba, tanto que hoy no ve forma de regresar. "La televisión es una mentira premeditada. No me gusta esa cuestión del chiste prefabricado. No puedo decir que me encantó la televisión, para nada. Creo que no le llega a los talones a la radio y que la imagen condiciona demasiado.
"En la radio hay guión. Sin embargo, la libertad para deshacerte de él es más grande. Vos en televisión mostrás algo y ese algo es para todos eso que están viendo. Cuando en la radio intentás dibujar algo, es distinto para cada persona que lo escucha. La imagen condiciona y el sonido juega con cada uno de sus receptores de manera distinta, dependiendo de lo que le da la imaginación al oyente. Le da una participación menos pasiva al tipo que escucha que al que ve".
Hoy, su realidad es más clara. Cuando entra a Radio U no tiene a nadie programando Fuck You de Lily Allen justo antes de cada emisión de Ciudad Caníbal, ni siente que su equipo es el repelente de todo el personal de la radio, como sucedió tantas veces en el pasado.
"Aquí nos pasó todo lo contrario: mucho acompañamiento y preocupación de en qué nos pueden ayudar. Hemos encontrado un ambiente que no habíamos encontrado en diez años de programa".
Eso merece la pena celebrarlo, pues, como él mismo afirma, no ha habido un momento en el que el país necesite tanto espacios como Ciudad Caníbal que ahora. No podemos darnos el lujo de perderlo una vez más.