En un bosque siniestro se vislumbra una luz: un ave con un tocado brillante de plumas que se desplaza bailando con pasitos enérgicos sobre el piso de madera del Teatro Nacional.
El pájaro de fuego es una historia, música y danza. Todo al mismo tiempo.
En la mitología eslava el personaje significa tanto dicha como desgracia para el que se lo topa en sus viajes por el bosque.
La fantasía de esos cuentos inspiró la creación de un ballet en 1910 que consagró la música del compositor ruso Igor Stravinski. Las notas de esa música se han convertido en inspiración para que varios coreógrafos se animen a imprimir su estilo en sus propias versiones de danza clásica y contemporánea.
El montaje que estrenará la Compañía Nacional de Danza el 30 de setiembre forma parte de esa última alternativa. Bajo la creación y dirección de Alexander Solano, la fantasía del cuento de hadas ruso se traduce en la enérgica expresión de la danza contemporánea.
“Estamos cambiando la estructura de movimiento. Lo que aporta el movimiento contemporáneo es darle fluidez y energía al trabajo”, describe Solano.
La obra forma parte del programa Érase una vez... coordinado por el Teatro Nacional y el Ministerio de Educación Pública.
El teatro ofrecerá cuatro funciones. El estreno será el viernes 30 de setiembre, a las 8 p. m., y el sábado 1.° de octubre ofrecerá un función a la misma hora.
El lunes 2 la presentación será a las 5 p. m., y el miércoles 4 habrá un matiné a las 12:10 p. m.
Los precios de los asientos varían entre los ¢7.000 (galería) y ¢12.000 (luneta y butaca). Los tiquetes se pueden comprar en la boletería física del teatro y el sitio www.teatronacional.go.cr
Había una vez. El cuento de hadas de El pájaro de fuego habla, como lo hacen otras historias infantiles, de la luz que resiste a los embates de la oscuridad: el amor, la amistad, la magia.
La inspiración del montaje es El zarevich Iván, el pájaro de fuego y el lobo gris , una historia de la tradición folclórica rusa. La narración fue compilada por Aleksandr Afanásiev en el siglo XIX y en el siglo XX se tradujo a varios idiomas (entre ellos el español).
En el montaje de la Compañía Nacional de Danza, la estructura del cuento se mantiene fiel al original. El Príncipe Iván –interpretado por el bailarín Pablo Caravaca– conoce durante sus viajes a dos personajes fantásticos que serán sus aliados cuando le toque enfrentarse a la oscuridad.
El primero es un lobo controlado por un instinto animal –Fabio Pérez–. El segundo es un pájaro con plumas centelleantes que se resiste a que lo atrapen –Graciela Barquero–.
En los dominios del Príncipe Iván existe un árbol que da manzanas de oro. Tan atractivas son las manzanas que tanto el pájaro de fuego como la Princesa Elena La Bella –Laura Murillo– resuelven robárselas.
El primer robo enfurece al Príncipe Iván y provoca una intensa persecución contra el pájaro; el segundo robo lo enamora.
A falta de diálogo, las relaciones entre todos los personajes tienen que interpretarse por medio de sus movimientos.
Cada bailarín se desplaza en el escenario con su propio ritmo y energía: el pájaro, un animal majestuoso y ligero, danza con la barbilla en alto y los pies apresurados; el príncipe y la princesa comparten la dulzura y gentileza y el lobo, un animal salvaje, se mueve al mismo tiempo con cautela y con cuerpo contorsionado en forma de amenaza.
“En el cuento original existe el lobo y en el ballet de 1910, Michel Fokine (coreógrafo) lo obvió”, detalla Solano sobre la decisión de retomar el personaje para su propio montaje.
“Si te lees la historia te das cuenta de lo necesario que es ese personaje. Nos ayuda a seguir el cuento y le da un plus al trabajo: te llama la atención y tenés que estarlo viendo.”, afirma.
Tanto Solano como el intérprete del lobo coinciden en que el movimiento del personaje son complementos sensoriales para que las interpretaciones del pájaro de fuego y el príncipe sean más vibrantes.
“Escénicamente estoy a disposición de los personajes principales para magnificarlos”, explica el bailarín Fabio Pérez.
“El personaje no es bueno ni malo: está lleno de contradicciones”, asegura Pérez al referirse a su antagonismo aparente.
“Como no hay una referencia en el ballet y, además, es una obra que estamos montando en danza contemporánea, me puse a ver muchos videos de los lobos y su acción cotidiana. De ahí empecé a sacar el movimiento animal y a sacar un lenguaje propio. Lo construí a partir de mis posibilidades físicas que estuvieran acorde con el animal”, detalla.
En la historia del cuento, la magia del pájaro de fuego cautiva el interés tanto del Príncipe Iván como de un mago malvado llamado Koschéi –rol danzado por Mario Vircha–.
La coreografía refleja la pugna de ambos personajes por poseer al escurridizo animal: dúos entre los personajes relatan gestualmente la frustración y la violencia de las circunstancias.
“Cuando hacés un dúo, hacés el amor: independientemente de si es o no un dúo de violencia”, se refiere Pablo Caravaca a la sincronía de las coreografías que interpreta con el resto del elenco.
“Con el pájaro, es una cuestión de atraparlo y mantenerlo seducido por ser tan poderoso. Cuando me enamoro de la princesa yo me siento frágil, entran las emociones que siente el príncipe sobre el rechazo. Trato de reaccionar ante situaciones reales: si tengo que sonreír, sonrío. Cuando interpreto trato de llevarme por situaciones reales”, explica el bailarín.
Para los bailarines ese estudio del movimiento es vital para lograr la maduración de la coreografía de Solano.
El proceso de su dirección permitió que la caracterización fuera permeada por las observaciones de los intérpretes.
“Él tenía muy claro que era un personaje que era muy saltarín”, cuenta Graciela Barquero sobre el homónimo pájaro de fuego. “Yo también fui buscando información y me inspiré, de cierta manera, en los colibríes, Son rápidos, pequeños, ágiles (...). Es muy bueno trabajar con Solano porque tiene la mente muy abierta. Nos dio la oportunidad de proponer”.
No obstante, es completamente innecesario conocer el origen de cada una de esas interpretaciones para disfrutar el espectáculo.
Aprender a leer. El elenco de 14 bailarines de la Compañía Nacional de Danza confía en que la mayor fortaleza del montaje es que es fácil de interpretar.
La estructura tradicional de la historia le permitió al coreógrafo jugar con escenas de acciones claras pero que no dependen de los diálogos o el texto para conmover a la audiencia.
“Para mí es muy importante atrapar, por medio de este espectáculo, a gente joven, gente que no conoce de danza o gente que apenas está comenzando a aprender (de ella). Es un espectáculo que es puro movimiento pero la gente llega a entender lo que está pasando. Estamos llegándole al cuento por medio del movimiento”, afirma Solano.
Además de los papeles principales de la historia, el resto de bailarines interpretan papeles grupales e inclusive manipulan pequeñas marionetas creadas por Dedé Coseani para colaborar a la atmósfera del bosque.
El pájaro de fuego es una puesta para niños, después de todo.
Según explicó el director de la Compañía, Adrián Figueroa, la pieza da continuidad a esfuerzos históricos por cautivar públicos nuevos y jóvenes.
“Es una obra que introduce al espectador para que (después) pueda ver otro tipo de obra. Es como cuando uno empieza a escribir o a leer, uno tiene que aprenderse el abecedario para aprender otras cosas. Hay que aprender de lo más liviano para que cuando tengamos algo más fuerte enfrente, tengamos más herramientas para poder interpretarlo”, describió Figueroa.
La ventaja que heredó el cuento a la coreografía es que el mundo en el que vuela el pájaro de fuego pertenece completamente a la fantasía, tanto de la del movimiento del cuerpo como de la música de Stravinski. “Es un montaje donde no tenés que complicarte pensando qué estás viendo”, asegura Solano sobre su trabajo. “Lo que estás viendo te va contando la historia”.