San José
El conde Drácula y algunos congéneres son citados por un alicaído doctor Jekyll a una audición para seleccionar el reparto de un musical. Este detonante revela un plan del infame galeno para asesinar a uno de sus invitados y robarle su esencia maligna. De ese modo, podrá desdoblarse en el señor Hyde –su alter ego más salvaje–. La intriga experimenta un giro inesperado y la velada se convierte en una batalla por la propia sobrevivencia.
Estamos ante un montaje diseñado, en su totalidad, para sorprender y hacer a reír al público. Al respecto, fue notorio el cuidadoso trabajo en todos los ámbitos de la plástica escénica. La detallada caracterización de los personajes –a partir del vestuario, el maquillaje y los peinados– se decantó en unas criaturas a medio camino entre el horror y la simpatía.
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También resultó convincente el dispositivo escénico. Un elegante estudio de corte victoriano sirvió de marco para apreciar las ocurrencias del criado Igor, Drácula, la Llorona, Frankenstein o Belinda, la hija adolescente de Jekyll. Comparecieron, además, el Hombre Lobo, la bruja Inés y una momia egipcia. Truenos y neblinas terminaron de dibujar este inframundo paradójicamente cómico.
En el plano interpretativo, los temas musicales destacaron por la claridad, afinación y acople de las voces, tanto en los segmentos corales como en los solos. La instrumentación –a cargo del ensamble Mala Vida– fue precisa en sus entradas y se mantuvo en el nivel de volumen adecuado para escuchar las letras de las canciones. En general, la partitura se nutrió del pop, el rock y otros géneros de la música popular.
La dirección de actores logró personajes consistentes, aunque esto no pudo ocultar la distancia entre quienes ejercen la actuación de forma profesional y quienes tienen experiencia mayoritaria como cantantes. Tropezones en el sostenimiento del ritmo de la acción, desplazamientos erráticos o risas involuntarias evidenciaron la necesidad de trabajar en la técnica de los que no provienen de la disciplina actoral.
Sin embargo, estas observaciones no demeritan el desempeño del elenco en su conjunto. Lástima –eso sí– el excesivo uso de trucos efectistas con el fin de ganar el favor del público. Algunos de los clásicos "vicios" observados fueron la ruptura permanente de la acción dramática para intercalar comentarios, las muecas reiteradas y la burla a terceros ajenos a la trama (por ejemplo, diputados y similares).
No puedo dejar de cuestionar, con vehemencia, la caracterización del criado Igor como un gay amanerado. Ya en otras críticas he señalado que esta receta es anacrónica, irrespetuosa y discriminatoria. Hacer mofa de alguien porque no encaja en los patrones machistas de masculinidad debería ser repudiado ad portas, aunque sea del agrado masivo o parezca un juego inocente y simpático.
De cualquier manera, la sala celebró al unísono las salidas del cuestionable estereotipo. Esto fue, tal vez, lo más monstruoso de todo.
Dirección: Mauricio Astorga.
Libreto: Víctor Civeira.
Música: David Tort.
Coreografía: Adrián Castro.
Elenco: Érik Córdoba, Ricardo Jiménez, Eugenie Guzmán, César Fuentes, Cristian Salazar, Raúl Arias, Iriabelle González, Elizabeth Naranjo, Silvia Baltodano.
Escenografía: Oscar Soto, Felipe Ramírez.
Iluminación: Valeria Coghi.
Vestuario: Yasmín Flores, Magdiel Ramírez.
Maquillaje: Paula Carvajal.
Espacio: Teatro Lucho Barahona.
Función: 31 de enero de 2016.