El arte del mimo es una de las expresiones escénicas más universales. Uno de sus fundamentos es el de contar historias sin la mediación de la palabra. Esto transforma a sus intérpretes en excepcionales narradores que pueden estimular nuestra imaginación al punto de hacernos “ver” lo que solo ha sido dibujado en el aire.
Así lo demostraron Wolfram von Bodecker y Alexander Neander en la función del pasado 7 de octubre. A lo largo de dos horas, los discípulos de Marcel Marceau sedujeron a un público cargado de entusiasmo. Desde el primer minuto de la obra, fue claro que el éxito cosechado por el dúo, en su debut del 2008, se repetiría.
El programa estuvo constituido por nueve mimodramas que –según el teórico Patrice Pavis– son historias elaboradas a partir de gestos y estructuras narrativas propias de la comedia o la tragedia. En este caso, el humor fue la nota dominante de la velada, aunque hubo breves pasajes de tono poético.
Cada pieza hilvanó una trama de fácil comprensión. Las situaciones presentadas escalaron –en su mayoría– de sucesos cotidianos a conflictos marcados por la exageración y la fantasía. Un par de agentes secretos, un tenor ebrio, un galán impetuoso o una cantante de antaño brillaron entre los muchos personajes encarnados por los mimos.
Los elementos de utilería fueron apenas los necesarios. Una banca o un panel de madera bastaron para ambientar las escenas. El resto de los objetos, espacios y caracteres secundarios se dibujaron a fuerza de gestos. El trabajo de los intérpretes se destacó por la precisión, la claridad y la economía de movimiento. Estas virtudes le dieron consistencia a los mundos imaginarios creados por ellos.
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La música tuvo un rol fundamental en el conjunto del espectáculo. En general, acompañó el inicio y el cierre de la historias.
En otros casos, vinculó las acciones con algún género cinematográfico como el suspenso, el melodrama o la aventura. También aportó una base rítmica para el desarrollo de partituras corporales que acercaron la propuesta de los mimos a los territorios de la danza.
En Déjà - vu? la noción del silencio fue relativa. Si bien es cierto que la palabra hablada permaneció en el exilio, las onomatopeyas, melodías y efectos auditivos construyeron una banda sonora significativa. Estuvimos frente a un arte sin palabras que no es lo mismo que un arte del silencio.
Uno de los números más celebrados de la noche fue El aprendiz de brujo . Con la ayuda de un diseño de iluminación lateral y vestuarios no refractantes, el dúo logró animar objetos para que levitaran como si tuvieran vida propia. La técnica del teatro negro se puso al servicio de este homenaje al segmento homónimo aparecido en la película Fantasía (1940) de Walt Disney.
Los trucos de ilusionismo causados por el torpe aprendiz llevaron el espectáculo a otro nivel y generaron respuestas de admiración entre la audiencia.
La sencillez de esta y todas las demás piezas confirmó que la verdadera magia estaba en los cuerpos de Bodecker y Neander. Así lo hizo sentir el público en una ovación que fue recompensada con una breve escena al margen del programa.
Ficha técnica:DIRECCIÓN: Lionel Ménard INTERPRETACIÓN: Alexander Neander, Wolfram von Bodecker VESTUARIO: Sigrid Herfurth ILUMINACIÓN: Werner Wallner ESPACIO: Teatro Popular Melico Salazar FUNCIÓN: 7 de octubre del 2015