El teatro ciego y el teatro sonoro buscan, desde una filosofía inclusiva, el estímulo de los sentidos no visuales como fuente de disfrute de la experiencia escénica. Estas modalidades le ofrecen opciones artísticas a la persona ciega. Al mismo tiempo, se transforman en una hermosa aventura para los que privilegiamos la visión cuando nos acercamos a un espectáculo.
La vida por una rendija combina procedimientos de ambas vertientes tales como el bloqueo de la mirada y el énfasis en las capas auditivas. Durante los primeros minutos, el espectáculo funciona de manera convencional. Tres figuras emergen, en medio de la bruma fantasmal, para invitarnos a cubrir nuestros ojos con una venda. Luego del breve ritual, el público se apresta a escuchar la historia de una abuela y su nieta.
A partir de este punto, la obra construye la ficción con diálogos, canciones, acompañamiento de guitarra, además de efectos olfativos y táctiles. Una actriz, un músico y una cantante se encargan de suprimir la habitual necesidad de la imagen como ancla de sentido. Al principio, la novedad seduce, pero va perdiendo fuelle por una serie de limitaciones interpretativas y de puesta en escena.
En primer lugar, las vendas suministradas por la producción son traslúcidas. Con los focos que se mantienen encendidos, es posible apreciar la silueta de los actores mientras trabajan sobre el escenario o en el sector de butacas. Al hacerse visible el artificio, se pierde la magia. Por ese motivo, el espectador no tiene más opción que resignarse a ver o cerrar sus ojos a fin de corregirle la plana a la poco eficaz venda.
Por otra parte, el hecho de que Milagro Barrantes tuviera la responsabilidad de encarnar a las dos protagonistas pasó factura. Al forzar la carrasposa voz de la abuela, la actriz fue irritando su aparato fonador hasta que el registro más agudo de la nieta se opacó y terminó confundiéndose con el de la adulta mayor. Hacia el desenlace, era muy evidente la infructuosa lucha de la intérprete para dominar la situación.
Finalmente, el trabajo de la cantante fue un aspecto que tampoco logró cuajar del todo. No quiero decir que uno espera una cátedra de virtuosismo vocal, pero si nos referimos a un espectáculo sustentado en la escucha, entonces la voz cantada debería generar texturas, emociones o, por lo menos, mostrar alguna base técnica. A este problema se le sumó el carácter decorativo de las canciones pues no aportaron al desarrollo de la trama.
A pesar de lo señalado, La vida por una rendija tiene rasgos positivos. El programa de mano escrito en braille y el convivio entre elenco y audiencia –al final de la velada– denotan una forma de entender el teatro como un espacio de encuentro y celebración de la diversidad humana. También es destacable al denunciar la violencia de género y abogar por el castigo de los agresores.
Sin embargo, las nobles intenciones no bastan. Las prácticas escénicas inclusivas pueden y deben exhibir calidad formal. De lo contrario, al público no le quedará más remedio que experimentarlas desde la condescendencia y no desde su enorme potencial artístico.
FICHA ARTÍSTICA:
Dirección escénica y actuación: Milagro Barrantes
Dramaturgia: Víctor Valdelomar
Dirección musical, composición e interpretación: Federico Aguilar
Cantante y descriptora: Elieth Valladares
Espacio: Teatro Vargas Calvo
Fecha: 20 de mayo de 2017
tobiasovares@gmail.com