Cuatro jóvenes recrean un viaje en carro que hicieron tiempo atrás. Se han propuesto contrastar sus recuerdos particulares para aclarar un extraño accidente con el que se toparon, en la carretera. La faena es difícil pues todos vieron cosas y detalles distintos. Lejos de hacer emerger una verdad, el laberinto de la memoria se los va tragando mientras difumina la ruta de regreso.
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Recobrar lo que se esconde en el pasado es el ambicioso plan de Lorena y, en menor medida, el de sus amigos Maxi, Pablo y Flavia. Los tres últimos parecen más interesados en discutir un presente lleno de rencores y deseos no satisfechos. En la tarea colectiva, juegan a armar una puesta en escena de la memoria. Los personajes lo son, ya no solo de la obra que ve el público, sino de un segundo espectáculo: el del pasado.
El escenario está delimitado por luces apoyadas sobre trípodes. Adentro de este espacio, cuatro baldes con llantas son asientos, pero también el vehículo del viaje. Una pizarra y un altoparlante completan el diseño. El dispositivo escenográfico funciona a modo de un pequeño teatro en el que los recuerdos se ensayan para ser aprobados o descartados.
Los personajes recolocan las luces y los demás elementos a fin de actuar distintas versiones de su relato. Al reconfigurarse el espacio, la historia cambia, las contradicciones aparecen y los jóvenes deben comenzar de nuevo. Reconstruir la memoria les resulta tan doloroso como recorrer el camino de Sísifo, figura mítica condenada a empujar, por siempre, la enorme piedra que nunca llega a su destino.
El espectáculo acierta al presentarse bajo la forma de un artefacto cuyos engranajes no terminan de ajustarse. La estrategia incluye a los personajes, la escenografía y alcanza el ámbito del vestuario. Por ejemplo, cada joven lleva una pieza de un equipo de natación (salvavidas, gorro, anteojos y pantaloncillo). Las piezas tendrían utilidad si funcionaran en conjunto, pero, por separado, se ven fuera de lugar y sirven de poco.
Los intérpretes encarnan personajes absolutamente antagónicos. Desde la obsesiva racional hasta el bonachón empedernido, cada uno es una fuerza que avanza en una sola dirección y choca con los otros. Esto produce disputas, pero también situaciones jocosas o patéticas. El mérito del elenco consistió en apropiarse de un texto dramatúrgico complejo para sostenerlo en el límite donde el realismo se fuga hacia el absurdo.
El montaje desafía, sin pausa, a su público. Un minuto de desatención puede cortar el hilo de la trama e imponer sensaciones de extravío. Como espectador, uno siente que avanza al lado de los personajes, a oscuras, en un sendero lleno de trampas, dando vueltas sobre lo mismo una y otra vez. La angustia resultante se acumula hasta formar una masa crítica que explota en un final inesperado.
La memoria fría desborda la extensión de esta reseña para abarcar sus posibles lecturas. Me quedo con la idea de una experiencia escénica que enuncia el pasado como un lugar irrecuperable. Desde esta premisa, todo esfuerzo por llegar a una verdad –tomando como punto de partida la nebulosa del pasado– equivale a inventar ficciones. Entonces, recordar ya no es vivir, es soñar.
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FICHA ARTÍSTICA
Dirección y puesta en escena: Gustavo Monge
Dramaturgia: Martín de Goycoechea
Dirección de producción y diseño de iluminación: Rafa Ávalos
Actuación: Madelaine Garita (Lorena), Estefan Esquivel (Pablo), Laura Cordero (Flavia), Pablo González (Maxi)
Asistencia de dirección: Lady Montero, Michelle Pérez López
Diseño espacial y objetos: Mariela Richmond
Diseño sonoro y musical: Andrés Bonilla
Concepto y diseño gráfico: Mauricio Otárola
Diseño de vestuario: Jennifer Monge, Gustavo Monge
Confección de vestuario: Mario Lynx, Gustavo Monge
Espacio: Teatro Universitario - UCR
Fecha: 28 de abril del 2017