Rompe - Cabeza propone una trama compleja y casi imposible de descifrar en la totalidad de sus detalles. Siete piezas breves constituyen los fragmentos de un relato cuyo eje es el asesinato de una mujer conocida como la Sirena. En la periferia de este crimen, los hechos son reconstruidos por testigos, perpetradores y habituales del bajo mundo. Aquí, todos matan o mueren.
El escenario permanece desnudo. A lo sumo, un escritorio descansa arrinconado en una esquina. Allí se instala el operador de luces quien es –a su vez– actor de la puesta. En su doble rol, desnuda los artificios del espectáculo y evidencia sus transiciones entre personaje y técnico. El recurso –producto de la necesidad– amplifica las sensaciones de extrañeza previstas en el libreto.
La ausencia de elementos escenográficos deposita en los intérpretes la responsabilidad de ubicar espacialmente a los espectadores. Varios diálogos dan pistas, pero también los cuerpos aportan información. Los movimientos rápidos y nerviosos se asocian a lugares peligrosos. Las gestualidades y desplazamientos contenidos se vinculan a sitios que infunden temor.
Esta codificación atraviesa los ámbitos del sueño y la memoria. Caminatas lentísimas o partituras corporales estilizadas generan imágenes que funcionan como un sutil contrapunto para los sucesos de mayor importancia narrativa. En el encuentro de tiempos y realidades se va armando este rompecabezas en el que cada cuerpo es una pieza más.
El diseño de iluminación es relevante. Cerca del inicio, dos maquillistas le han recetado luz y sombra a sus clientes para mejorar su aspecto. El consejo no es casual pues se traduce en atmósferas en donde las sombras ocultan –a modo de metáfora– los pormenores del homicidio de la Sirena. Por otro lado, las variantes lumínicas en rojo tiñen las situaciones violentas.
Una estrategia bien ejecutada es el uso de focos de mano que sugieren espacios extra escénicos (implícitos en la acción, pero no visibles para el espectador). Haces de luz –provenientes de los pasillos contiguos al escenario– materializan el depósito de cadáveres de una morgue. Además, anuncian la presencia de diversas amenazas.
De esa manera, el fuera de campo se transforma –gracias a la imaginación de la audiencia y a estímulos visuales y sonoros bien administrados– en espacios aún más vívidos que aquellos evocados sobre las tablas. Desde ese afuera, la inseguridad le pisa los talones a los personajes e incrementa la tensión del relato. En última instancia, la obra nos recuerda que cuando alguien se asocia con el delito, el peligro puede venir de cualquier parte.
Rompe-Cabeza no fue una experiencia fácil de asimilar. La complejidad del libreto retó nuestra capacidad de seguimiento y atención. A fin de cuentas, a cada espectador le tocó la tarea de juntar las piezas de esta historia como mejor pudo. Sin embargo, la energía, entrega y precisión del elenco hizo de los desafíos dramatúrgicos una oportunidad para entender la acechante cercanía de los terribles engranajes de la violencia.
FICHA ARTÍSTICA
Dirección: Andy Gamboa
Dramaturgia: Antonio Zúñiga
Elenco: Ligia Monge, Laura Meoño, Mauricio Matamoros, Nereo Salazar, Cynthia Guzmán, Xinia Rojas, Valeria Vindas, Marilyn Córdoba, William Hernández, Franklin Carvajal, Eugenia Fajardo, Zoraya Mañalich
Iluminación: Nereo Salazar
Vestuario: Pamela Gutiérrez
Coreografía y edición musical: Fabio Pérez
Espacio: Teatro Óscar Fessler
Función: 23 de octubre de 2015