Siempre es un acto de magia insuflarle vida a un muñeco para hacerlo títere. Tampoco es fácil ser nómada cuando se carga con más de 100 títeres en la espalda. No pesan tanto sus materiales –espuma, tela, madera– como las historias que cargan dentro de sí y que el titiritero y dramaturgo Alexánder Castiglioni les ha ayudado a contar.
“Es un arte muy antiguo que, cuando uno empieza a conocerlo, lo apasiona. Es infinito: uno no acaba, no se puede terminar de descubrir cuántas cosas hay por hacer”, dice el creador, que lleva 20 años viajando con su compañía.
Los títeres de Castiluce saludan desde las paredes, desde dentro de cofres llenos a reventar, bajo los sillones y en estantes diminutos en los rincones de la sala. “Son ellos los que me llevan a mí; yo soy su guardaespaldas”, dice su autor.
Castiglioni es uno con sus hijos, variopintos y audaces: hablan mientras él relata su vida y repasan sus aventuras en la Isla del Coco, en desiertos patagónicos y en densas selvas húmedas. Repasan un viaje que lleva 20 años cruzando desde América del Sur hasta una casa en Heredia.
Estos títeres, que Castiglioni ha tejido, cosido, labrado y sufrido con sus manos, lo acompañan desde 1993. “Es una pasión porque da amplia libertad. Es un trabajo que, si bien conlleva muchos esfuerzos, da muchos frutos”, dice Castiglioni, uruguayo de nacimiento y radicado en Costa Rica desde el 2006.
Esta es su base de operaciones ahora, pero, por muchos años, viajó entre Brasil, Argentina, Venezuela y otros países en busca siempre los sitios donde sus títeres fuesen necesarios. Para él, es una forma de comunicarse con el mundo: “Es un trabajo muy social: me relaciono mucho con las comunidades a las que voy; nunca hay rechazo hacia un titiritero”.
Viajero. La travesía comenzó en Minas Gerais, en Brasil. Los incendios provocados para estimular el crecimiento de los cultivos, como suele suceder, consumían pasto, animales y árboles. “Queríamos hacer algo para detenerlo. Lo hicimos con títeres muy simples de calcetín. Tomamos un poco de espuma e hicimos los primeros títeres. Me quedó la semillita: eso me estaba avisando qué pasaba en mí”, dice el artista.
Poco después, participó para entrar a la única escuela de títeres en Argentina. Participaban 200 personas, pero solo ingresaron 26. Entró, se formó en el teatro y en la artesanía, y se mandó a la carretera. “Cuando se inició la compañía, empecé con Sebastián Paz; con él, la idea fue comenzar a viajar desde Patagonia hasta Alaska”, cuenta.
Se llamó a la compañía Castiluce porque el tatarabuelo de Sebastián había viajado de Italia a América con un teatrino llamado Castiluce; era su castillito de luces. “Hicimos gran parte del recorrido, solo que llegando a Colombia, con Sebastián y Karina Paz, integrante que se incorporó en Brasil en 1996, el grupo se separó y continué por mi cuenta”, explica.
Conoció a Margarita Rincón, madre de su hija, Tayrona, y llegaron con Castiluce hasta Costa Rica. “Yo me quedo en un lugar porque el sitio te pide cosas que necesita de este arte. Es un placer porque puedo seguir con mi oficio, trabajar con lo que haga y seguir hacia donde quiero”, comenta Castiglioni.
“Decidí que esta será mi sede oficial, pero seguiré viajando porque está en mis genes”, dice. Desde aquí, planea unas 12 obras que tiene en repertorio actualmente: El monito paparazzi , Un bicho diferente , La leyenda de Kosh , Cronos y cronopios , y La gran pelea por la Isla del Coco... Estas obras las ha presentado en el Festivales de las Artes, Enamorate de tu Ciudad, Transitarte y otros espacios con gran afluencia del público, así como funciones especiales y trabajos de encargo con fines educativos.
“Todo el tiempo está uno aprendiendo: el teatro de títeres es una herramienta extraordinaria y muy delicada. Lleva trabajo, empeño, dedicación para su construcción y dramaturgia”, explica Castiglioni.
“El titiritero es todo: tramoyista, iluminador, dramaturgo, intérprete y todo”, opina el encantador de los muñecos. Empero, agrega: “A veces, no se toma el teatro de títeres como un arte, sino que se piensa que es una diversión para niños. Los títeres son para adultos o para niños; depende ante cuál estilo de grupo se quiera presentar”.
Samuráis, iguanas, piratas, ancianos, bailarinas y duendes se reúnen en torno a su padre. “El muñeco, después de estar construido, al tener manipulación y vida, ya no es más muñeco, sino títere. El títere cautiva tanto al niño como al adulto”, dice Castiglioni.
Oficios. Cuando el titiritero busca crear, ¿dónde encuentra su inspiración? “Cuando uno abre estos baúles mágicos, te inspiran muchas cosas. Me gusta mucho lo verde, ¿y qué mejor herramienta que un teatro de títeres para concientizar? Estoy haciendo algo que me gusta, pagando a la sociedad lo que consumo y, a la vez, realizando trabajo creativo”, explica.
Sin embargo, Castiluce también se ha asegurado de trabajar en obras que estimulan más su creatividad. En ocasiones, prepara piezas más fantasiosas, orientadas hacia los adultos.
“No hay presupuestos, pero hay oportunidades porque hay público”, confiesa el artista. Castiglioni explica que, en los festivales de arte, siempre hay varios titiriteros interesados en participar, lo que muestra el interés persistente en su creación.
Para Castiglioni, la recarga de energía proviene del contacto directo con el público. “En espacios alternos se pueden hacer cosas. A mí me gusta mucho hacer teatro de sombrero porque hay un público que no va a teatros, así uno educa a personas que nunca irían de otro modo”, considera.
Castiluce es ahora una empresa unipersonal, pero Sofía Herra se encarga de la producción, y Tayrona, hija de Alexánder, se inicia en la manipulación de los títeres. Además, se pone a prueba en las telas: el arte de crear ilusiones fuerza a viajar, pero también se hereda.