El actor y dramaturgo Arístides Vargas habla con cualidad marina: su conversación es envolvente y expansiva, mecida por el oleaje de ideas seductoras y la hondura del tiempo.
Es director del ecuatoriano grupo Malayerba, fundado en 1980 y de los más prestigiosos de América Latina. Hoy y mañana, Vargas seguirá presentando Instrucciones para abrazar el aire , coprotagonizada por la actriz Charo Francés, en el Teatro Eugene O’Neill .
Como el resto de su obra, habla sobre la memoria, la vida, la muerte y el acto teatral. Para Vargas, nacido en Argentina en 1954, la experiencia teatral es algo que pasa una vez , nada más: un contacto fugaz entre desconocidos. “El teatro se parece mucho a la vida y, por ende, se parece mucho a la muerte”, opina. La muerte de una palabra, al ser pronunciada en escena, es su paso a la vida en la mente del público.
¿Cómo concibe la escritura dramática?
Siempre consideré que la escritura teatral adolecía de ciertas cosas que podían ser trabajadas desde otra perspectiva. Estaba muy atada a una fábula; estaba condenada a reiterar palabras de la realidad; no había mucha poesía en el texto. Era una palabra que emulaba el habla cotidiana. Cuando leía los clásicos, me daba cuenta de que existía una poesía dramática que no intentaba emular la realidad, sino, de alguna manera, mejorarla por constatación o contraposición con lo real. La realidad aparecía en una dimensión ficcional y no meramente real. Todas estas preguntas me llevaron a escribir los primeros textos. Siempre fui un gran lector de poesía; de alguna forma, eso se fue colando en mi escritura.
”Considero que la escritura es solo uno de los lenguajes que participa en eso que llamamos teatro que, porque no tenemos otra palabra, lo denominamos como se denomina al espacio. El teatro es un arte cuya denominación es el espacio donde se ejecuta la experiencia. El teatro es el edificio, el espacio. Ahí es donde está la grandeza y también la miseria del teatro, porque muchas cosas pueden pasar por teatro, puesto que es el espacio el que determina la definición de la experiencia”.
Como la idea de que un objeto, al entrar a la galería, se convierte en arte...
Exacto. Siento que esa es una gran posibilidad porque en ese espacio se encuentran diferentes voces y diferentes escrituras: una es la del escenógrafo, otra la de la actriz y el actor, otra la del director, y la del autor... Son esas las hebras que no deben sobreponerse unas a otras. Todas deben guardar su justa tensión y su justo entretejido. El entramado de estos hilos hace que el texto se transforme en textura. No considero que el espectáculo sea el texto; tampoco considero que el texto sea únicamente lo que se escribe. El texto es todo lo que estoy viendo, escuchando y sintiendo, y, por supuesto, esa otra escritura invisible que hace el que está viendo. Uno va a ver una obra de teatro, pero no ve exactamente lo que está en el escenario, sino lo que como espectador, con su intelecto y emoción, está escribiendo.
Ante ese entrelazamiento de líneas de escritura, ¿cómo se organiza la creación dramática?
Se organiza a través de aproximaciones. El juego consiste en que vamos a realizar algo, pero no lo vamos a acabar. No es necesario que se acabe el juego. Se va a desmontar antes de que termine. Creo que el juego consiste en no llegar a agotar el entramado. El juego consiste en aproximarnos a lo que queremos decir. Cada jugador lo puede interpretar a su manera, y eso es importante porque muchas veces, en el mundo teatral, uno quiere legitimarse en lo que hace como si lo que hiciera fuera el único juego posible. Hay tantos juegos como jugadores dispuestos. En ese sentido, no hay un solo teatro, sino teatralidades.
¿Cómo se relacionan el actor y la obra en su trabajo?
Para mí, el espectáculo fundamental es el actor y la actriz. Son, en sí, el espacio donde se va a inscribir todo el espectáculo. Yo, cuando voy a ver un espectáculo, no voy a ver escenografías: voy a ver a seres humanos contándome una historia o, por lo menos, intentando contarme una historia, que es intransferible y que solo él o ella pueden contarme. Con que un actor o actriz se paren frente a mí y me cuenten algo de ellos, se da el teatro.
”No considero que haya una estrella, y no es el director ni es el autor; si hay algo importante, es el cuerpo que está delante de mí. Es muy frágil, muy delicado, y tiene en algunos casos el problema de que no puede defenderse. El espectador cree que ese ser humano es lo que está haciendo y no. Es una ficción, una imagen, un reflejo, pero no es exactamente lo que está viendo. En ese sentido, el actor se siente muy desamparado porque no puede defenderse.
”Era un adolescente con muchos problemas de adaptación; no podía comunicarme. Cuando encontré el teatro, fue como encontrar un puente hacia los otros. Me era más fácil estar en un escenario que en la realidad. Me sentía más cómodo, más libre, más intenso estando en un escenario”.
Mencionaba que el arte resultaba inseguro, imprevisto. ¿Cómo mantener el control? ¿Cómo darle solidez para que público y actores no se extravíen?
Las sociedades contemporáneas, tan propensas a los universos de imágenes, no toleran la inseguridad como norma.
”Siento la imprecisión como una forma artística; es una forma de mirar diferente al arte de lo imprevisto, al arte de lo no concreto, lo no definitivo. Siento que el público busca cierta seguridad en la imagen; no es necesaria esa seguridad. Debemos volver a aprender a vivir en la imprecisión, en la inseguridad”.
¿Por qué?
Porque siento que la imagen nos da cierta seguridad pero, a la vez, nos crea ciertos miedos. Aquí, en este hotel (Ave del Paraíso), veo que los otros huéspedes todo el tiempo toman fotos porque necesitan una imagen de lo que están viviendo, y creo que lleva más tiempo estar con una imagen en una pantalla que estar en contacto con lo que estoy viviendo. Es como si nos hubiésemos alejado de esas vivencias primarias, como percibir que estoy en medio de los árboles, en vez de necesitar de una imagen para sentir que estoy en medio de los árboles.
Algo que continúa en desarrollo, y ya son 35 años, es el grupo Malayerba...
Siempre digo que el grupo Malayerba ha existido este montón de años fundamentalmente por la disposición a no ser grupo todo el tiempo. Malayerba no es una familia, un equipo de fútbol ni una compañía. Malayerba es un lugar donde se juntan una serie de creadores que producen experiencias teatrales. No tienen el propósito de perpetuarse en esa experiencia, sino más bien edificarse y ser grupo mientras la experiencia se está realizando. Cuando deja de ser experiencia, es como si el grupo se desarmara. Esa disposición a morirse constantemente ha hecho que este grupo sobreviva; qué cosa más rara, porque es paradójico... pero el teatro está lleno de paradojas. Esta decisión de morirse cada vez que terminamos una experiencia es la que nos ha permitido vivir tantos años.
¿Qué le ofrece la experiencia teatral a una sociedad como la de hoy? ¿Qué le da al público?
Es muy compleja esa pregunta porque si el teatro se ha disgregado, el público también. No es un público sólido. Es un público bastante fragmentado. Como soy un nostálgico y me gusta mucho lo clásico, creo que el teatro puede ofrecer, por un lado, unas experiencias que lo conectan directamente con un pasado, con una memoria (incluso un poco brutal, salvaje). Creo que les puede devolver la barbarie, en el buen sentido del término.
”Siempre digo que, en la de menos, el teatro también se transforma en un arte de gente iniciada, de élite, no un arte masivo, pero también pienso que la literatura de Kafka no es masiva, o que las obras de Beckett no son masivas por naturaleza. Se vuelven masivas cuando hay todo un aparato mediático detrás de la obra, pero no son necesariamente para hablar a grandes muchedumbres. Tal vez sea un momento de hablar subjetivamente, particularmente al público”.
Después de tantos años de hacer teatro, ¿quién es usted?
Buena pregunta... Bueno, primero, lo que soy muchas veces se manifiesta en las obras que he escrito y que hago; de alguna forma está ahí. Yo medianamente puedo explicar quién soy. Hay una cita que la he empleado en estos días de San Agustín, con respecto al tiempo; le preguntan qué es para usted el tiempo y responde: ‘Si no me lo pregunta, yo sí sé qué es el tiempo, pero si me lo preguntan, no sé’. Eso también es aplicable. Si no me lo preguntas, sí sé quién soy, pero si me lo preguntas, no lo sé explicar.
”Tal vez haya partes de mí que sean explicables, evidentemente. He viajado toda la vida en el teatro. Respiro mejor en un escenario que en la realidad. En la realidad, el aire está muy contaminado y, en el teatro, el aire está lleno de poesía, por lo tanto siempre prefiero el aire del escenario al de la realidad. En el fondo, me considero un creador solitario. No creo mucho en las modas, las vanguardias, ni en los mesianismos. No soy un creador que le gusta que lo tomen como referencia. Seguramente lo poco que he hecho en teatro, no sé; tal vez se hunda en el olvido, todo lo que escribí. Es lo mejor que le puede pasar al teatro, porque como decía, la vida y la muerte están en juego todo el tiempo en el escenario”.