No consta que Gabriel García Márquez y José Luis Feliciano Vega se hayan conocido en vida, pero se encontraron en el 17 de abril del 2014, día de suerte de la muerte. En pocas horas, nos dejaron en este mundo quien tal vez sea el mejor escritor hispanoamericano de las últimas décadas, y quien tal vez sea el mejor sonero y bolerista desde los años 60 (en realidad, sin “tal vez”; para ser francos, es el más grande).
Alguna gente confunde a Cheo con su homónimo y paisano José Feliciano, pero son muy distintos. Cheo era un cantante fabuloso y un mediano saxofonista, y José es un vocalista pasable y un guitarrista asombroso. Para encontrarle parentela a la voz de Cheo habría que remontar el río Misisipí junto con Tom Sawyer hasta sorprender a esclavos fugitivos que entonasen spirituals con voces rotundas, redondas y profundas.
Cheo nació en la ciudad portorriqueña de Ponce el 3 de julio de 1935. Sus padres eran pobres: de solemnidad, sí, pero también de todo. Cheo aprendió el canto popular que Portorro comparte con Cuba: sones y boleros, guarachas y rumbas; y aprendió también a tocar los bongós: dos planetas de cuero que algún milagroso golpea para iluminarnos de música.
Huyendo de la pobreza que también los recibiría en Nueva York, Cheo y familia emigraron en 1952. Feliciano se vinculó a la orquesta del gran Tito Rodríguez, quien lo descubrió como cantante y lo recomendó a Joe Cuba. Durante diez años, Cheo fue el sexto del sexteto de Joe y su mejor vocalista, hasta 1967. Con Joe Cuba, Cheo grabó temas memorables, como el rumbón Ariñáñara y el bolerazo Cómo ríen (del propio Cheo); pero fueron épocas de arreglos de música y desarreglos de drogas, y Cheo terminó andando sobre el borde que junta la morfina con la muerte.
Al fin, duramente rehabilitado, Cheo se integró a las Estrellas de Fania. Con estas cantó la sísmica interpretación de Anacaona en la película documental Nuestra cosa latina (1971), estallido orbital de la “salsa”.
Con temas del compositor cartero Catalino Tite Curet, Feliciano cubrió dos álbumes soberbios: José Cheo Feliciano (1971) y Con una ayudita de mi amigo (1973). Ambos discos incluyen boleros y guaguancós : dos caras de las mismas monedas que bailan en el aire.
El artista viajó a Buenos Aires en 1972, donde grabó el álbum de diez boleros La voz sensual de Cheo Feliciano , con la orquesta de Jorge Calandrelli. Este y Javier Solís en Nueva York ( 1962 ) son los dos más soberbios álbumes de boleros cantados por un hombre en toda la historia. No olvidemos el álbum Buscando amor y su bolero Michelle , con música robada a Michel Legrand.
En los años siguientes, Cheo grabó algunos discos aceptables, como Ritmo alegre ( 1981 ), con el orquestón de Eddie Palmieri. Ya entonces fue perdiendo la voz, pero no la clase, y así lo comprobamos en el demoledor recital que brindó en San José en abril del 2006 con los tremendísimos de Son de Tikizia.
Fue un hombre modesto y culto, y uno de los grandes-grandes vocalistas de la música “tropical”. Cheo murió en un choque de auto contra un árbol, como el Nobel de Literatura Albert Camus. Si Alfred Nobel hubiera soneado aunque sea un poco, Cheo Feliciano habría sido Premio Nobel de la Afromúsica Caribe.