Da la impresión de que el tiempo no se ha sentado en estas bancas y lo mismo puede decirse de las mesas, que tienen 19 años de existir pero conservan el rosado intenso que parece sacado de un recipiente de helado de fresa. Es del mismo tono pero menos cremoso.
Es viernes 23 de mayo y, dentro de tres días, todo el mobiliario de madera y formica se va para una bodega con su rosado intenso. Quedará guardado hasta nuevo aviso y no hay postre que suavice el trago amargo de la partida.
El día de esta visita, a la soda D’Castro le quedaba solo un fin de semana de vida en su local de Paso Ancho, a la altura de la rotonda de La Guacamaya. El punto, según su propietario, es “el más privilegiado de toda Circunvalación”.
En medio de un ambiente de nostalgia y despedida, la venta de ensaladas se resiste a parar. Se vierten las frutas. Se sirve la gelatina. Se suman los helados. Se rocía la crema chantilly . Rematan los barquillos. Ese postre –dice el dueño– siempre ha sido el caballo de batalla del negocio.
Un fin de semana cualquiera se consumen entre 80 y 85 galones de helado. Se compran 350 kilos de papaya, unos 1.000 bananos criollos y 125 piñas.
Para estos días, por ser los últimos, los números son un poco menores solo por aquello de evitar remanentes que no habría dónde guardar.
Los congeladores también deberán sacarse de la soda, pero aunque no se los llevaran, tampoco habría cómo mantenerlos encendidos ya que la planta eléctrica es parte de los activos que se quedarán sin casa. En resumen: todo se va.
La soda cierra y no se sabe si vuelve. En caso de regresar, no sería a este punto, pues en poco tiempo el espacio cederá para dar paso a un ambicioso proyecto que incluye una vía a desnivel y una carretera de Circunvalación más ancha que la actual.
La soda D’Castro, así como otros 31 lotes, serán sacrificados por las obras del Ministerio de Obras Públicas y Transportes (MOPT), que les entregó órdenes de expropiación parciales o totales.
Tradicional
Una joven pareja tiene su última cita en el lugar. No es que estos colegiales hayan sido clientes frecuentes del establecimiento, pero de niños iban con sus padres y hoy decidieron que era necesario pasar por el último antojo.
Alguien podría decir que el cierre del local solo les sirvió de excusa para ponerse románticos, pero lo importante es que ahí están Jorge y Natalia, departiendo en la banca rosada, tomándose un batido y saboreando una ensalada.
Escenas como esta son –o fueron– típicas en la soda. Por el lugar pasaron decenas de parejas de tórtolos dispuestos a comprometerse, mas también hubo episodios opuestos: tremendos baldazos de agua fría cuando alguno de los enamorados se topó a su amado compartiendo cuchara y pajilla con una tercera persona.
No faltaron las madres embarazadas que llegaron a deshoras a pedir suculentas y cremosas porciones de postres para matar los antojos, así como muchachos que recurrían a batidos y granizados para refrescarse después de una mejenga en el parque de la Paz.
Las escenas registradas a lo largo de 19 años de vida son casi infinitas.
La historia del local que cerró el lunes pasado comenzó en 1995, cuando Luis Diego Castro le adhirió la “D’” de “Diego” al apellido que le heredó su padre y abrió la soda D’ Castro.
Abel Gonzalo –su progenitor– fundó la primera Soda Castro en 1949, con un establecimiento en la avenida primera que todavía se mantiene en pie bajo la administración de otro de los hijos.
El negocio de la “D” en Paso Ancho conservó la mística y el menú que se ofrecía en los días de don Abel.
Se quedaron las ensaladas de fruta, los batidos y granizados, las banana splits , los helados con gelatina, los sundaes... Se sumaron confituras y bizcochos, pero la consigna siempre fue mantener viva la tradición de una soda de antaño.
El adiós
Hasta hace escasamente una semana, la soda D’Castro se situaba sobre un terreno de 779 metros cuadrados.
Tenía entrada por la parte trasera y salida por la vía principal, por donde transitan cerca de 75.000 vehículos al día, según datos del Ministerio de Obras Públicas y Transportes.
De hecho, el local lleva años de ser un referente obligado en el paisaje vial.
Hasta el fin de semana anterior, 14 empleados se dividían labores en la cocina, el salón, la caja y la bodega.
Mientras la clientela saboreaba la dulzura, detrás del mostrador había un sentir agridulce entre quienes empacaban, acomodaban documentos y hacían el último inventario.
Hace unos siete años, Castro escuchó por primera vez que algún día lo expropiarían, pero aquello era apenas un proyecto, un chisme que corría por la pista. Metros más, metros menos, se rumoraba que algún día los comerciantes de la zona tendrían que cederle el campo al asfalto. Sin embargo, no fue hasta finales del 2012 que los notificaron formalmente.
Castro recuerda bien el día de esa triste noticia: “Me sacaron de mi zona de confort. Salí a la calle a buscar adónde pasar la soda y todo estaba dolarizado; me deprimí, pasé días llorando”.
Sostiene que finalmente aceptó a regañadientes la propuesta económica que le hizo el MOPT y se resignó a partir.
“Volveremos de las cenizas”, dice Luis Diego. Su esperanza de encontrar un nuevo hogar para la soda se resiste a derretirse.