Revista Dominical

Ser sanos para ser bellos

“Casi no vi los rostros de los ciclistas desnudos”

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No podíamos cruzar la calle. No podíamos creer lo que veíamos. No parecía terminar nunca. Era junio, estábamos en Chicago y (estando allí cualquier otra opción habría sido pecado) veníamos del teatro. Y no podíamos cruzar la calle, la amplísima avenida. Minutos interminables de ciclistas de diversas contexturas, edades y colores, nos separaban del hotel, desnudos y calzados, desnudos y maquillados, desnudos y cubiertos por gorros, cascos, rótulos, pelucas, antifaces, o rematadamente desvestidos. Recuerdo a varios ancianos, a una gorda matona y triunfante, desdibujando los contornos de su sufrida montura con la desmesura de sus carnes. Recuerdo que casi no vi los rostros de los jinetes: mis ojos boquiabiertos (ay, déjenme adjetivar como yo quiera) no se soltaban de aquel angustioso desfile de escrotos mártires que literalmente se molían contra los ínfimos asientos triangulares de sus metálicos corceles.








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