14/11/13. Instalaciones de AGECO. foto: Eyleen Vargas. (Credit Eyleen Vargas )
La adolescencia podrá tener mucha fama de revoltosa; pero no es el chico de la patineta, sino su abuela, quien está matriculada en el mayor movimiento de rebeldía generacional.
El 7,8% de los costarricenses tienen más de 65 años, según los datos del último censo. Ellos, que vivieron en una Costa Rica de niñez descalza, ahora forman parte de la generación de adultos mayores que mayor bienestar ha conocido en nuestra historia.
Con mejor éxito que los adolescentes, los viejos de hoy se rebelan contra sus papás: contra la imagen de la ancianidad que les heredaron. Estas personas están inventando cómo es ser viejo en el siglo XXI. Es una población saludable a pesar de que siguen teniendo carencias. Los más afortunados hablan de una vejez felizmente activa, de turismo, de yoga, de estudio, de baile. Y hablan con el ejemplo.
Vida saludable
La salida semanal de Felicidad y Miguel solía ser ir a misa. Rara vez iban a ver una película al cine Capri.
Así describe Ana Vaglio la vida de sus papás cuando tenían su edad, 65 años. Ella está dispuesta a hablar mientras espera que empiecen los boleros, los mambos y los pasodobles en los Crepúsculos románticos . Son casi las 2 de la tarde y el polideportivo de Aranjuez está, como cada viernes , lleno de cientos de señores y señoras con ganas de bailar.
“Yo soy una señora alegre”, dice Ana, y al hilo cuenta que suele caminar, y que pertenece a grupos de natación, y que no se pierde este baile de los viernes, pero que también va a El Herediano, a El Jorón y al Salón La Pista. Hace 20 años que se jubiló como miscelánea de la escuela de San Blas de Moravia, pero en su retiro no ha bajado la velocidad.
La gente mayor de 65 años no es hija del Estado de Bienestar que empezó a ver sus frutos a mediados de los años 50, pero sí pertenece a la generación que entró a trabajar entonces.
La economía costarricense empezó a diversificarse y dejó de estar basada desproporcionadamente en la agricultura. Ello propició que más personas que empezaron a trabajar en aquella época tuvieran un mayor acceso al seguro social, a tener casa propia, ahorros y –muy importante para sus años dorados– a cotizar para una pensión. Así lo expone Gilbert Brenes, investigador del Centro Centroamericano de Población ( CCP ) de la Universidad de Costa Rica (UCR).
El X Censo Nacional de Población nos dice que para el 2011 había 311.712 personas mayores de 65 años en el país. Entre ellas, la mitad de los varones tiene una pensión tras jubilarse, mientras que solo el 33,5% de las mujeres está en la misma situación. Esto revela las dificultades que tuvo una buena parte de las mujeres para insertarse en el empleo formal. También explica por qué las mujeres han debido ser aseguradas por un familiar en mayor medida (31,8%) que los varones (9,2%).
En total, solo una de cada 20 personas adultas mayores carece de seguro de la Caja del Seguro Social. Esto nos habla del mayor y más extendido beneficio del Estado de Bienestar: la salud.
Guido Aguilar sabe de esto. Él es un pensionado de 81 años, del Ministerio de Agricultura y Ganadería. “Yo nací y crecí en condiciones difíciles en Pacayas de Cartago, en una zona meramente rural. Mis hermanos y yo éramos descalzos. Aunque yo era joven, sí vi la diferencia entre el antes y el después de la Caja, y por eso la defiendo; no por cómo funciona ahora, sino como institución”.
Gilbert Brenes explica que, además de las políticas sociales, los adultos mayores se han beneficiado con lo que los demógrafos llaman el bono demográfico: una ventana de tiempo durante la cual la cantidad de personas en edad productiva sobrepasa a las poblaciones dependientes o en edades no productivas. “(Los adultos mayores) se benefician del aumento en la esperanza de vida y del decenso en la fecundidad. Una población mayoritaria en el mercado laboral sigue proveyendo plata para los impuestos y para el seguro de Invalidad, Vejez y Muerte, lo que les da a los adultos mayores las jubilaciones y el seguro de enfermedad”.
Brenes agrega que esta situación se podría revertir en unos 25 ó 30 años, cuando se pensionen las personas en edad productiva y, debido a la baja en la fecundidad, no haya una generación de reemplazo que aporte para mantener los regímenes de esos nuevos pensionados.
Activo retiro
Sandra León es una educadora pensionada de 70 años. Hace más un decenio, ella solía invitar a sus excompañeras de colegio a tomar café, y así empezó una especie de club. Dice que el convivio comenzó siendo en su casa; luego pasaron a restaurantes de hoteles y, cuando los habían conocido todos, ella empezó a organizar paseos con familiares y amistades cercanas.
“Ya tenemos como nueve años de estarlo haciendo, hemos ido a más de cien lugares y no hemos repetido ninguno...; es increíble que no hayamos ido al mismo lugar dos veces en un país tan pequeñito, pero es así”.
El grupo de doña Sandra es una iniciativa privada, pero grupos como el suyo abundan en asociaciones de pensionados.
Róger Carrillo es director comercial de una empresa de transporte, y dice que desde hace dos años los viajes con clientes adultos mayores vienen en aumento. Hoy representan alrededor de un 10% de su negocio.
“A muchas empresas les cuesta darles pelota porque no les gusta atenderlos, dicen que son muy delicados, pero es que hay que saber trabajar con ellos”.
Uno de sus principales clientes es el Club de Leones de Tibás. En representación de esta institución conversa Sonia Selva, una coordinadora local de 65 años. Esta organización de servicio no tiene restricciones de edad, pero el promedio de sus afiliados es veterano por la falta de jóvenes. Doña Sonia habla de buena gana sobre las actividades de voluntariado que tienen entre sus proyectos, como los cursos de artesanías con materiales reciclados que imparten entre grupos de adultos mayores.
“Mi hijo dice que tenemos que estar locos: pagar una cuota para pertenecer a una organización que está trabajando para los demás”.
La experiencia del voluntariado no es rara después de la jubilación.
Nora Delgado, por ejemplo, es casi oficialmente una adulta mayor. Tiene 64 años, fue costurera e instructora de corte y confección, y dice que tras la muerte de su esposo, hace tres años, pasó un año hecha “un puñillo”. Un día se puso en pie; “tenía toda la vida por delante”, dice. Decidió inscribirse en los cursos de la Asociación Gerontológica Costarricense ( Ageco ), donde también se incorporó como voluntaria.
Cuando ella piensa en su papá, recuerda a un hombre que, de viejo, pasaba metido en casa. Su hipótesis es que ese encierro lo hacía alguien muy bravo y muy terco.
“Ahora somos libres, y los adultos mayores se hacen de novias si quieren tener novias, y pueden gozar la vida como cualquier persona; vivimos contentos”, cuenta Nora, quien gusta de correr, caminar y hacer spinning .
Programas dedicados a la formación, a la recreación y a la salud, han venido en aumento en los últimos años. Las universidades estatales y la misma CCSS ofrecen programas especializados para que, en palabras de doña Nora, los adultos mayores no se queden hechos un “puñillo”, o eviten convertirse en señores bravos.
No tan brillante
Aunque es masiva la asistencia a programas como los de Ageco, sus beneficios son aprovechados aún por una minoría. Así lo explica Arodys Ramos, director del CCP, instituto que prepara el segundo informe Estado de situación de la persona adulta mayor en Costa Rica .
Ramos reconoce que el buen grado de bienestar en salud de la población adulta mayor es inédito en el país. Sin embargo, tiene sus reservas para afirmar que es una generación que hubiera gozado extensamente de los beneficios de un Estado de Bienestar.
Por ejemplo, él resalta la brecha educativa, especialmente en el caso de las mujeres. Entre los mayores de 65 años, un 23% solo aprobó hasta el sexto grado de primaria y un 13,6% no tiene ninguna educación formal, según datos del censo. Asimismo, solo 7,2% tiene título universitario.
A esta minoría pertenece Virginia Pérez, una economista de 84 años quien, tras su jubilación a los 58, ha permanecido activa como voluntaria en distintas instituciones, microempresas y juntas directivas.
Ella piensa que los adultos mayores deberían ser “irretirables”, pues dice que pueden seguir dando su aporte a la sociedad aún después de la jubilación. Doña Virginia ya peinaba canas cuando aprendió a nadar con Ageco, pero afirma que también aprendió sobre las diferencias socioeconómicas que hay entre los adultos mayores tras escuchar las historias de las compañeras que no podían ir a la piscina porque les habían aumentado un poco la matrícula.
“Ese conocimiento no me lo dieron las otras universidades, pero me lo dio la universidad de la vida”.
¿Viejo, yo?
El CCP ha determinado que los varones tienen un mayor temor al deterioro físico. La aceptación de la vejez es más fácil para las mujeres, aunque tanto ellos como ellas tienen una visión desactualizada de lo que significa la ancianidad en la Costa Rica de hoy.
“Miran la vejez como una pérdida de autonomía, de posibilidades físicas, de aprendizaje, cuando muchas de esas nociones no son enteramente ciertas, y hay muchas experiencias distintas”, dice Arodys Ramos.
De ellos, hay una prueba viviente en el polideportivo de barrio Aranjuez, donde ya empezó a sonar la música.
“Aquí todos le van a decir que son viudos o divorciados, pero la verdad es que la mayoría andan escapados..., yo ando escapado”, nos dice un señor que revela más de la cuenta, excepto su nombre. Si alguien cree que la vejez no es sexy , debería darse una vuelta por aquí.
En un descanso, topamos con Jorge Sequeira, un jubilado de 76 años. “Al principio bailaba con todas, pero desde hace cuatro años conocí a esta señora y cultivamos una linda amistad”.
Habla de su vida mientras Mireya lo espera sentada en una silla de plástico; a ella la presenta como su novia.
Don Jorge ama el baile, y ya se ha detenido demasiado en los recuerdos. La música suena en el presente. Le extiende una mano a Mireya y se pierde entre la multitud de cabezas blancas, de pasos estudiados y de vida.
Esto es pura rebeldía.