Decidieron cuestionar los mandatos sociales, ignorar el principio de la supervivencia de la especie y rechazar el permiso de aterrizaje de la cigueña.
Son parejas –familias también– que por motivos económicos, porque tienen otras prioridades o porque sencillamente no se conciben como padres, han elegido no reproducirse.
Si bien la decisión de estas personas los excluye de recibir regalos cada 15 de agosto o los terceros domingos de junio, también les da una dosis adicional de libertad: pueden irse de fiesta y viajar con frecuencia, además tienen menos gastos económicos. ¿Que si echan de menos la ternura de una criaturita? Bueno, algunos de ellos piensan que para eso tienen a sus perros ...
“No; no tiene que preguntar por qué la gente decide no tener hijos. Tiene que preguntar por qué la gente decide tener hijos”, me corrige la socióloga e historiadora Isabel Gamboa, quien resalta que la paternidad y la maternidad pertenecen al ámbito de las fantasías y los deseos, y no se caracterizan por ser realistas; no necesitan un sustento material.
Lo anterior significa que tener hijos se concibe como algo “natural” y esperado; es casi como un mandato inconsciente.
“Cuando se decide no tener hijos, es cuando esa maternidad o paternidad se racionaliza, se medita, se pone en cuestionamiento”, precisa la experta.
Así lo hicieron Agustín Granados y Evelyn Segura. Ellos se conocieron en una cafetería. Ella llevaba una camiseta con la imagen de su ídolo; él, para romper el hielo, le preguntó: “¿Esa es Frida Kahlo?”, a lo que ella respondió de forma afirmativa y desganada, sin prestarle atención a aquel desconocido. Mas la conversación siguió.
El pretendiente y la pretendida se dieron cuenta de que pensaban igual en muchas cosas y uno de esos puntos de encuentro era que ambos creían que no había por qué ceñirse a los convencionalismos sociales.
Han pasado nueve años desde entonces y, ya casados, el tener hijos fue algo que postergaron y postergaron, hasta que descubrieron que eran muy felices como estaban y no les hacía falta un “heredero”.
Me recibieron una tarde de viernes en la sala de su casa, adornada con una fotografía de su más reciente viaje a Nueva York y un autógrafo de Joaquín Sabina.
Cuentan que desde que empezaron a salir, fijaron sus prioridades: querían tener casa propia y una vida económicamente estable y, para ello, debieron trabajar y ahorrar. Ella es educadora de primaria; él, electricista en la Asamblea Legislativa. Con 37 años los dos, confiesan que “tener un hijo ahora sería muy cansado”, máxime si entran en cálculos: cuando él (o ella) llegue a la adolescencia, ellos ya estarían entrando a la menopausia y la andropausia.
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El administrador de empresas Javier Sánchez tiene esa misma edad, pero sus razones para no querer ser padre responden más a la situación actual del mundo. Considera que la realidad económica es cada vez más compleja, y la inseguridad, un peligro en escalada. Además, tiene claro que los recursos naturales están más amenazados que nunca. “Me pregunto entonces: ¿para qué traer a un niño a un mundo como este?”, alega, al tiempo que añade que no quiere sonar pesimista, sino realista.
Su esposa, Andrea Brenes, una doctora en farmacia de 28 años, es menos dramática y reconoce que los niños no le generan ningún tipo de emoción ni encanto; de hecho, se considera “cero maternal”.
Es lo opuesto de lo que expresa Cristina Siles, quien asegura que a ella sí le gustan los chiquitos, pero tiene otra prioridad: sus estudios en Medicina, que debió dejar “congelados” hace cinco años por motivos económicos. Tiene 37 años y, desde hace tres, vive en unión libre con Andrés Gutiérrez, de 28.
“No quiero un compromiso tan grande como un hijo, porque los planes cercanos son volver a la
Aunque todavía son vistos como “bichos raros” por algunos, la decisión de no tener hijos es una tendencia visible a nivel mundial, sobre todo en Europa. De los países latinoamericanos, Costa Rica lleva la ventaja, pues es el segundo país con menor tasa de fecundidad, después de Cuba.
La tasa de fecundidad es el indicador que mide el número aproximado de hijos que le corresponderían a cada mujer en edad fértil (entre los 15 y 49 años) de acuerdo con el número total de nacimientos registrados durante un período dado.
En nuestro país, se registran solo 1,82 nacimientos por cada mujer en edad fértil, por debajo de la llamada tasa de reemplazo, que es de 2,1.
Tal índice está bajando desde 1961, cuando las mujeres tenían un promedio de siete hijos. Ya para el año 2000, esa cifra había disminuido a 2,39 hijos.
Luis Rosero, demógrafo e investigador de la Universidad de Costa Rica, explica que lo que han proyectado los expertos es que la cifra siga cayendo hasta 1,7, pero se apura a aclarar que eso no implica nada grave, o sea, que no hay un riesgo de despoblamiento ni de escasez de niños.
Comenta que la disminución en la cantidad de nacimientos es algo esperado y menciona como causas la incorporación de la mujer en el mercado laboral, la Ley de Paternidad Responsable –que data del 2001– y el hecho de que el país es cada vez más secular.
La socióloga Gamboa resalta, por su parte, que esta tendencia es más visible en gente del estrato económico medio o alto y con cierto grado de educación; personas con acceso a métodos anticonceptivos y con la posibilidad de construir un proyecto de vida pensando en sí mismas, desde una individualidad positiva.
Paralelamente, manifiesta, hay una “desromantización” de la maternidad. “Una mujer puede cifrar sus ilusiones en un estudio o en una carrera profesional; ya la realización no tiene que pasar necesariamente por la maternidad”.
Ese es parte del discurso de Evelyn Segura, quien considera que ser mujer no tiene relación con parir. “Yo me siento realizada como mujer y como profesional con mi trabajo. A mí no me importa lo que la sociedad dice que es correcto o no”.
Su esposo, Agustín Granados, considera que la paternidad es vista por muchos como una manera de “dejar algo en el mundo, de plantar una semilla”. Pero al final, muchos terminan teniendo hijos y siendo malos padres. “ No necesito dejarle mi ADN al mundo para sentirme más hombre”, destaca.
Con él coincide Andrés Gutiérrez, quien critica a quienes tienen chiquitos “regados” por todas partes, son irresponsables y se sienten más hombres por tener tantos hijos.
La mayor presión que él y Cristina han recibido, viene de sus padres, quienes incansablemente les piden que se casen (para formalizar la relación) y que tengan hijos. Ellos dicen no prestarles atención, aunque reconocen que a veces la cantaleta es agotadora. “Para ser papá, hay que ser responsable. Y a veces lo más responsable es no ser papá”, opina Andrés.
Esa responsabilidad de la que habla Andrés parece ser un factor de peso entre las parejas que no quieren descendencia, sobre todo por el f actor económico y por la cantidad de tiempo que podrían dedicarle a sus hijos.
Javier y Andrea viven en una vivienda lujosa –dos carros de marca renombrada en la cochera–, en un exclusivo condominio en Santa Ana. Mas, pese a su aparente estabilidad, admiten que la incertidumbre económica es una de las razones por las que prefieron no convertirse en padres. “Por dicha, nos está yendo bien (en lo económico), pero yo quisiera darle a mi hijo una calidad de vida mejor que la que yo tuve y ahorita no me alcanza. ¿Se han puesto a pensar cuánto dinero se requiere para criar a un hijo, desde que nace hasta que llega a la universidad? Es mucho dinero”, resalta Javier.
Andrea agrega a lo anterior que actualmente los trabajos de ambos les demandan mucho tiempo; ella tiene una jornada que se extiende de lunes a viernes, de 9 a. m. a 8 p. m.; los sábados también trabaja hasta el mediodía. Su esposo, por su parte, está constantemente de viaje debido a su cargo.
También Evelyn y Agustín gozan hoy de estabilidad financiera, mas temen el escenario de que alguno se quede sin trabajo. “Ahorita solo somos dos. Si hay que comer arroz y frijoles, diay, comemos eso. Pero con un niño, ¿cómo pagarle la escuela?, ¿las medicinas?”, se cuestiona Evelyn, al tiempo que sostiene que los hijos son para estar con ellos, no para dejarlos en una guardería a los tres meses de nacidos o para que los cuide la abuela. De manera que, en su caso, convertirse en madre implicaría dejar su trabajo, lo cual no puede hacer, primero porque no quiere, y segundo, porque necesita el dinero.
La especialista Isabel Gamboa resalta que, en tiempos pasados, tener hijos se veía como una inversión, ya que significaban un futuro ingreso. Ahora es todo lo contrario, los hijos son percibidos como un gasto. “Ya ni siquiera son una inversión emocional. Esa idea de tener hijos para que nos cuiden cuando viejos está agotada; la mejor prueba es que los asilos están llenos de ancianos olvidados”.
El caso de Cristina y Andrés es un poco diferente. Pese a que no tienen un título universitario que los respalde, no ven el factor económico como un obstáculo y hasta creen en aquel adagio popular de que “los bebés vienen con un bollo de pan debajo del brazo”. Sin embargo, no están dispuestos a entregar un hijo a una tercera persona para que se haga cargo de cuidarlo.
A final de cuentas –reflexiona la socióloga Gamboa–, con los hijos las personas buscan llenar vacíos existenciales y tratan de encontrarle un sentido a sus vidas.
Quienes eligen no procrear también poseen esas necesidades –continúa–, pero buscan reemplazos para sus vacíos.
Se trata de sustitutos menos complejos, muy cariñosos y fieles, casi siempre incondicionales, peludos y cuadrúpedos.
Las mascotas –sobre todo los perros– son, para muchos, los nuevos hijos en los tiempos posmodernos.
“Vivimos en una cultura que evita el dolor y el conflicto. La gente no quiere sufrir y no quiere compromisos de largo plazo. Una de las ventajas de los perros es que incluso se ‘acaban’ rápido, a diferencia de un hijo que es para toda la vida. Las mascotas, además, son reemplazables y, en algunos, casos hasta desechables”, explica Gamboa.
Por ejemplo, Javier Sánchez asegura que sus “hijos” son sus perros. Tiene dos, un beagle y un zaguate, a los que prodiga cariño y en los que invierte tiempo y dinero.
Duermen en un cuarto junto al de él y su esposa, y cuando se van de viaje, los dejan con “los abuelos” (los padres de Javier). Él sufre cada vez que están enfermos o con las pilas bajas.
También Cristina y Andrés tienen tres canes: un labrador y dos zaguates. De hecho, cuando se le preguntó a Cristina si podíamos fotografiarla junto a su esposo, respondió: “¿También con los hijos?”, refiriéndose a las mascotas. Esta pareja trabaja activamente junto con la organización Costa Rica Guau en campañas de concientización y rescate animal. Andrés afirma que los perros demandan mucho tiempo y responsabilidad. “Nos dan mucha alegría, pero igual hay que disciplinarlos y darles un cuidado especial”, comentó.
Evelyn y Agustín también tienen una perra zaguate , solo que ellos, pese a lo mucho que la quieren, recalcan que es la mascota y no la hija. Ellos le dedican más cariño a una sobrina de nueve años, de quien se consideran “los tíos alcahuetas”.
Cumplan o no los perros el rol de “llenar vacíos”, lo cierto es que estas parejas tienen más oportunidad de convivir, de salir juntos e incluso de irse de viaje.
Los sábados por la noche, Evelyn y Agustín se acompañan con música de Sabina y copas de vino. Los domingos se levantan tarde y, en una acondicionada sala de juegos, se divierten con el Wii entre bromas y risas.
También suelen irse de viaje en cualquier momento, ya sea dentro o fuera del país. De hecho, hace un tiempo visitaron la mítica casa de Frida Khalo –su cupido– en México.
“Una vez estábamos en un restaurante, ya era de noche y ‘se nos metió el agua’ de ir a Quepos a ver el amanecer. Y nos fuimos sin pensarlo mucho. Con hijos, eso hubiera sido imposible”, dice Agustín.
Javier y Andrea dedican su tiempo libre a hacer deporte y una vez al año hacen un recorrido por distintas ciudades para revivir su luna de miel. Han ido a diversos países de Europa, a Argentina y a la ciudad de California. “He visto cómo, a muchos matrimonios, los hijos los separan y se terminan divorciando, porque no tienen tiempo para el romance y para disfrutar en pareja. Nosotros no queremos eso”, sentencia Javier.
Efectivamente, la llegada de hijos puede distanciar a una pareja, comenta la psicóloga clínica Gabriela Espinoza, pues con ellos arriban nuevas responsabilidades y preocupaciones. Tanto papá como mamá deben estar preparados y comprometidos a trabajar en equipo.
Socialmente, la mayor carga se le atribuye a la mujer, quien algunas veces debe renunciar a una serie de posibilidades, como a trabajar fuera de la casa o continuar sus estudios. Esto puede generar, explica Espinoza, un sentimiento de rencor de ellas hacia el hombre, quien (desde el punto de vista social) no tiene tantas obligaciones como padre. Además se fractura el tiempo compartido, son menos las oportunidades para ir a bailar o salir de paseo, y se crean otras limitantes.
No obstante –advierte la experta– no tener hijos tampoco es la estrategia infalible para garantizarse una buena relación.
En estos casos, existe el riesgo de que cada quien construya su proyecto de vida y resuelva sus espacios de ocio por separado, a veces hasta llegar al adulterio. Pasan de ser un matrimonio a ser
“El secreto, con hijos o sin ellos, es construir una vida juntos; que tengan metas en común y que se amen con libertad y respeto”, aconsejó Espinoza.
Las que sí están destinadas al fracaso son aquellas parejas que tienen diferencias o problemas de relación y deciden tener un hijo con la esperanza de que los una. “Quienes no están para ser pareja no servirán como pareja; un hijo no es la solución”, dijo.
Pese a lo decididas que dicen estar, ninguna de estas parejas se ha practicado la vasectomía ni la salpingectomía (procedimientos que provocan esterilidad en el hombre o la mujer) y evitan los hijos con otros métodos contraceptivos.
Por tanto la opción de cambiar de opinión está abierta; además, en Costa Rica, cada vez más, las mujeres se animan a embarazarse después de los 40 años y, con tecnología, se mantiene su estado bajo control.
La alternativa de adoptar también está presente, Evelyn y Agustín la han valorado. Eso sí, ellos buscarían a un chiquito de unos cinco años, ojalá alguno que haya costado ubicar en un hogar. “¿Para qué traer a un niño más a este mundo, si ya hay un montón? Mejor cambiarle la vida a uno que necesita ayuda”, comentó Agustín.
Ramonet y Edelmary, cada uno por su cuenta, decidieron desde muy jóvenes que no tendrían hijos. Más adelante, el destino cruzó sus caminos y los hizo enamorarse.
Ella todavía recuerda el día en que, apenas conociéndose, sacó el tema de forma camuflada para ver cómo reaccionaba él. “Cuando me dijo que él tampoco quería, fue una alegría. Eso terminó de encantarme”.
Llevan 21 años de casados y, al mirar atrás, ambos aseguran que no tener hijos fue una buena decisión. Nunca se han arrepentido.
“Si hay algo que yo tenía claro en la vida era esto. No todos nacemos para ser padres”, asegura Edelmary Pérez, de nacionalidad española, pianista y escritora. Ramonet Rodríguez es guitarrista profesional, y explica que no quisieron ser padres porque el mundo está lleno de penurias y problemas, razón por la cual no le hallaron sentido a traer un nuevo ser.
Lo más complicado de la decisión, seguún el criterio de esta pareja, son los señalamientos y prejuicios con que son juzgados por otros.
“Hay gente que me pregunta que por qué me estreso si no tengo hijos, que de qué me preocupo y que por qué no tengo tiempo, si no tengo hijos. Es cansado; como si al no tener hijos, estuvieras incompleta”, critica Edelmary.
Ramonet cuenta que muchos piensan que ellos no tuvieron hijos por algún impedimento biológico. Dice que los ven con lástima y que algunos allegados, disimulada y discretamente, les hablan de tratamientos de fertilidad.
Edelmary añade que en la sociedad hay una idealización de los hijos y una marginalización de las personas que, por distintas razones, no los tienen o están sin pareja. “También hay quienes creen que tenemos un trauma de nuestra niñez y que por eso no queremos hijos. ¿Qué les pasa?”, cuestionó.
Para esta pareja, es triste tanta presión social, porque pone contra la pared a muchos que a lo mejor no quieren ser padres o, peor aún, a los que quieren pero fisiológicamente no pueden lograrlo.
“Tenemos que construir una sociedad más respetuosa y solidaria, romper esquemas y contemplar las distintas opciones que existen”, resaltó Ramonet.
Rigoberto Porras, un comunicador de 33 años, está claro desde sus 17 años de edad de que no quiere hijos, y así se lo ha dicho a las mujeres que, a lo largo de estos años, han entablado una relación con él.
Este soltero, quien vive en un apartamento en Rohrmoser, cuenta que por un hijo no estaría dispuesto a renunciar a ciertas cosas, como a irse de fiesta entre semana. “Aunque me gustan los niños, prefiero no adquirir ese compromiso tan grande”.
Andrea Ulloa es otra soltera; tiene 32 años y es ingeniera civil y topógrafa. Su tiempo libre lo dedica a hacer deportes extremos. Ella decidió decirle ‘no’ a la maternidad pues asegura que los niños no le gustan y que prefiere concentrarse en otras actividades.
Asegura que su convicción no la ha limitado a construir relaciones de pareja, y que ningún hombre ha intentado hacerla cambiar de opinión.
“Nunca me he sentido presionada, más bien siento que cada vez es más la gente que no quiere tener hijos”, opina.
La psicóloga clínica Gabriela Espinoza explicó que las personas que no desean tener hijos deben ser –así como Rigoberto y Andrea– muy claros en decírselo a sus parejas o potenciales compañeros.
Lo anterior, porque es una decisión muy trascendente que puede generar un derrumbe en el proyecto de vida familiar que se busca construir como novios o como esposos.
“Es necesario abordar el tema: decir lo que uno quiere, comentarlo sin temor y tomar decisiones. Es un asunto fuerte que puede significar una ruptura, pero en ocasiones esa ruptura puede ser lo más conveniente”, manifestó.