Hay una pregunta que debo responder incluso antes de que se entienda de qué trata este texto: no pude conocer a Bob Dylan.
La aclaración la hago desde buen inicio, pues normalmente la dejo a la mitad del relato y suele convertirse en un final anticipado, ya que es cuando consigo perder el interés de mis interlocutores.
LEA: Bob Dylan guarda silencio sobre el premio Nobel de Literatura
En este caso, por respeto, invito al lector a que pierda interés desde el principio.
Si usted continúa leyendo el texto, ya con las expectativas bajas, procederé a explicar qué hago yo escribiendo en primera persona sobre Bob Dylan.
El 5 de mayo del 2012 el artista dio un show en el Palacio de los Deportes, en su única visita musical a Costa Rica hasta la fecha. Antes de él, sobre la misma tarima, Foffo Goddy, el grupo del que formo parte, fungió como telonero. Es decir que hoy podría decir: ¡Le abrí un concierto a un premio Nobel de Literatura!
Daniel Bissinger y yo, para entonces, solíamos afirmar que éramos un pequeño trío, pues era una manera de darle más grandilocuencia al dúo. Actualmente, tocamos como trío y el chiste ya no tiene sentido. La gracia, quizá, nunca la tuvo.
Regreso a aquella fecha, para la cual nos escogieron quizá porque nuestra propuesta musical, acústica y en inglés, era afín a lo que Dylan tocaba en su juventud. Lo de él, en sus inicios, era un folk que venía cargado de crítica política y social, una característica del folk estadounidense de los años 70, con la inspiración de celebérrimos artistas como Woody Guthrie, Hank Williams y Pete Seeger.
En 1965, muchos años antes de visitar Costa Rica, Bob Dylan había dejado de lado la guitarra acústica y se había electrificado, alejándose también de la lírica política. El cambio de propuesta, en su momento, generó fuertes críticas y desilusión de un sector de su fanaticada, que consideraba que el ícono musical de la protesta popular se había “vendido”.
Las entradas para su concierto en el país aquel sábado también se habían vendido relativamente bien, según nos enteramos. Desde la tarde, sin embargo, empezábamos a confirmar algo que ya sospechábamos (y que yo ya le adelanté a usted, lector): No llegaríamos a conocer a Bob Dylan aunque estuviéramos a escasos metros suyos.
A las 4:00 p. m., aproximadamente, alguien de la producción nos indicó que teníamos terminantemente prohibido salir del camerino mientras Bob Dylan hiciera prueba de sonido. Nosotros acatamos sin pensarlo dos veces y hasta nos sentimos honrados de que hubiera una instrucción de este tipo en la que nos tomaran en cuenta.
LEA: Bob Dylan, Nobel de Literatura 2016: un escritor que canta
De manera simultánea todo el personal de seguridad privada abandonaba el recinto. Ingresarían de nuevo una vez que hubieran finalizado la tarea.
Nosotros, mientras tanto, asumíamos en silencio que la orden venía de parte del mismo artista, debido a lo estricto de la medida de privacidad. Desde el camerino esperábamos escuchar la voz de Dylan por el sistema de sonido. Teníamos los oídos atentos. “Blah, blah, blah, blah,” se escuchó por los parlantes un rato después. “Meh, meh, meh…” Esa no era la voz de Dylan… ¡No era la voz de Dylan!
El músico probablemente todavía no había llegado al Palacio y ya habían comenzado a dar medidas para no acercarse a él cuando ni siquiera se encontraba cerca. Era claro: definitivamente, no llegaríamos a conocerlo.
Con algo de tristeza guardé entonces el disco de Foffo Goddy que llevaba conmigo, originalmente con la intención de regalárselo. Hacérselo llegar sería tan solo una ilusión. El disco, rato después, lo tiré hacia el público, pero como cuando tocamos la gente apenas estaba entrando, rebotó entre las sillas vacías del sector vip.
Peculiar y quisquilloso
En diferentes textos suyos, Bob Dylan se ha encargado de dejar claro que no tiene mayor interés en ser sociable ni llamar la atención en público, pues detesta que se le acerquen a interrogarlo sobre asuntos ajenos a la música.
La culpa de esto la tiene la prensa. También alrededor de 1965, lo había denominado “la voz de una generación” y por ello se daba la licencia de atacarlo con preguntas de política, asuntos personales y cuestionamientos de si sus letras tenían algún significado oculto.
Enfermo de la preguntadera, desde entonces Dylan es receloso con los medios y con los fans. En cambio, busca mantenerse alejado de la magnitud de su nombre y apellido. Como esa no es una tarea sencilla, prefiere tomar medidas para pasar desapercibido.
De Dylan se ha dicho que suele ocultarse en abrigos con gorros y grandes gafas oscuras para intentar ser irreconocible cuando no está en el escenario o en algún acto donde, probablemente, esté presente por ser el homenajeado de la ocasión.
En Costa Rica, oficialmente, se le vio solo durante la presentación en el Palacio de los Deportes.
Volvamos a los hechos. Aquel sábado Dylan subió al escenario, se ganó una ovación con tan solo su presencia, luego dio un concierto en el que dejó de lado sus temas más reconocidos, cantó lo que le entró en gana y recibió loas cada vez que sopló su armónica.
LEA: ¿Dónde comprar la música de Bob Dylan?
A lo largo de todo el concierto habló muy poco. Probablemente, haya sido de los pocos artistas internacionales que han dado un concierto en el país y se han quedado sin decir el clásico y populista “pura vida” por el micrófono.
Al final de la noche, cuando el público todavía aplaudía por Blowin’ in The Wind , la canción número 18 de la velada, el artista ya estaba abandonando el Palacio que todavía seguía encendido. De la tarima bajó inmediatamente al carro que lo alejaría de la multitud.
Ese sábado no pude conocer a Bob Dylan y, usted, lector, probablemente tampoco, ni siquiera aunque por unos minutos lo tuvimos pegado en una presa en el centro de Heredia. Ahora que el músico es también Nobel de Literatura, probablemente haya aún más motivos para querer conocerlo. Lo más sencillo es lograrlo por medio de sus letras y libros. Lo de que regrese a Heredia.. eso sí está más difícil.