Priscilla Gómez
Cuando me muera quiero que me toquen cumbia. Quiero que mi mamá viaje a Puerto Viejo y se sumerja en una poza y ahí me recuerde.
Quiero que mi hermano se quede en su cuarto con la puerta cerrada, las ventanas abiertas, sin camisa, con la pantaloneta azul del cole, las medias sucias, con el gato a sus pies, como siempre, esperándome para despedirnos; llegaré convertida en un viento que le desordenará las latas que colecciona o en un maravilloso gol de Fifa.
No quiero un funeral pero mi familia es terca y va a hacer uno. Entonces quiero que en vez de café y repostería, den hamburguesas y té frío, y que cuando sea la hora del discurso mis amigos cuenten cuando una cucaracha nos atacó dentro de un carro, o cuando me oriné de la risa, o cuenten lo mucho que me aterraba morir porque disfrutaba tanto estar viva.
Quiero que eso se lo cuenten solo a las personas que amé, que abracé, que fueron mías. No a ustedes que no conozco, que no me conocen.
Cuando me muera no quiero que Amelia Rueda mande a un periodista a hacer una crónica sobre mi funeral. No quiero ser un número más en los ratings de ningún medio de comunicación, ni de este. No quiero que hagan una publicación de Facebook. No quiero que personas que no conozco hablen sobre mí. No quiero que entrevisten a mi abuela. Respeten. No pregunten cómo pasó, no hagan de mi cuerpo enterrado y a punto de podrirse una situación para demostrar su lástima. La empatía no está en las redes sociales. No se atrevan a utilizar mi inexistencia en este planeta como un medio para ganar likes .
Si me asaltan y luego me dejan tirada sin vida en media avenida pongan más cámaras de vigilancia. Si me persiguen y me golpean, y luego me matan, entonces busquen soluciones para tanta violencia. Si me disparan, discutan sobre el control de armas. Si me violan, enfréntense a la sociedad que somos. Son esos actos que no comprendemos los que reflejan los problemas que como país no sabemos resolver. Abran las ventanas que cierran cuando todo se ve feo: la pobreza, la falta de educación, la violencia, el desempleo, la voraz y despiadada hambruna.
Periodistas no lo intenten, ya le dije a mi mamá que no los deje entrar a mi casa; van a actuar como monstruos desalmados y brutos.
Esa noticia va a amanecer llena de orines del perro del vecino que nunca conocí, como cualquier otra. Hay tanto de que hablar, tanto afuera por ver, por sentir... No se sienten en el escritorio de todas las mañanas a teclear sobre mí. No fui importante.
No hablen con mi papá, lo único que va a decirles es que hagan periodismo, no cartas de condolencia.
Si muero ahogada en algún mar, regalen flotadores pero no pongan drenajes en la arena.