Nombre:Deyanira Zúñiga Hernández
Edad: 46 años
Residencia: Coronado
Cuándo recibió el primer diagnóstico: 2003
Hace diez años recibí dos noticias al mismo tiempo: tenía cáncer de seno y estaba embarazada. “Hay que suspender el embarazo”, me dijeron. “Esa es la opción”. Pero la rechacé y fui sometida a una mastectomía radical, para que el hijo que estaba por nacer y el que ya tenía, de 8 años, tuvieran la oportunidad de conservar a su madre.
Salí de la operación y revisé mi vientre. Gracias a Dios, mi hijo seguía conmigo después de la cirugía. La recomendación del médico fue recibir quimioterapia a las 12 semanas; luego, a las 16; y, por último, a las 24.
De nuevo, no acepté por los riesgos que eso implicaba para mi bebé. Preferí esperar a tener los siete meses de embarazo para que maduraran sus pulmones y efectuarme entonces una cesárea.
En ese plazo, sufrí de presión alta y diabetes estacional, me dio una parálisis en la cara y debieron internarme. Finalmente, a las 34 semanas de embarazo, nació mi hijo por cesárea y me operaron para no tener más hijos.
Luego sí le llegó el turno a la quimioterapia. Transcurridos 15 días del parto, empezamos con seis sesiones de quimio cada 22 días y luego, con 25 sesiones de radioterapia, ya que el tumor era grande y tenía comprometidos nueve ganglios de la axila.
Estar recibiendo estos tratamientos tan dolorosos y, al mismo tiempo, tener que atender a mi hijo, fue una prueba muy difícil por las reacciones secundarias que debí soportar, pero sabía que tanto el bebé como el otro hijo me necesitaban más que nunca y eso me dio la fortaleza para continuar.
Cuando mi bebé cumplió un año, me sometí a una reconstrucción de seno y debí continuar con medicación por un plazo de cinco años más.
Como mi tumor se alimentaba de estrógenos, pasado un tiempo, fui operada nuevamente para que me extirparan los ovarios. Luego, me intervinieron para quitarme la vesícula, y después, el útero.
Sin embargo, no me quitaron la alegría para seguir adelante y para, a través de mi experiencia, poder ayudar con mi testimonio a otras mujeres que están pasando por la incertidumbre que yo pasé.
Hoy, cuando escucho de los labios de mi hijo: “Mami, ¿por qué es que te quiero tanto?”, el dolor que viví parece tan lejano, que no me canso de dar gracias al Creador por estos diez años de experiencia y por la nueva vida que tengo hoy.