“Muchos nos odian y desean que no existamos”. Eso escribió el cantante estadounidense Frank Ocean en una reflexión después de la masacre ocurrida en Orlando, Florida, en la que un hombre mató a 50 personas en un club gay, matanza catalogada como acto terrorista y crimen de odio. “Muchos están molestos porque queremos casarnos como todos los demás o usar el baño apropiado como todos los demás. Muchos no ven el problema de transmitir los mismos viejos valores que envían a miles de chicos a una depresión suicida todos los años. Entonces nosotros hablamos de orgullo y expresamos amor por quienes somos, ¿porque quién más lo hará?”.
En un compacto puñado de oraciones, Ocean reflejó el sentir de la comunidad LGBTI de cara a los crímenes que nacen, particularmente, de un odio hacia las orientaciones sexualmente diversas. Identificado como bisexual desde antes de que se editara su primer disco, el cantante es una voz con eco entre las nuevas generaciones y un ícono moderno de la comunidad, quien rompió los moldes de la viril industria de la música urbana estadounidense cuando reveló que gran parte de su primer álbum estaba inspirado en su primera relación íntima, emocional y sexual con un hombre.
Salta a los ojos la palabra “odio” en el ensayo de Ocean, así como el término “crimen de odio” en miles de reportajes acerca de la masacre en Orlando. De pronto es una palabra sobreutilizada, que vemos como normal. Cuando hablamos de homofobia, el odio está implícito. Cuando insultamos al equipo contrario en cualquier deporte, expresamos nuestro odio. Cuando alguien está en contra de nuestras creencias religiosas, lo odiamos. Si hay una lista de términos que perdieron su esencia y que usamos como si fueran sal al gusto, “odio” entraría por todo lo alto. La usamos a la ligera, inconscientes de que no hay nada 'normal' en el acto de odiar.
En una polarizada arena social, de pronto el odio es gasolina. ¿Pero qué tan común es que alguien cometa un crimen –desde abuso emocional hasta homicidio en masa– impulsado por un odio fundamentado en prejuicios? Los romanos persiguieron a los cristianos; los nazis mataron a millones de judíos (y homosexuales, de hecho); los blancos pasaron siglos pensando que odiar a los negros era natural. ¿Cómo se podían explicar estos crímenes sin reducir la conversación a masacres, homicidios o diferencias ideológicas? No eran solo eso. Al igual que la matanza en Orlando, aquellos no eran simples actos de violencia u homicidios propios de naturalezas agresivas; eran crímenes con un componente de odio que no se puede pasar por alto, sino que más bien debería elevar las consecuencias.
Una de las principales razones por las que nos referimos al Holocausto como uno de los peores crímenes de la humanidad es porque sabemos que no solo fue liderado por un viejo loco al que se le ocurrió matar a la que consideraba la “raza inferior”. Sabemos que había algo más profundo que simple enajenación: había un sentimiento de aversión que carburaba desde lo más profundo de su ser, y si el repaso de esa apabullante historia pasa por alto ese elemento imprescindible, la conversación sobre el Holocausto no sería la misma. Reprochamos las acciones de Hitler, los romanos, los racistas y el atacante de Orlando porque –sumado a la sangre que derramaron– sabemos que lo que hicieron nació del odio.
Una figura legal necesaria.
En su texto Los usos jerárquicos y excluyentes de la violencia, María Mercedes Gómez describe los crímenes de odio como conductas violentas motivadas por prejuicios. En ese sentido, se entiende por crimen de odio todo acto de violencia dirigido a grupos específicos de índole sexual, racial, étnica o social que se cataloguen como diferentes. El concepto nació en Estados Unidos en 1985 a raíz de una seguidilla de crímenes impulsados por la aversión racial y nacionalista, y conforme se desarrolló en el campo académico fue agregando a grupos marginalizados, en cuenta los LGBTI.
Según un diagnóstico sobre crímenes de odio motivados por orientación sexual e identidad de género en Costa Rica, Honduras y Nicaragua (publicado en 2013 por el Centro por la Justicia y el Derecho Internacional, CEJIL), cerca de 25 países tienen una legislación que considera el prejuicio u odio basados en orientación sexual como una circunstancia agravante a la hora de cometer un delito. En América Latina, Chile y Uruguay tienen una normativa al respecto en su código penal, mientras que en la mayoría de países no existe la figura de crimen de odio, por lo que solo son procesados como delitos comunes o pasionales.
En ese estudio, la CEJIL examinó 2.916 homicidios ocurridos en Costa Rica entre 2000 y 2008, de los cuales 22 fueron contra hombres gays y travestis, y de los cuales ocho son casos probables de crímenes de odio. La complejidad del asunto es que, al no estar tipificado ese tipo de crimen en la normativa local, las autoridades no tienen las herramientas para investigar esos casos probables, pues si hay robo los investigan como robo y si hay homicidio los investigan como homicidio, y aunque puedan probar que los crímenes nacen del odio a los homosexuales no hay forma de alargar las penas en ese sentido.
Por ejemplo, en 2000, un hombre fue enviado 17 años a prisión por homicidio simple, luego de dispararle en la cadera a un travesti que se prostituía en San José. Según testigos, el hombre frecuentaba la zona de travestis en la capital, los insultaba y les tiraba huevos, hasta que un día conversó con uno y terminó matándolo. El caso fue investigado como problema personal y la condena responde también a otro crimen anterior, pero nunca se agravó la pena por su odio contra la comunidad LGBTI. Si la figura de crimen de odio existiera en el país, su pena pudo haber sido mayor.
En los posibles casos que encontró el estudio, uno de los factores comunes es la sospechosa muerte de hombres solteros, divorciados o viudos que aparecen desnudos y sin vida en sus casas de habitación, sin aparente robo como móvil, o por lo menos no como objetivo principal del delito. En 2006, un hombre cartaginés divorciado recibió 14 heridas de arma blanca en el tórax, luego de una discusión. El criminal se robó un par de prendas de vestir y el caso fue investigado como un problema de una relación homosexual. De nuevo, de existir el crimen del odio en el país, la investigación pudo haber tomado otro camino.
En su estudio Violencia contra personas LGBTI, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos promueve el uso del término 'violencia por prejuicio' por encima de 'crimen de odio', pero más allá de los tecnicismos, es clara en advertir que “no todos los actos de violencia contra las personas LGBTI pueden ser caracterizados como violencia por prejuicio”. La Comisión reconoce que es difícil “determinar cuándo los actos de violencia contra las personas LGBTI son motivados por el prejuicio. Tal determinación requiere de una investigación exhaustiva de las razones que motivaron la violencia, llevada a cabo en cumplimiento del deber de debida diligencia”.