Una bala de 9 milímetros atravesó el cráneo de la congresista demócrata estadounidense, Gabrielle Giffords, el 8 de enero de 2011.
Jared Lee Loughner, un joven de 22 años, abrió fuego en un mitin político en el que asesinó a seis personas e hirió a doce más, entre ellas, a la que en el momento era considerada la persona más positiva del Congreso de los Estados Unidos.
La bala perforó de lado a lado el cerebro de Giffords, ingresando en la parte trasera izquierda de su cabeza y saliendo sobre su ceja del mismo lado.
A Giffords, de 42 años, la vida le sonrió… parcialmente. Sobrevivió, pero con una condición: perdería su capacidad de hablar y de mover todo el hemisferio derecho de su cuerpo.
Balbuceos que querían ser palabras fue lo único que Gabby pudo “decir” antes de romper a llorar en una sesión de terapia.
“Gabby, ¿estás frustrada?”, se escucha decir a su terapeuta en un video. “¿Te puedo decir algo? Todo va a mejorar. Es frustrante ahora, pero todo mejorará. Haz recorrido un largo camino”.
Cuando se es una oradora empedernida y una activista nata, no hay manera de aceptar este destino mudo y paralizado. Fue a través de la terapia con música que Gabby comenzó a reencontrar las palabras y los pasos que esa desalmada bala le había arrebatado sin misericordia.
Como lo predijo su terapeuta, todo mejoró. Giffords no podía decir la palabra “luz”, pero podía cantar “a esta pequeña luz mía, la dejaré brillar, la dejaré brillar, la dejaré brillar”.
¿Por qué alguien que no puede hablar puede cantar?
Terapia musical. José Pablo Valverde es cofundador de Musicoterapia Costa Rica, un espacio formado por un equipo de profesionales dedicados a la asistencia, la investigación, la difusión y el desarrollo de esta disciplina en nuestro país.
Aunque suena a clases de música, no lo es. La Federación Mundial de Musicoterapia define a esta especialidad como: “el uso profesional de la música y sus elementos como intervención en un ambiente médico, educativo o cotidiano con individuos, grupos, familias o comunidades que busquen optimizar su calidad de vida y mejorar su salud y bienestar físico, social, comunicativo, emocional, intelectual y espiritual”.
Es el mismo tipo de terapia que volvió a poner palabras en la boca de Giffords y que le ayudó a recuperar su capacidad para caminar.
“Hay una relación importantísima entre la música y la palabra. Por ejemplo, desde la música se puede trabajar mucho con pacientes que han tenido lesiones cerebrales para que puedan empezar a hablar. Por eso hay pacientes que no pueden hablar pero pueden cantar”, afirma Valverde.
“Cada elemento de la música (ritmo, armonía, melodía, tiempo, etc.) es decodificado por una parte distinta de la corteza del cerebro y esas partes no están separadas, están conectadas”, comenta. “Si una ciudad se bloquea por una presa, se podrían ir generando otros tipos de caminos pero con más trabajo. Con la música se generan estas conexiones, la música facilita esta comunicación y logística”.
Ana Cecilia Lizano, musicoterapeuta, psicóloga del Centro Terapéutico YVIRÁ y también cofundadora de Musicoterapia Costa Rica, explica que la música es una de las pocas actividades que pone a trabajar varias áreas cerebrales al mismo tiempo cuando se está utilizando.
“Por eso es tan efectiva, porque la música se mete en todas las funciones ejecutivas del cerebro”, declaró Lizano. “Se puede trabajar el área del lenguaje si es una persona que perdió el habla por algún accidente o por algún derrame, se puede trabajar la parte motriz, la parte emocional, la parte cognitiva, la parte de socialización, la memoria, etcétera”.
Según Lizano, además se pueden tratar niños que tengan problemas escolares y hasta personas sordas con implante coclear, es decir, que han sido sordas toda su vida y se les implementa un audífono.
Lo que no es. Usualmente se confunden las sesiones de musicoterapia con clases de música o se cree que el paciente aprenderá a tocar un instrumento. No es así.
Para Facundo Manes, neurólogo y neurocientífico de la Universidad de Cambridge, la música parece tener un pasado más extenso que el mismo lenguaje verbal. Para él, prueba de ello son los hallazgos arqueológicos de flautas construidas con huesos de ave, con antigüedades estimadas entre 6.000 y 8.000 años, y de otros instrumentos que podrían preceder al homo sapiens.
“Una de las hipótesis postula que la razón por la que se desarrolló la música es para ayudarnos a todos a movernos juntos”, escribió en un artículo publicado en El País de España. “La música induce estados emocionales al facilitar cambios en la distribución de sustancias químicas que pueden inducir estados de ánimo positivos y aumento de la excitación, lo que a su vez puede ayudar a la rehabilitación”.
Valverde explica que lo que cura no es la música, sino el proceso terapéutico que se genera con experiencias musicales. Este proceso debe ir acompañado de otras disciplinas: “En otras partes del mundo el esquema médico de salud está cambiando. Ya la hegemonía médica está perdiendo cada vez más poder”, comenta.
“En Costa Rica todavía existe esto de que el médico lo dice todo. En otros países, el musicoterapeuta es parte del equipo interdisciplinario de salud, así como están también el psicólogo, el terapeuta físico y los demás profesionales. Ya la salud no está en manos de una sola persona, sino de un equipo, y el musicoterapeuta es parte”.
Facundo Manes resalta que entre los aspectos que confluyen de forma simultánea en la experiencia musical compartida están la emoción, expresión, habilidades sociales, teoría de la mente, habilidades lingüísticas y matemáticas, habilidades visoespaciales y motoras, atención, memoria, funciones ejecutivas, toma de decisiones, autonomía, creatividad, flexibilidad emocional y cognitiva.
Yo sí puedo. En el Edificio Municipal de San Antonio de Escazú, todos los viernes en la mañana se escuchan aplausos, instrumentos sonando y voces entonando un himno.
“Sí podemos, somos capaces de luchar, de seguir adelante. Sí podemos, somos capaces y lo que pedimos son oportunidades”. Así comienza la primera estrofa de la canción creada por integrantes de la Fundación “Soy Capaz… Yo sí puedo” , centro diurno para adultos con diferentes tipos de discapacidad.
José Pablo es su musicoterapeuta hace tres meses, y ellos, sus agradecidos pacientes. Uno de los primeros ejercicios de las sesiones fue crear en grupo un himno para su fundación.
Martha Mayela Bermúdez, presidenta de la organización creada hace varios años por familiares y personas con discapacidad, cuenta que siempre soñaron con tener sesiones de musicoterapia y que con el apoyo de la municipalidad lo hicieron realidad. “Yo siento que están mucho más motivados y les gusta mucho. Cuando solo llevaban dos clases y la canción ni siquiera estaba terminada, en una actividad pública en la plaza se pusieron a tararear las dos primeras estrofas que tenían. Están entusiasmadísimos por tener una canción de ellos”.
A Mariana Solís, de 26 años, se le forma una sonrisa en su cara cuando habla de su “profe” (aunque él insiste en que no es profesor). “Nos habla de cosas muy bonitas, la guitarra y todo me gusta. ¡Qué lindo que es! Yo me entretengo mucho. Estoy muy feliz con él”.
“Me gusta porque no sólo yo, los compañeros también aprenden a concentrarse en lo que es la música y a concentrarse más allá de la música”, agrega también José Antonio Peralta, de 22 años. “Lo que nosotros podemos aprender acá con él y con los instrumentos, también se lo podemos enseñar a otros”.
La ciencia sigue revelando los inagotables alcances curativos y terapéuticos de una disciplina que gana cada vez más terreno y respeto. Aunque como terapia es relativamente nueva en comparación con otras, para el neurocientífico Manes, los beneficios de la música en el ser humano dejaron de ser secreto hace siglos.
“Las personas cantan y bailan juntas en todas las culturas. Sabemos que lo hacemos hoy y lo seguiremos haciendo en el futuro. Podemos imaginar que lo hacían también nuestros ancestros, alrededor del fuego, hace miles de años. Somos lo que somos con la música y por la música, ni más ni menos”.