En cuestión de tres meses, siete jóvenes nacionales franquearán las puertas de ingreso al aeropuerto Juan Santamaría y entregarán a un oficial de Migración sus pasaportes recién impresos para luego esperar, ansiosos, el sonido metálico del abordaje al avión.
Desde ya, meses antes, esta delegación empieza a alimentar un animalillo en su interior: la ansiedad agridulce, punzante, que antecede al primer vuelo de avión. Esa asfixia plástica que envuelve nuestros pulmones y fosas nasales antes del despegue. Desde ya sufren y sueñan.
Las agencias de viajes estiman que cerca de mil costarricenses tomarán una ruta similar entre junio y julio y volarán a la tierra del jogo bonito para asistir al Mundial de Fútbol Brasil 2014 . Entonces, ¿qué más da si los oficiales de aduanas cuentan siete boletos de vuelo más?
Importa algo más porque ellos son la representación nacional que participará en el Festival Fútbol por la Esperanza, que la FIFA organiza cada cuatro años de manera paralela al Mundial.
Mientras las selecciones de los cinco continentes se batirán por la Copa del Mundo, 32 delegaciones jugarán fútbol calle en un evento que aspira promover el poder del juego como vehículo de cambio social.
Ellos son seleccionados de las etnias indígenas de Costa Rica –bribris, cabécares, borucas, térrabas, malekus, ngöbes y chorotegas– con al menos un representante de cada grupo. El equipo se reúne cada mes para entrenar y prepararse de cara al festival.
Por ahora, Brasil sigue lejos, y aunque faltan más de cien días, el miedo es real. Con pantaloncillos cortos y a la sombra del Estadio Nacional, en La Sabana, los jóvenes se confiesan.
Todavía no han terminado los trámites para gestionar el pasaporte y los permisos de salida de menores –todos, salvo una de ellos, tienen menos de 18 años–, pero la ansiedad se siente: ninguno ha viajado fuera del país.
Fútbol indígena
A finales del año pasado, entre noviembre y diciembre, cada una de las comunidades del país definió quiénes serían sus enviados al colectivo.
“Mi papá inicialmente no me creyó, tuvo que hablarle uno de los coordinadores del proyecto para que me creyera”, narra Alicia Solano, chorotega de 17 años de la comunidad de Matambú, en Hojancha.
La idea de crear una delegación indígena multicultural viene de Seprojoven, una organización que promueve el uso del fútbol como herramienta social.
En el país, la ONG organiza la Copa Nacional Indígena de Fútbol y varios programas con jóvenes y mujeres en comunidades urbano marginales.
Cuando la FIFA anunció que recibiría postulaciones para el Festival Fútbol por la Esperanza 2014, el director de la organización, Roy Arias, ideó enviar un grupo de líderes del proceso de la Copa Indígena. Así, este evento futbolístico funcionó como semillero.
El equipo que irá a Brasil lo lidera Dunia Bejarano (23 años, etnia ngöbe de La Casona), quien ganó la rama femenina de la primera edición de la Copa Nacional Indígena de Fútbol, en el 2011. Ella no jugará, sino que liderará los esfuerzos de intercambios culturales. De la primera copa también hay un miembro del equipo ganador masculino: Moisés Lázaro Mora (17 años, boruca).
Como fútbol calle lo juegan tres hombres y tres mujeres, aparte de Mora el equipo lo completan Fabián Nájera (17 años, térraba), Guadalupe Artavia (14 años, cabécar de Bajo Chirripó), Cinthia Elizondo (14, maleku), Alicia Salas (17 años, chorotega de Matambú) y Fabián Navas (17 años, bribri de Talamanca).
Como entrenador, los acompañará el también indígena Róger Blanco, quien preparó a los equipos de Talamanca y los llevó al campeonato de la Copa 2013.
Esta es la tercera ocasión en que se realiza el Festival, siempre paralelo al máximo evento futbolístico del orbe. Hace ocho años, para el festival que coincidió con el Mundial de Alemania 2006, e l país envió una delegación de Tejarcillos a través de la organización Fútbol por la Vida.
En la calle
“Chicos, ¿qué saben ustedes del fútbol calle?”, pregunta María Ester Alfaro a los jóvenes que, sentados en el suelo, descansan del entrenamiento en La Sabana.
Varias respuestas surgen, en orden, y Moisés ofrece una de ellas: “Fútbol sala sin reglas”.
Alfaro, conocida como Tita y de 22 años, es entrenadora de la Liga FEM, otro proyecto de Seprojoven orientado a mujeres adolescentes de zonas urbano-marginales. Ella es una figura ideal para hablar del tema, pues fue parte del equipo que participó en Alemania en el 2006.
“Fútbol calle es fútbol tradicional pero sin violencia, donde todas las partes, hombres y mujeres, tienen las mismas oportunidades”, explica Alfaro.
Este formato tiene tres momentos y por eso también se le conoce como ‘fútbol de tres tiempos’. En una primera instancia, los dos equipos discuten las reglas que usarán durante el juego (las más comunes, dice Alfaro, es que sea obligatorio que las mujeres toquen el balón en cada jugada y que una de ellas deba meter al menos un gol).
Luego va el fútbol. Un partido donde no hay réferi y los jugadores deben llevar el control propio y ajeno. Los equipos –compuestos por tres hombres y tres mujeres– son coordinados por el entrenador, en este caso Blanco.
En la tercera etapa, se evaluará el cumplimiento que hicieron los jugadores de las reglas y habrá puntajes para ambos equipos por estos rubros, que se ponderarán junto a los goles de cada escuadra para determinar el marcador final.
“El perfil que pide la FIFA es el del líder juvenil, no de futbolista. Todos han participado activamente en la Copa Indígena, algunos incluso ayudando en la organización”, asegura Roy Arias, quien irá al Festival como jefe de delegación.
De aquí a junio, cuando salgan para Brasil, los jóvenes se verán varias veces más.
Nunca han jugado juntos (cada quien lo hacía con su equipo) y, como solo habían competido en canchas grandes, deben descubrir los secretos del fútbol calle.
Y también, de algún modo, deberán aprender a matar la asfixia del primer vuelo para cuando entreguen el pasaporte costarricense en el aeropuerto.
Brasil espera.