Con la muerte de Mandela , se extinguió la voz que habló más fuertemente por la igualdad de los derechos en África.
Uno de los líderes que transformó la historia se despide y, entre su legado, deja a todo un continente una lista de tareas pendientes que hay que completar. La esperanza es que con él no muera la oportunidad de lograr la verdadera equidad africana.
Madiba –el nombre del clan Thembu al que pertenecía Mandela y la forma en que lo llamaban los sudafricanos por cariño y respeto– logró enormes avances, mas la batalla está lejos de haber terminado.
El nuevo ‘apartheid’
La revolución de Mandela logró traerse abajo hasta la última de las leyes del apartheid que sustentaban la segregación racial, un milagro que empezó el 17 de junio de 1991, cuando en Sudáfrica dejó de ser legal la discriminación.
Pero dos cosas fundamentales permanecieron inalteradas en ese país: el poder económico de la minoría blanca y la injusta distribución de la propiedad. La tierra, las minas, las industrias y el control del sistema bancario y financiero, prácticamente siguen en posesión de la minoría blanca.
Hoy, el 87% de los suelos en Sudáfrica está en manos de blancos. Los que se vieron beneficiados durante décadas por el apartheid conservaron sus activos y, a pesar de que desapareció la segregación política, el apartheid económico permaneció intacto.
Carlos Murillo, analista internacional de la Universidad Nacional, lo analiza así: “En África se concibe que la minoría blanca siempre será la que ostente el poder. Aún no se ve a la población negra siendo parte de la cabeza del sector empresarial”.
Cifras desiguales
El coeficiente de Gini (medida de concentración del ingreso y, por ende, de la desigualdad entre los individuos de una región, en un determinado período) corrobora lo que se percibe en el país.
Según esta medida, se usa el valor de 0 para expresar la igualdad total y el valor de 1 para la máxima desigualdad. Así por ejemplo, en el 2010, el coeficiente de Gini para Namibia era de 0,707, mientras el de Dinamarca fue 0,247. En ese mismo año, Brasil obtuvo un 0,571; México, un 0,546; China, un 0,447 y Estados Unidos, un 0,445.
En cuanto a Sudáfrica, el índice para el 2010 fue de 0,631, lo cual se traduce en un profundo abismo entre la mayoría negra y la acaudalada minoría blanca.
Zwelinzima Vavi, presidente de la Federación Sindical Cosatu, manifestó al semanario Saturday , que “en Sudáfrica sigue habiendo una distinción ampliamente basada en exclusión racial y en segregación de clases”.
Además de la reestructuración económica que no despega, la nación tiene pendiente su desarrollo como una sociedad multiétnica.
El analista político Antonio Barrios sostiene que la población joven encontró en Mandela un líder reconciliador de las posturas culturales en Sudáfrica.
“Mandela fue una guía que cambió el horizonte de lo que se entiende como ‘sociedad ideal’. Sudáfrica no debe convertirse en una sociedad donde cada grupo étnico tenga sus propias visiones. Más bien debe ser un país donde todas esas visiones converjan”, opina.
El silencio de la voz
Madiba se alejó de la vida pública en el 2010 y, desde entonces, comenzaron a extrañarse en el continente sus luchas por los derechos civiles y sus discursos en contra de las desigualdades en estados vecinos.
Su despedida, en aquel momento, significó un silencio en la defensa de las libertades del pueblo nigeriano, por ejemplo, y un vacío en la lucha contra el maltrato a los prisioneros iraquíes y, más recientemente, contra las violaciones a los derechos civiles de la población en Siria.
El giro que hubo tras el apartheid, en la década de los 90, supuso también una puerta entreabierta para los estados vecinos, los cuales vieron en el cambio sudafricano liderado por Mandela, una luz de esperanza.
Por eso, no faltaron quienes criticaron en aquel momento aquel silencio de Mandela.
Él se limitó a describir, sin mayores detalles, cuánto se había deteriorado su salud y pidió comprensión. revistadominical@nacion.com