Jugar contra la selección de Estados Unidos es como encontrarse, ya adulto, con el matón de la primaria: revivimos, tal vez superadas o tal vez aún no, las humillaciones del pasado.
La final de la Copa Oro 2002, el juego bajo la nieve en Denver hace unos meses, los mundiales que nuestros jugadores han visto desde la casa y, especialmente, aquel 2 a 2 en Washington que nos hizo perder el avión a Sudáfrica.
Hablar entonces del entrenador de aquel equipo con el que se terminó en empate es como darle la mano al papá del matoncillo. ¿Cómo educó a sus hijos, señor?
Pero Bob Bradley ya dejó el banquillo estadounidense –un cuadro chineado por la Concacaf e ignorado en casa–, y asumió el compromiso de clasificar a Egipto al Mundial de Brasil 2014.
Este es otro mundo, de otra pasión y otra violencia. Bradley ha vivido la masacre de Puerto Said, ha presenciado dos golpes de Estado y ha visto centenares de muertos; pero también ha recibido los abrazos y consejos de aficionados en la calle y ha sentido el empuje de un país que tiene la mente en Brasil.
Mientras nosotros enfrentaremos este viernes 6 al fantasma viejo de la Yunai , Bradley batalla por mantener vivo uno de los pocos sueños que todavía mantienen a Egipto unido.
–Antes de ir allí, ¿cuál era su imagen del futbol egipcio?
–Yo estaba algo familiarizado con el fútbol egipcio. Primero, Egipto estuvo en nuestro grupo de la Copa Confederaciones 2009 cuando yo estaba con Estados Unidos, e hicimos mucho trabajo para llegar preparados. Además, mi entrenador de porteros, Zak Abdel, es egipcio-estadounidense, así que cuando llegué, ya tenía una idea de cómo era el equipo.
–Pero llegó a un país inestable, diferente al que se enfrentaron en la Copa Confederaciones en el 2009.
–Sí. Irónicamente, Estados Unidos debía jugar en El Cairo en febrero del 2011 y, como todos en el mundo, vimos las imágenes desde Tahrir la semana antes de nuestra salida. Como resultado de esto, el partido se canceló. Cuando debí ir a Egipto en agosto del 2011, para hablar del trabajo, una de las cosas que le preguntaba a la gente que conocí era: “¿Qué cambió después de la revolución?”. Entonces, entendí un poco que el régimen había terminado, pero que el proceso para redefinir lo que significaría democracia en Egipto todavía estaba en camino y que era un período difícil. En enero, había 4 ó 5 grupos trabajando juntos para cambiar la situación, pero cuando salió Mubarak, ya nadie pudo ponerse de acuerdo y yo comprendí que era parte del proceso. Lo único para lo que nadie estuvo preparado fue la tragedia en Puerto Said, el 1.° de febrero de 2012. Fue un shock .
–Usted estaba en El Cairo, en otro partido de fútbol que fue evacuado en ese momento. ¿Cuál fue su reacción inmediata?
–Había tantas cosas, tantas emociones; habíamos escuchado temprano esa semana que podía haber problemas en el partido, pero asumimos que era porque ambos equipos (Al-Masry y Al-Ahly) no se llevaban bien.
”Sin embargo, lo que sucedió fue una masacre y fue cubierto por los medios como violencia de fanáticos, pero yo creo que hubo algo más y que, hasta la fecha, hay preguntas sin responder.
”La mañana siguiente hubo una marcha y Zak, mi esposa y yo fuimos porque creímos que era importante mostrar respeto hacia aquellos que perdieron familiares. Puerto Said cambió todo, impactó en todo lado y también impactó al futbol, tanto a clubes como a jugadores.
–¿Por qué era importante para usted ir a funerales y hospitales cuando pudo haberse quedado seguro y cómodo en casa?
– Cuando eres entrenador nacional de un país, eres también un líder. Es importante que exista una conexión con la gente, que estés consciente de lo que pasa en el país. Yo entendí que, para hacer mi trabajo adecuadamente, mi esposa y yo debíamos vivir en Egipto, en El Cairo. La única manera de entender el país es estando adentro. Los egipcios son personas muy orgullosas de su país, su comida, su cultura, su fútbol y, cuando haces algo, se sienten bien por su país. Mi esposa y yo tratamos de estar ahí y de hacer lo que pudimos por los egipcios, que nos han sido tan buenos anfitriones.
–En otras entrevistas, usted ha dicho que no siente miedo en Egipto. ¿Qué lo hace sentirse seguro?
–De nuevo, los egipcios son buenas personas y excelentes anfitriones. Existe una zona llamada Imbaba (donde hubo choques religiosos en el 2011) y muchas veces hemos ido allí porque hay buenos restaurantes. Para la gente, significa mucho que yo vaya ahí y lleve a mi esposa o mis hijos. Es un barrio residencial con una energía vibrante. Este es el modo en que viven los egipcios; esto es lo que hay en sus corazones, esa es la manera en que nos tratan y hemos estado felices por eso.
–Desde afuera, todo parece muy político en Egipto. ¿Es también político el equipo nacional de fútbol?
–Claramente, aquí hay una fuerte conexión del futbol con la política, pero creo que el equipo nacional tiene un sentido superior. Nosotros asumimos la responsabilidad de clasificar a la Copa del Mundo y lo vemos como una oportunidad especial en tiempos en que la situación en Egipto es complicada. Al tiempo que hay faltantes de comida, apagones eléctricos y analfabetismo, vemos la oportunidad de representarlos en algo que también es importante para ellos.
–¿Es como intentar mantener el país unido a punta de futbol?
–Creo que el equipo nacional tiene que mostrarle a la gente lo que puede pasar cuando trabaja unido. A vecces, bromeo diciendo que hay equipos cuyo nombre lleva la palabra “unidos”, como el Manchester United. Nosotros tenemos que ser el Egypt United (“Egipto Unido”).
–¿Diría que el futbol es ahora una válvula de escape para los aficionados?
–Lo que digo siempre es que comprendo que el éxito del equipo no cambiará los grandes desafíos que tiene Egipto, como la escasez de alimentos, la pobreza o el analfabetismo. Sin embargo, los egipcios, sea cuando hablan de su equipo favorito o cuando hablan de la Selección Nacional, aman hablar y ver los juegos. Hay tanta cobertura, tantos programas de fútbol en la televisión. Uno se da cuenta de que el futbol todavía tiene la oportunidad de acercar a la gente.
–El país cambió mucho en las últimas semanas. ¿Cuál es la situación para sus jugadores y para el equipo?
–Primero, la liga profesional la cerraron de nuevo. Es un desafío mantenerlos motivados y en forma, ante los juegos importantes que se acercan. Ya lo hemos hecho antes. Después de lo de Puerto Said, logramos ajustarnos cuando la cerraron durante un año. Tenemos que encontrar la manera. Mientras tanto, hay un grupo de jugadores que trabaja fuera del país y eso es positivo para ellos. Al equipo nacional le recuerdo que, aunque pasen muchas cosas en el país, cuando pisamos el terreno de juego nada puede afectar nuestra capacidad de jugar bien.
–Usted ha contado que los egipcios le preguntan por qué no ha abandonado el país. Bueno, ¿por qué no lo ha hecho?
–Cuando se tiene una oportunidad y una responsabilidad, uno se concentra en lo que debe hacer. Como líder, yo les digo que no podemos permitir que nada de esto nos afecte y no sería un buen líder si estuviera tratando de irme del país. Conforme he ido conociendo a los jugadores, nos hemos convertido en hermanos. Vivimos el uno para el otro, siempre con la meta de la Copa del Mundo en mente.