“La gente necesita expresarse y por eso han venido voluntarios. Es urgente que el Gobierno tome medidas. Si no, es muy difícil. Cuando estábamos en el centro de refugiados, compartíamos. Ahora, que estamos en casas temporales, cada uno está aislado, solitario. Muchos ancianos solos a veces se suicidan y nadie se da cuenta”.
Las palabras son de Yamanka Shin, un sobreviviente del
Shin, de contextura delgada, instructor de karate y de unos 50 años, no tiene problemas en relatar una y otra vez su historia a los visitantes.
Repasa las imágenes, empezando por la pared donde todavía está la huella del agua: la marca del nivel que el mar alcanzó dentro de su cafetería, ubicada en la ciudad de Kesennuma, una de las más afectadas por el
Shin tuvo que salir nadando del negocio. Muy cerca de allí, a unos 50 metros, la ola rebasó un puente y se dirigió al área donde está su café, relata él mismo.
Al ver que los visitantes se quedarán un rato, el hombre enciende una pequeña cocina de gas; la coloca en medio del local y pone a hervir agua para calentar la cafetería con vapor. Sirve cafés acompañados con unos pequeños chocolates y se dispone a hablar. Es una tarde de diciembre del 2011 y, afuera, la temperatura es inferior a los 10 grados centígrados.
Lo que los sobrevivientes necesitan es apoyo emocional, sostiene Shin, sin vacilar.
“Pasado cierto tiempo, una vez que tenemos casa, comida, ropa, las cosas de primera mano, lo que necesitamos es cuidado mental, cuidado emocional. Necesitamos cuidado para los que no tienen trabajo. Mi casa se fue, pero tengo un negocio para salir adelante”, dice.
“¿Quieren ver imágenes de la ola?”, pregunta. Entra a la cocina y regresa con unos discos que coloca en su reproductor. Además, trae un libro sobre el
Shin relata que se quedó sin casa –al igual que miles de japoneses– y vivió en una escuela secundaria. Mientras habla, a sus espaldas, un mar de fuego se reproduce en las imágenes de su televisor. Es el mar que entró en Kesemnuma, el que destruyó miles de viviendas y provocó incendios con el gas de las casas y el diésel de los barcos.
Un Godzilla trepado sobre un tanque de guerra, el monstruo que amenazaba con destruir la gigantesca Tokio, destaca entre la colección de recuerdos del café. Cerca de
El hombre relata que, como sabe cocinar, se encargó de la cocina del refugio donde fue alojado. Preparó el desayuno y la cena hasta que llegaron las autodefensas de Japón a atender la zona del desastre. En agradecimiento, muchos vecinos le ayudaron a reabrir el negocio y, el 28 de abril, sirvió café gratis. Ese es un día festivo en Japón, pues se celebra el nacimiento del emperador Hiroito (1901-1989), quien estuvo al mando durante la Segunda Guerra Mundial.
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Desde entonces, no hay mucha clientela, continúa Shin.
En Kesennuma, una ciudad de 70.000 habitantes ubicada 390 kilómetros al noreste de Tokio, murieron o desaparecieron entre 1.500 y 2.000 personas.
Desde la fecha del desastre, otras 4.000 personas se fueron del pueblo, principalmente jóvenes que no encuentran empleo, de acuerdo con datos del ayuntamiento local.
En todo Japón, murieron unas 15.000 personas y desaparecieron otras 4.500, al tiempo que más de 120.000 se quedaron sin casa y debieron ser trasladadas a viviendas temporales.
No muy lejos de la cafetería de Shin, está el centro de Kesemnuma, donde un enorme barco pesquero que quedó junto a la carretera es lo primero que recibe a los visitantes.
Alrededor del buque, muchas cuadras de lo que fue una próspera ciudad pesquera, hermana de Puntarenas, ahora son solo escombros. En algunos cuadrantes, todavía hay charcos de agua de mar, puesto que el terreno se hundió 70 centímetros y el agua no puede escapar.
El gobierno y el ayuntamiento reconstruyen las calles, las cuales surgen entre esqueletos de lo que fueron casas o fábricas destruidas por la ola. El suelo está lleno de las pequeñas cosas que formaban parte de la vida cotidiana de cualquier pueblo: lapiceros, hojas, trastes.
Maquinaria contratada por el Estado se encarga de derribar las estructuras que quedaron y de apilarlas en montañas de escombros.
En Kesennuma, el 70% de la población vive de la pesca y de su procesamiento.
Kumagai Hiroyuki es el director del departamento de mercadeo de la asociación de pescadores de la ciudad.
“Hoy somos 47 asociados”, dice Kumagai. “Antes, éramos 95, pero murió la mitad”.
Desde Kesennuma, los barcos se adentran hasta 2.400 kilómetros en el mar para pescar y, el día del terremoto, muchos estaban siendo limpiados en el puerto.
“El terremoto “El terremoto fue a las 2:46 p. m. y el
De los 58 barcos de la asociación, 22 sufrieron daños, pero las mayores pérdidas ocurrieron en las plantas de procesamiento y congelamiento del pescado. Los daños cubrieron el 95% de las estructuras.
La pesca cayó de 100.000 a 20.000 toneladas anuales.
Con ayuda del Estado, la asociación reinició sus operaciones el 23 de junio. Recuperar las instalaciones demandó 100 millones de yenes (¢637 millones), pero el mayor costo fue sacarles el agua: 200 millones de yenes (¢1.274 millones).
Los daños en Kesennuma son tantos que, en diciembre pasado, casi nueve meses después del
Así lo dicen Yoshioa Kimio y Kuma Gai, funcionarios del ayuntamiento de Kesennuma, quienes piden disculpas por no tener el dato. “Es tan grande que no sabemos de cuánto será”, dice Kuma. Lo primero es quitar los escombros y restos de edificios, materiales que serán reciclados.
Muchas casas llegaron flotando y se deben elevar los terrenos y vías porque el suelo se hundió. El ayuntamiento también planea construir un dique en la bahía, de siete kilómetros de largo y 7,2 metros de altura.
Ryuzaki Takashi, periodista de la cadena de televisión TBS que se instaló en Kesennuma para informar desde allí sobre la reconstrucción, sostiene que el rimo de trabajo es lento. El gobierno japonés estima que la reconstrucción tardará, al menos, una década, aunque algunos vecinos son pesimistas sobre ello, dice el reportero.
Según el periodista, el desastre dejó en la zona secuelas económicas que complican la vida de los sobrevivientes. El precio de los terrenos subió en las partes altas. “Los que tienen dinero compran en zonas montañosas que antes eran más baratas”. Lo mismo ocurrió con los autos. En Tokio, un auto usado se cotiza en 600.000 yenes (¢3,8 millones), y allí, en la mitad.
Según el ayuntamiento de Kesennuma, los damnificados viven en casas construidas de emergencia, en apartamentos o en casas de parientes, y reciben un seguro de desempleo.
Otra de sus preocupaciones es que no haya suficiente material para la reconstrucción.
¿Y qué pasará con el buque en medio de la ciudad? “No sabemos”, responde Kuma.