Revista Dominical

El cuerpo del delito

Estuvo al borde de la muerte porque al marido no le gusta usar condón

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Y el delito es ser mujer. Si no, juzguen ustedes. Cuando era joven y casi no había más computadora que “Matilde” en la UCR, me gané unos pesos mecanografiando un tratado sobre magia, escrito en francés. Dos cosas me llamaron la atención. Primero, que tratándose de un texto sobre magos y hechiceros, no mencionaba ni a una sola bruja. Fueron buenas, pensé, para ser mortalizadas en la hoguera, pero no para ser inmortalizadas en el libro. Segundo, que describía alegremente un ritual en un país africano, en el que se cortaba con cuchillos caseros el clítoris a las niñas para librarlas de toda futura impureza. De alguna forma sabrían que el clítoris es el único órgano cuya función exclusiva es generar placer, y que el número de sus terminaciones nerviosas duplica a las del pene. (¿Por qué a esta envidia nadie, ni Freud, le ha puesto nombre?) Con mal entendido respeto occidental, el libro sonreía y no se metía con la tal tradición. A las pequeñas, como consuelo, les regalaban un espejo. No tan lejos, en nuestro país, cuando pregunté extrañada a un ginecólogo por qué no permitía en las citas de sus pacientes la presencia de maridos, me explicó que algunos de ellos asistían para controlar (¡incluso con abogado!) el estado de salud de los genitales de su pareja, en busca de una venérea que confirmara infidelidad. O lo contrario: tratando de ocultarla, porque el infiel era él, la había infectado y necesitaba convencer al galeno de camuflar la enfermedad para que la esposa no se enterara.








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