“Mi propuesta no es de rezar el rosario mientras está jugando el Cartaginés”, dice Miguel Rivera en una charla ante un grupo de muchachos, la mayoría adolescentes, de la afición La Fuerza Azul. “Y vean que aquí yo no le he salido a nadie con la religión”, agrega el sacerdote, quien hace tres meses fue nombrado capellán del Club Sport Cartaginés.
Es cierto. Miguel se quitó el alzacuello y no ha hecho a nadie santiguarse.
Él insiste, más bien, en la dignidad que merecen todas las personas en un estadio y les propone a los jóvenes que, si ellos quieren, podrían conformar una afición ejemplar y respetuosa.
Rivera habla con los muchachos porque, además de ser el guía espiritual del equipo, quiere trabajar con la afición para reducir la violencia en las gradas.
Aficionado
El presbítero recuerda la primera vez que fue al estadio. Fue en el Fello Meza, su mano de niño tomada de la adulta de su papá. Jugó el Cartaginés contra Heredia.
“Ver la cancha tan grandota por primera vez impacta tanto como cuando uno conoce el mar”, recuerda Miguel, quien hoy tiene 38 años.
Él es párroco de la iglesia de San Esteban, en El Carmen de Cartago, y también es coordinador diocesano de la pastoral juvenil. El cura tiene un plan de trabajar con tribus urbanas, de ahí su esfuerzo por conversar con la hinchada de Cartago.
“El equipo Cartaginés posee elementos positivos que pueden reflejarse en la sociedad cartaginesa. La afición podría apoyar positivamente y no tener la agresividad que vemos en la mayoría de los estadios”, dice.
Según Rivera, el lenguaje que usa con los jóvenes debe ser diverso, y para ello no necesariamente los códigos de la Iglesia son los más efectivos. “No deben pensar que quiero volver el estadio en una capilla religiosa, sino en un sitio con valores”.
El primer acercamiento del capellán con el Club se dio con las ligas menores. Hace tres meses, fue que estrechó su relación con la escuadra mayor, y allí –según él cura–, encontró a unos jugadores de gran calidad humana.
Él vivió intensamente la culminación del campeonato y sufrió con la decepción de la derrota en la final con unos ojos que ya no eran los de un aficionado cualquiera.
“Como capellán del equipo, yo no veo 11 jugadores en la cancha, sino al jugador que me expresó que tenía miedo, al que tenía un problema familiar, al más espiritual, al que iba con más ímpetu. Esos ya no son jugadores del Cartaginés, son mis amigos”.
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