Entre oficinistas con su Tupper, vendedores de lotería, películas quemadas y recargas celulares; entre la indiferencia y la burla, entre la lástima y el saludo honesto, entre el San José cotidiano y popular, Mario Gilberto Solano Quirós se anclaba en una acera o frente a un ventanal, colocaba un tarro plástico a sus pies para recibir dinero y se entregaba a su papel golpeteando los mecates de una guitarra de juguete, murmurando una letanía ininteligible y monosilábica: ñeee .
Don Mario nació en La Unión de Tres Ríos (Cartago), en 1955 y falleció el 10 de octubre, poco antes de su cumpleaños 59.
Desde hace mas de 45 años salía de su casa, mañanero, peinado o ataviado con una gorra, camisa con faldas adentro, una guitarra de juguete –su herramienta de trabajo–, sonrisa desdentada, su ancha lengua fuera.
Las burlas por su retraso mental y la rutina del ñe confluyeron en el apodo que menguó a la persona y creó, desde la discriminación, al personaje: Marito Mortadela.
A veces en su canto se atisbaba alguna referencia a su mamá, doña Esperanza, fallecida cuando Mario tenía 14 años.
Para entonces ya solía tomar el bus a San José, acomodarse en una acera y hacer su numerito de canto y guitarreo, enamorarse de las dependientes de las tiendas y las viandantes, sufrir las burlas de unos, recibir la dádiva de algunos, el aprecio de otros.
La historia de Mario, sin embargo, es un esbozo de la situación de miles de personas con alguna discapacidad en Costa Rica, y de la interiorización como “cultura” y “patrimonio” de formas de discriminación y exclusión social.
A pesar de contar con una familia que lo mantenía, en su búsqueda de autonomía y huyendo de ver pasar la vida encerrado en las cuatro paredes de su casa, don Mario encontró en el espacio urbano su escenario.
Sin embargo, también era un sitio particularmente vulnerable para su dignidad; buscando su autonomía entró en el imaginario nacional como un activo más de la ciudad, caricaturizado para llenar de algunas monedas su tarrito.
Cuando se atragantó con un hueso de pollo y fue llevado de urgencia al hospital, parecía que las llamas cubrirían de nuevo la tienda La Gloria, como si una sierra degollara la estatua de Jeremías Springfield.
Muchos se preocuparon por Marito, pero no por don Mario. No por el adulto mayor con discapacidad que deambulaba por la capital en su trabajo informal, con un tarrito y una guitarra, vulnerable pero sonriente, con la sonrisa alegre del deber cumplido que algunos, a pesar de su dentadura completa, no conocen.
Ahora que hay quien sugiere hacerle una estatua, no sobra recordar que don Mario no era Marito, ni su vida puede resumirse en la rutina infantil del ñe .
A decir verdad, el ñe retrata mejor a la sociedad, tan hipócrita y cargada de prejuicios, que a don Mario.
Su sonrisa –y de quienes le dieron su cariño y respeto– retrata, eso sí, que el mal rumbo se puede corregir.
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