Déjeme. Déjeme recordar a Bolaños que da un giro, hace una pausa, la retiene, la piensa y ubica a Díaz solo, en el extremo izquierdo. Déjeme recordar a Díaz que la recibe y a Ruiz que pica de inmediato, en acto reflejo depredador, buscando el centro que soñó toda su vida. Déjeme. Déjeme recordar a Díaz que, contra el pronóstico de todos los escépticos, patea con el alma, no con la zurda, con el alma, ese mismo centro con el que Ruiz soñó toda su vida.
Quizá usted no entiende, déjeme también compadecerlo. Quizá usted ya olvidó, déjeme ofrecerle mis letras. Y el recuerdo, porque es tan mío como suyo, es nuestro, nadie nos lo arrebata. La postal animada está intacta: ahí va corriendo ese flaco antónimo físico de Cristiano, robándole la espalda a Italia entera y apenas arqueando la cabeza para desatar un segundo de drama y un minuto de júbilo. ¿Entró o no entró?
Ruiz corre con los brazos extendidos y la poesía se desata. Como si rindiera homenaje a Cayasso en la gesta del verano italiano, emula inconscientemente su gesto: se voltea. Se voltea porque quiere corroborar lo que ya sabe: fue gol, por amor de todo lo que es sagrado: fue gol. Mientras la nación entera se sacude en un solo grito aquel recuerdo del 90 empezaba a perder su categoría de mito y leyenda; nos volvemos a creer capaces de todo.
Esa es la magia del fútbol, eternamente marcada por un halo de inocencia propio de la infancia, cuando un par de pases con los amigos abrían la puerta a ese mundo liberador del gol. Por un instante, por ese instante, todo estaba bien. Así nace una pasión que luego que convierte en motivo y excusa para vernos y encontrarnos. Ya no solo para jugar, sino para conversar, compartir una cerveza, un almuerzo, una cena, o, ¿por qué no?, un gol inolvidable de un muchacho cualquiera de Alajuelita que de golpe nos elevó a la mejor de nuestras naturalezas, a la más cálida y vibrante humanidad. Salimos a las calles y nos abrazamos todos, propios y extraños, repartiendo sonrisas y vítores como si no hubiera mañana. Recuperamos aquella alegría camuflada a la que tanto rehuimos en el trajín de la adultez. ¿Cómo no celebrar una vida entera ese recuerdo?
Se dice que recordar es vivir: yo todavía vivo la cara de desconcierto de toda la Azzurri, las rodillas de la Celeste sobre la grama, el desconcierto de los ingleses, la odisea contra los griegos, la frustración de los holandeses. Tomando el eslogan prestado a los heredianos: ninguno pudo con la Sele. Ninguno. Nada importa más que creérsela y la Tricolor lo dejó clarísimo: ¿cuántas niñas y niños crecerán con esa lección entre ceja y ceja? Cientos de miles: no me hablen de placebos, opios ni circos, háblenme de gesta, inspiración, motivación. ¿Quién puede negar la piel de gallina? ¿Quién puede negar las ganas de jalarse un Brasil 2014 en su disciplina oficio o profesión? Nadie, y el referente está ahí, a la vuelta de la esquina.
No nos confundamos: nada tiene que ver el fanático delincuente que agrede, insulta, ataca o golpea. Nada tiene que ver el funcionario corrupto, que se aprovecha de nuestra pasión por el esférico para delinquir. Los criminales son siempre ellos, no el deporte, que como el niño o la niña que anota y extiende los brazos, nada sabe de lo perverso. La pelota amigos míos, no se mancha. El recuerdo tampoco.