Un año nuevo. Un año menos malo. Un año lleno de oportunidades, de posibilidades, repleto de ganas, de súplicas, de aparentes bendiciones. Un año para aprovecharlo, para sacarle el jugo. Un año para cumplir metas. Un año que nos alcance para más cosas. Un año más año.
Un año para iniciar la dieta, un año para comer comida chatarra a diario. Un año para ver las películas importantes que fingimos conocer en las conversaciones en los bares; un año para mirar por décima vez todos los capítulos de Friends , soñando con una vida con tanto tiempo libre como la de los personajes de la serie.
Un año con menos desgracias, un año menos cruel. Un año con menos muertos cuya música nos gusta, cuyas películas vimos cuando éramos niños; un año para darnos por el pecho lamentando cuánto vamos a extrañar al artista, proclamando cuánto nos definió para siempre, despotricando cuán malo ha sido el año que queríamos que fuera bueno.
Un año con menos tristeza, un año con menos excusas para quejarnos de lo malo que fue el año.
Un año para dejar de fumar, un año para embriagarse todas las noches. Un año para leer a Dostoievski y a Eco, un año para tuitear frases de Eco y de Dostoievsky. Un año con menos Facebook, un año con más historias en Instagram.
Un año más real.
Un año para hacer más amigos, un año para aceptar desconocidos en redes sociales. Un año para ser saludable, para matricularse en el gimnasio, para comer mejor; un año para hacer trampa y luego ignorarlo. Un año para convencerse de que se puede comenzar de cero. Un año para dejar de ser infiel. Un año para visitar más seguido a la familia; un año para sentirse menos solo.
Un año para ser mejores seres humanos. Un año para dejar de ser hipócritas, para dejar de saludar a las personas que no queremos saludar. Un año para renunciar. Un año para olvidar, para soltar, para enamorarse de la persona incorrecta una última vez, una vez más.
Un año más lento, un año para no pensar que cada vez nos quedan menos años enfrente, a nosotros y a los nuestros. Un año para pensar que quedan oportunidades, que este no es el final.
Un año, sobre todo, para recordar que las mediciones del tiempo no existen, que los años no son más que un contrato social que aceptamos a la fuerza –estemos conscientes de ello o no– para convivir en una sociedad presuntamente funcional; un año para recordar que los propósitos de año nuevo no existen, que solo existe la voluntad. Un año para recordar que el éxito y el fracaso solo tienen una cara, la misma: la que vemos todos los días en el espejo.
Un año que no echemos a perder a medio camino. Un año mejor. Un año nuevo.