Está considerado como una de las siete maravillas naturales de Costa Rica, y quienes tienen la oportunidad de admirar sus extensas llanuras arropadas por las montañas que conforman el Volcán Tenorio, confirman las razones que llevaron a Río Celeste a ostentar este título.
No es casualidad que viajeros provenientes de todo el mundo, especialmente de Europa, destinen parte de su tiempo a visitar este exótico lugar en el que confluyen una abundante biodiversidad, la promoción del turismo sostenible de sus habitantes y las ganas de explorar todos sus rincones.
Río Celeste es mucho más que una catarata, que una poza natural y que una impresionante flora y fauna. Su nombre engloba la posibilidad de experimentar, a flor de piel, esa sensación de sentirse agradecido por estar vivo, por superar retos que nos impone el cerebro y por la necesidad de dejar atrás esa imperiosa necesidad de querer hacer varias tareas a la vez.
Basta con tomar la decisión y emprender viaje durante poco más de cuatro horas desde San José hasta Bijagua, en Upala, Alajuela. Para algunos, la mejor ruta es llegar por la carretera 27 y desviarse en Cañas; otros, los que disfrutan conducir por espacios más abiertos y aventureros, tienen la opción de irse por La Fortuna de San Carlos. Al escoger cualquiera de las dos, tome en cuenta que hacerlo en un vehículo doble tracción resulta indispensable.
Una vez que inicie el viaje, ábrase a la infinidad de posibilidades de ponerse en contacto con su yo intrépido, ese que todos tenemos pero al que uno más que otros le dan la oportunidad de explayarse. Tenga por seguro que la experiencia valdrá totalmente la pena.
Paisaje en acuarela. El clima en Río Celeste tiene la particularidad de que, al estar localizado entre los cantones de Guatuso y Upala (Alajuela) y Cañas, Bagaces y Tilarán (Guanacaste) no sofoca ni atormenta. Según sus pobladores, los meses ideales para visitar el Parque Nacional Volcán Tenorio son los que van desde diciembre hasta abril, pues el verano le permitirá apreciar por completo la belleza del río.
“Nosotros tenemos la particularidad de que aquí llueve de ocho a diez meses al año, lo que hace que algunos días el río no se pueda apreciar completamente con su tonalidad celeste”, explicó Juan Pablo Potoy, el guía encargado de hacernos el recorrido por el parque.
La primera recomendación es clara: lleve zapatos cómodos, ropa ligera pero que a su vez le sea funcional para cualquier tipo de clima, repelente y mucha hidratación. Esto le será de vital utilidad para recorrer los casi cinco kilómetros de ida y vuelta en Río Celeste. Tome en cuenta que el horario del parque es de 8 a. m. a 2 p. m., y el costo de la entrada es de ¢800 para nacionales, mientras que para extranjeros es de $12.
Con una extensión de 18.478.94 hectáreas, en esta área se puede divisar una flora muy rica que incluye palmas, heliconias, helechos, bromelias, orquídeas y árboles como el aguacatillo, el zapote, el pilón y el jícaro danto. En cuanto a los animales –y si tiene suerte– podrá observar dantas, leones breñeros, manigordos, pumas y hasta jaguares.
Al llegar a la catarata, que es la primera estación del recorrido, deberá poner a prueba su resistencia: 253 escalones lo separan de este primer encuentro con el Río Celeste. Aunque su cerebro y cuerpo digan lo contrario, el esfuerzo bien vale la pena, pues al posar sus ojos en ella, el cansancio pasa a un décimo plano.
“El tono celeste del río es un efecto óptico del ser humano, debido a la dispersión de la luz solar. En estas aguas hay varios tipos de compuestos minerales (una sustancia blanca que recubre las rocas del fondo del río) como el aluminio, el silicio y el oxígeno, que es el responsable de reflejar los tonos celestes de la luz que llegan al río”, explicó nuestro guía, quien desde hace cinco años recorre con toda mística este intrincado camino.
Hasta este lugar usted se encontraría a mitad del camino; es ese punto exacto en el que su cuerpo le pide descanso, pero su curiosidad lo empuja a seguir adelante. Hacerlo le permitirá disfrutar de la majestuosidad de las montañas Tenorio 1 y 2, además de Montezuma, todo desde un mirador que servirá como enlace para poder tomar un segundo aire.
De allí en adelante, el sendero lo lleva hasta la llamada Laguna azul, una hermosa poza que se formó de manera natural, para continuar en los borbollones, que son las aguas burbujeantes en los que se liberan los gases del volcán por lo que el olor a azufre le dará la bienvenida en este punto.
El recorrido culmina en los teñideros, donde el efecto celeste tiene su origen gracias a la unión de los minerales que traen consigo las aguas de la Quebrada Agria y del Río Buena Vista.
La experiencia resulta gratificante no solo por la maravillosa sorpresa de apreciar –pero sobre todo valorar– este fenómeno de la naturaleza; sino que lo es por la confirmación de que por más que difícil que sea el camino, el final trae consigo una extraordinaria recompensa para el cuerpo, el espíritu y el alma.
Si bien el regreso hasta la salida del parque no representaría novedad alguna, la biodiversidad del camino confirma lo contrario. Las mariposas, entre las que destacan las morphos, van decorando el recorrido al posarse a lo largo de este bosque lluvioso, por lo que no existe ningún elemento que esté de más en esta maravilla natural, y eso es algo que hay que procurar mantener.
Luego de casi cuatro horas de caminata, Juan Pablo se despide no sin antes pedirnos que comentemos con nuestros conocidos la experiencia que vivimos, e instarlos a visitar el parque, ya que como dice él: “este es un tesoro de los costarricenses, por lo que debemos ser nosotros los primeros en promoverlo ante el mundo entero”. Es definitivo: nuestro guía está embelesado con la zona.
Turismo rural. Nuestra expedición continuaría junto a Edrey Madrigal, el encargado de liderar la cabalgata que nos llevaría a conocer un poco más la comunidad de El Pilón de Río Celeste, lugar en el que gran parte de su familia posee fincas autosustentables. Ese es parte del gran orgullo que profesa a quienes visitan sus tierras.
Durante aproximadamente una hora, este joven enamorado de sus raíces nos habló de lo importante que es para los lugareños cuidar su entorno, por lo que ellos mismos se han encargado de sembrar sus propias tierras, además trabajar con productos completamente orgánicos y generar la electricidad que consumen por medio de paneles solares.
“Somos de la creencia de que debemos convivir en armonía con la naturaleza, así que nuestro objetivo es transmitir eso a los turistas que nos visitan. Creemos que no existe una mejor manera de hacerlo que andando por todas estas tierras, eso les permitirá identificarse con nosotros y con nuestra causa”, explica mientras nuestros caballos comienzan a andar.
En el camino nos muestra distintas aves que surcan el cielo, el que para ese momento ya comienza a tornarse color naranja por el atardecer. Con su voz grave nos va explicando que, por la hora, quizás no llegaremos hasta el río como lo tenía previsto, pero que lo bueno había sido tener la oportunidad de observar loros y guacos, algo que según él, no es tan fácil.
Cuando el olor de las naranjas se entremezcla con el de mandarinas, gracias a la abundancia de árboles frutales a lo largo del recorrido, frente a nuestros ojos aparece el Lago de Nicaragua, que atraviesa por completo el horizonte. Es imposible decidir dónde comienza o dónde termina la belleza tan exuberante del hogar de Edrey, por lo que ahora entendemos por qué está tan ciegamente enamorado de ella.
“Viví varios años en New Jersey y, apenas pude, regresé aquí. Toda mi vida me críe en este lugar, por lo que al sentirme esclavo del trabajo tomé mis maletas y volví, pues aquí me siento libre. Estas tierras me enseñaron la importancia de trabajar por y para mí felicidad, no para ser un esclavo de mis tareas”, sentencia en un momento del trayecto, al mismo tiempo que nos ofrece unas mandarinas para degustar aún más el paseo.
Al ir ya de regreso, tras una breve visita al potrero, Edrey nos explica que esa es una filosofía familiar, y es la misma que aplican quienes se han involucrado en los negocios relacionados con el turismo. No hay duda alguna de ello, pues su papá y sus tíos son propietarios de Heliconias Lodge & Rainforest, lugar en el que pasaríamos la noche.
Con solo cruzar la entrada de este albergue, asentado en Bijagua, se percibe que son verdad cada una de sus palabras. La primera en confirmarlo fue Gisela Madrigal, al darnos la bienvenida y apresurarse a ofrecernos algo de tomar y de comer –quizás nuestras caras ya evidenciaban el cansancio físico, más no mental–, todo sin despegarse de una entrañable sonrisa.
Este lugar tiene una calidez inigualable que se ve reflejada en cada uno de los detalles con los que atienden a sus huéspedes. Ahí se ley aquello de conquistar por el estómago, pues la comida seduce por su sazón de hogar; igual la amabilidad con la guían a los huéspedes a sus habitaciones, mientras comentan sobre la belleza de los bosques que rodean el albergue, que está formado por cuatro cabañas y seis piezas standard .
“Casi todos los productos que utilizamos los sembramos y cosechamos aquí, por lo que realmente somos sostenibles. Esto pertenece a una asociación de siete u ocho agricultores de la zona, casi todos familia, por lo que quienes nos visitan sienten que son parte de nosotros y eso nos llena de orgullo”, dice Gisela.
Valiosa lección. Despertar tras una jornada extenuante resulta fácil si se hace acompañado por el cantar de los pájaros y de la tranquilidad arrulladora. La adrenalina por ir a explorar nuevos caminos, gracias a los puentes colgantes que hay en Heliconias, hizo que todo cansancio, dolor o desgano no existiera en nuestro vocabulario.
Para ese momento, y tras un sustancioso desayuno criollo, Fabio Araya se nos acercó para explicarnos cómo sería el recorrido de dos kilómetros y medio que haríamos en medio del bosque atravesando además tres puentes colgantes, que en uno de los casos mediría hasta más de 130 metros.
“Soy de San José y tengo tan solo una semana aquí, pues tuve la dicha de que me permitieran hacer mi practica en este albergue. Ha sido poco el tiempo, pero aquí hay gran cantidad de especies de aves, mamíferos y reptiles, como serpientes. ¿Qué es lo más les gustaría ver a ustedes?”, interrumpe su explicación como intentando sacarnos del cerebro la idea de toparnos con algunas de las culebras que coexisten allí.
Mientras respiramos profundo, al menos yo, quien no tengo reparos en admitir mi fobia a estos animales, nos adentramos a las más de dos horas de caminata que nos esperaban. Nuestro guía nos explicaba las distintas especies de heliconias e insistía en que miráramos bien el terreno, “por aquello de que una serpiente saliera a buscar sol”, – ¿de nuevo con el tema?– llegamos al primero de los puentes.
Ver desde otras perspectivas siempre nos abre el horizonte, nos expande los sentidos, por lo que a partir de entonces estuvimos atentos a pájaros tan exóticos como el trogón, ranas arborícolas, helechos y árboles con casi 150 años de existencia. Fue una aventura en toda la extensión de la palabra.
Si bien, hasta el momento era mucho lo aprendido, la lección más valiosa llegaría de la voz de Jesús Salazar, de la Finca Verde Lodge, lugar que tiene 22 años de trabajar bajo el sistema de turismo sostenible.
Acompañado de una larga rama que le sirve como bastón, este generoso hombre, que padece de mal de Parkinson desde hace 11 años, tuvo la labor de ser el líder del recorrido.
Una hora a su lado fue más que suficiente para entender el por qué, en un inicio, dijo que esta finca es lo que lo mantiene vivo.
“Hoy es un día terrible para mí, porque mi enfermedad me ataca más fuerte, pues los medicamentos ya no hacen efecto. Este lugar me dio la paz necesaria para lidiar con mi enfermedad. Su belleza es capaz de curar cualquier mal”, aseguró con una sonrisa mientras nos enseñaba al perezoso Goliat.
Sus manos temblorosas nos sirvieron de puente para apreciar distintas especies de ranas, serpientes y coloridas mariposas.
“Esa que va ahí es Brad Pitt, por no se le despega a esta otra, que es Angelina Jolie”, explica con una mirada pícara.
Finca Verde Lodge es un proyecto familiar, en el que el turista podrá no solo conocer la flora y fauna de la zona, sino también plantaciones de café y plátano.
“Aquí he asimilado el valor de algo tan sencillo de hacer tan solo una cosa a la vez, cada día de mi vida”, reflexiona Jesús.
Quizás sea eso lo que nos hace falta aprender: a saborear el placer que se siente de vivir un día a la vez.