Hace 25 años, Rodney King fue vapuleado por un grupo de policías luego de ser perseguido por una patrulla mientras manejaba borracho en Los Ángeles. El hecho fue capturado en video por un testigo que envió el material a un canal de televisión.
Antes de que dijéramos palabras como “viral” y que las redes sociales y los celulares ayudasen a registrar los incidentes de la mala conducta policial y su tratamiento diferenciado con las minorías, la injusticia de Rodney King dio pie a una conversación internacional sobre la brutalidad policial en Estados Unidos, especialmente con los negros.
La comunidad negra representaba el 13% de la población estadounidense en 1996, casi lo mismo que representa hoy. Los cuatro policías que agredieron a Rodney King no fueron inculpados al comienzo de la polémica, lo que en gran parte provocó los disturbios de Los Ángeles en 1992. El desorden duró seis días y dejó 53 muertes, más de 2.000 heridos y $1000 millones en pérdidas.
Durante los disturbios, King preguntó al país por medio de la televisión: “¿Podemos llevarnos todos bien?”. Después de las protestas, el caso fue llevado a juicio federal y dos de los cuatro oficiales fueron encarcelados consecutivamente. Rodney continuó una vida de escándalos e incluso participó en varios reality shows. Murió en 2012 ahogado en la piscina de su casa.
Poco antes de morir, King dijo en una entrevista: “La gente me ve como que pude haber sido como Malcolm X o Martin Luther King o Rosa Parks. Yo debí ver la vida de esa forma y mantenerme fuera de problemas, pero es difícil vivir tratando de cumplir con las expectativas de algunas personas”.
Pese a su incapacidad de ser el héroe social que no estaba obligado a ser, lo que no debe pasarse por alto en la historia de King es que, antes de que el pueblo levantase la voz y tomara las calles, y de que la opinión pública se manifestase en contra de que la agresión policial quedara casi siempre impune, los oficiales responsables fueron librados de toda culpa.
Con la complicidad del uniforme y de un sistema que es a todas luces desigual con la población negra, esos policías forman parte de una tradición en la justicia estadounidense que encubre y permite la agresión innecesaria y el sesgo. En 1992, solo por las manifestaciones, hubo más justicia que la que el sistema en su estado natural hubiera alcanzado.
En noviembre de 1992 se estrenó la película Malcolm X, del cineasta Spike Lee. Basada e inspirada en la vida del activista que formó parte del movimiento por los derechos civiles en Estados Unidos, durante la década de 1960, la película comienza con una escena que intercala con el video de la golpiza de los policías a Rodney King.
“Cuando Spike Lee luego muestra la violencia en contra de los negros que tomó lugar durante el movimiento por los derechos civiles (acontecido entre 1954 y 1968), el espectador queda perplejo ante las similitudes”, escribió el crítico de cine Ron Hogan en la Internet Movie Database en 1992.
“El punto de Spike Lee es que las cosas no han cambiado para las personas negras desde los tiempos de Malcolm X, y el video de Rodney King es un argumento muy persuasivo”, agregó el crítico. Un cuarto de siglo después, la brutalidad policial y su sesgo racial no solo sigue palpitante, sino que ha alcanzado nuevos niveles de violencia y preocupación.
Cada año, la policía estadounidense mata a más civiles en Estados Unidos, y en los datos existentes se muestra una evidente desproporción en el uso de la fuerza en contra de los afroamericanos, los latinos e hispanos, y los nativo americanos.
Quizá lo que ha cambiado en los últimos 25 años es que la tecnología ha permitido que ahora sea más fácil capturar en video la agresión policial e incluso recopilar información al respecto, algo que los departamentos de policía no facilitaron cuando King fue maltrecho y que no facilitan en la actualidad.
“El gobierno estadounidense no tiene un registro exhaustivo de personas muertas por la policía”, escribió el diario The Guardian en 2015, cuando lanzó The Counted, su propia base de datos –actualizada día a día– de las personas que mueren después de una detención policial. El año pasado, The Counted registró 1.146 muertes; este año, a comienzos de agosto, llevaba más de 650.
The Guardian argumentó que esos conteos son un requisito para tener una discusión pública informada acerca del uso de la fuerza por parte de la policía.
La falta de información ha sido un tema importante en la discusión de la tensión policial en Estados Unidos, especialmente desde que la conversación despertó en forma enérgica tras la matanza de Michael Brown.
En agosto de 2014, el video y la noticia de la muerte de este joven desarmado de 18 años, en una comunidad mayoritariamente negra llamada Ferguson, generó una oleada de descontento en Estados Unidos y provocó numerosas manifestaciones y movimientos sociales.
En un reciente reportaje sobre los defectos y virtudes de los medios de comunicación, la revista New York comentó: “Con todos los disparos sucesivos de la policía a hombres negros, se planteó la cuestión: ¿Por qué los medios no habían prestado la debida atención a los problemas de fondo antes de que las redes sociales forzaran el proceso? ¿Qué tanto esa falta de atención tiene que ver con la mayoría de blancos en los medios de comunicación?”.
Casos similares al de Michael Brown los hubo muchos antes y después, pero ese incidente específico –acontecido esta semana hace dos años– marcó el comienzo de una lucha que ahora cuenta con más herramientas informativas –como The Counted y decenas de investigaciones más– para respaldar su percepción de que la policía tiene problemas de violencia desmedida y, por si fuera poco, parece ser sistemáticamente racista.
Por ejemplo, ahora sabemos que de las más de 650 personas muertas por la policía este año, un 25% eran negros (que representan un 13% de la población del país). El único otro grupo étnico que sufre una mayor desproporción en el uso de la fuerza letal son los nativo americanos, que representan el 1% de la población.
El proyecto de The Guardian también reveló que la policía estadounidense mata a más personas en cuestión de días que las que la policía de otros países mata en años. Por ejemplo, en Inglaterra y Gales hubo 55 tiroteos fatales de policías en 24 años; en Estados Unidos hubo 59 en los primeros 24 días de 2015.
Según The Counted, es dos veces más probable que un afroamericano muera en manos de la policía, y los afroamericanos muertos por oficiales tienen dos probabilidades menos que los blancos de estar armados; una de cada diez personas registradas por The Counted tenía una enfermedad mental; un tercio de las muertes contadas en 2015 fueron declaradas “justificables” por el FBI.
El Washington Post (otro medio de comunicación que se ha abocado a investigar a profundidad la mala conducta policial) encontró que por cada mil personas asesinadas por la policía, solo un oficial es sentenciado por un crimen. Desde 2005, 54 policías han sido encarcelados consecuencia de sus actos violentos injustificados.
En 2015, a raíz de la información y el desencanto popular, se sumaron 15 oficiales más tras las rejas. Además, entre agosto de 2014 (cuando se suscitaron las protestas de Ferguson) y agosto de 2015, en 24 estados se pasaron 40 medidas para cambiar y mejorar la forma en la que la policía interactúa con el público.
Ahora, los policías de algunos estados deben portar cámaras en el cuerpo, se les ha limitado su uso de equipo militar y están recibiendo entrenamientos para prevenir y combatir el sesgo racial. El FBI, por su parte, prometió una base de datos amplia incluyendo todas las matanzas de la policía, pero no ha cumplido aún.
Según el Centro de Investigaciones Pew, el 84% de los afroamericanos siente que la policía los trata de forma menos justa que a los blancos. El 75% de la comunidad considera que ese trato también se calca en las cortes de justicia. Los videos y las consecuencias de los mismos han ayudado a probarlo al mismo tiempo que intentan enmendar el problema. En los últimos dos años han surgido cada vez más medios independientes a la mira de la vigilancia de la fuerza policial.
Sin embargo, los datos siempre se actualizan, y mientras el gobierno no lance información detallada y completa de todas sus fuerzas policiales, los datos disponibles se limitan a un porcentaje del conflicto y de los involucrados, no a la totalidad del problema.
Un estudio del National Bureau of Economic Research cambió algunas de las percepciones hace un par de meses, cuando fue publicado. La investigación comprobó que existe un sesgo racial en el uso de la fuerza de la policía, pero fue insuficiente para probar que existe sesgo a la hora de disparar.
El estudio se basó en más de 1.000 tiroteos policiales en Tejas, Florida y California, sucedidos entre 2000 y 2015. En Nueva York, otro estudio estimó que los negros tenían 17% más de probabilidades de experimentar uso de la fuerza por parte de policías.
No obstante, aunque muchos usaran el estudio para alimentar otra agenda, ese es un gran paso para continuar de forma racional una conversación necesaria: que los afroamericanos son tratados diferentes cuando interactúan con la policía, una clara violación a sus derechos humanos universales.
Pero el otro lado de la moneda también muestra resultados interesantes. Por ejemplo, este año la Washington State University reveló un estudio en el que concluyó que los policías se la piensan más para dispararle a un negro que a un blanco.
Ese mismo estudio afirmó que hay menos posibilidades de que un policía dispare a un negro desarmado que uno armado y que las matanzas injustificadas afectaron 27 veces más a los blancos que a los negros.
El mismo The Counted lo confirmó: al ser los blancos la mayoría de la población estadounidense, siguen siendo el grupo étnico que más muerte en manos de la policía. De los más de 650 homicidios de la policía de este año, 321 fueron contra blancos; casi la mitad del total.
Después de las protestas de Ferguson, decenas de manifestaciones han tomado lugar en distintas zonas de Estados Unidos, generalmente propiciadas por una sucesión de eventos similares.
Durante los últimos dos años, la brutalidad policial ha sido un tema recurrente en la prensa norteamericana, pero sin las redes sociales y los ejercicios de vigilancia ciudadana los medios probablemente seguirían ignorando el problema.
El 22 de noviembre de 2014, en Cleveland, dos oficiales recibieron una alerta de que había un hombre negro apuntando con una pistola a personas en un lugar público. Lo que no escucharon es que el llamante dijo que la pistola probablemente era falsa y que era posible que el hombre fuera joven.
Tamir Rice tenía 12 años y, cuando la patrulla llegó, corrió su mano como intentando agarrar su pistola falsa. En cuestión de dos segundos, uno de los policías le disparó varias veces. Rice murió en el hospital al día siguiente. Un video del tiroteo fue publicado y difundido por todo el país. Las protestas siguieron.
El 4 de abril de 2015, un hombre de 50 años llamado Walter Scott fue detenido porque su carro tenía una luz mala. Mientras el policía consultaba en la base de datos sus antecedentes, Scott salió del carro y empezó a correr por un pastizal.
El policía lo persiguió corriendo y mientras Scott le daba la espalda le disparó ocho veces. Un video de una transeúnte capturó los disparos y lo que parecía como un intento de encubrir el asesinato por parte de otro oficial.
Las manifestaciones no se hicieron esperar. El policía eventualmente fue condenado y salió de la cárcel en enero del año en curso, a la espera de un juicio en octubre.
Sin amenazar a los policías, según testigos que filmaron videos, los oficiales le dispararon antes de quitarle el arma. Los videos no muestran los disparos, pero se escuchan. Sterling murió a los 37 años y su muerte está bajo investigación por parte de varias instancias judiciales.
El pueblo volvió a marchar. Durante esas semanas, otros afroamericanos murieron. La mayoría estaban desarmados. Varios policías también murieron. El ambiente del conflicto, lejos de mejorar tras dos años de tensión, se enlodó más.
Al día siguiente de la muerte de Sterling, Philando Castile manejaba en Minnesota junto a su novia cuando lo detuvo una patrulla. El oficial dijo por la radio que la pareja parecía como que había cometido un robo, pero no tenía cómo comprobarlo.
Cuando llegó otro oficial de policía, los abordaron. No se sabe de manera exacta qué pasó, pero inmediatamente después de los disparos la novia de Castile transmitió un video en vivo en Facebook contando que su novio le dijo a los policías que tenía un arma registrada y que cuando él se movió un policía le disparó.
Luego de la muerte de Castile, el presidente Barack Obama dijo: “Cuando ocurren incidentes como este, hay una gran parte de nuestra ciudadanía que se siente como si, por el color de su piel, no están siendo tratados de la misma manera. Eso duele y es algo que nos debería de molestar a todos.
“Esto no es solo una cuestión de las personas negras, no es solo una cuestión de los hispanos. Este es un tema estadounidense que a todos nos debería importar”.
“Hay una diferencia cada vez que enfrentamos una investigación: siempre hay alguien al otro lado de la ventana, grabándonos y esperando a que hagamos algo malo”, dijo a la revista Time el policía Mischel Matos.
Hay casi 800.000 oficiales de policía en Estados Unidos, un país con una población de 320 millones de personas. Es decir: cada oficial resguarda, en promedio, a unas 400 personas. Sus trabajos son considerados de clase media, por conceptos salariales.
El pago anual promedio que recibe un policía es de $56.000 (unos ¢30 millones), muy por encima de los $35.000 en promedio que reciben todas las ocupaciones en Estados Unidos. Es común que les paguen horas extras y uno de sus beneficios es la posibilidad de pensionarse antes que otras profesiones.
Sin embargo, en el contexto de un descontento masificado por la prensa y una discusión sobre sus malas conductas –además de hechos de violencia recientes en contra de policías–, muchos oficiales han expresado temor por sus líneas de trabajo.
“Cada vez que un policía dispara su pistola, la reputación de todo el departamento está en juego”, dijo el capitán Joe Bologna a Time, en un extenso reportaje de portada publicado hace un año que explica el día a día de los policías en Estados Unidos después de las protestas ocurridas en Ferguson y del masivo escrutinio del que la fuerza ha sido objeto en estos años.
Pero hay más posibles problemas que la policía misma. Se estima que en Estados Unidos hay más de 300 millones de armas. El 67% de los homicidios se cometen con armas de fuego. El gobierno ha sido incapaz de regular la compra de armas, un mercado abierto en la mayoría del territorio estadounidense.
Lo paradójico es que antes de que salieran leyes para el uso de las armas, cuando muchos estadounidenses tenían una, la violencia era mucho menor que la actual. En cambio, en 2015, cerca de 13.000 civiles murieron luego de ser impactados por un arma.
“Las pistolas están literalmente en todos lados”, le dijo un policía a The Economist. “El problema de lidiar con armas es que si yo estoy hablando con usted y usted tiene un arma, la acción siempre le gana a la reacción”. Otra policía dijo, en ese mismo reportaje, dijo que si alguien la golpea, puede quitarle su pistola. “Necesitamos siempre estar un paso adelante, así que a veces usamos mayor fuerza”.
En ese artículo, otro policía hace esta declaración: “Cualquier uso de la fuerza se ve horrible aunque sea completamente necesario. Pero la prensa toma un incidente aislado y lo magnifica al punto que la gente piensa que así funciona toda la policía, y eso realmente golpea a los oficiales”.
En medio de tanta confusión, de tanta información que se contradice y de tantas agendas peleando al mismo tiempo, el público se casa con un lado y demerita al otro. Porque, cuando se habla de brutalidad policial, se habla en canales que superan los periódicos, las investigaciones y los videos en redes sociales; los deportes, el arte y las celebridades también juegan un papel relevante en esta discusión.
En febrero de este año, la cantante Beyoncé paralizó el foro con el video de su sencillo Formation, en el cual danza encima de una patrulla de policía y trata el tema de la brutalidad policial y del orgullo negro desde distintas aristas. Mientras un joven encapuchado baila frente a la policía, otro sostiene un cartel que lee “dejen de dispararnos”, una frase que se ha hecho muy común.
Beyoncé fue criticada por voces en pro de la policía por asumir una posición en contra de los jinetes que protegen al Estado. Las críticas se elevaron cuando la banda británica Coldplay la invitó a su presentación en el Super Bowl, y ella cantó la canción.
“Beyoncé ciertamente no es la primera celebridad en causar furor por insertar la etnia en su arte, pero hay una razón por la que sus acciones recientes están resonando”, dice una pieza de opinión en CNN. “Ella es una de las estrellas de color que –hasta ahora– ha estado por encima de la etnia para las audiencias más populares”.
Es decir, que para Beyoncé –una de esas tantas artistas afroamericanas que tienen éxito al punto que el público obvia su raza– salir a gritarle al mundo que es negra, en medio de esta tensión, era algo necesario.
Otros músicos como Kendrick Lamar y Blood Orange han incursionado en esta narrativa y se han convertido no solo en voces importantes para los afroamericanos, sino también para las demás etnias que buscan comprender y enmendar la situación.
En el plano deportivo, los jugadores del equipo de fútbol americano de los St. Louis Rams acapararon titulares a finales de 2014 cuando salieron a la cancha con las manos arriba, en claro reconocimiento de las protestas de Ferguson, cuyo eslogan fue “¡Manos arriba, no disparen!”, la frase dicha por Michael Brown antes de que le dispararan.
En la NBA, jugadores como LeBron James han usado camisetas con la frase “no puedo respirar” (dicha por Eric Garner, otra víctima policial) antes de jugar.
Por su parte, Michael Jordan reveló recientemente que donó $1 millón a una fundación policial y $1 millón a una organización de derechos civiles con el afán de ayudar a mitigar el problema, diciendo: “No puedo quedarme callado”.