En los últimos días, leí varios artículos interesantes sobre la glorificación que hacemos, cada vez con mayor frecuencia, de la palabra “ocupado”. “No puedo, estoy ocupado”. “¿Podés hacerlo vos? Estás más desocupado que yo”. Un amigo nos pregunta: “¿Cómo estás, cómo va la vida?”, y de inmediato le soltamos: “Diay, aquí, superbién, pero ocupadísimo, demasiado trabajo”. Lo decimos con mal disimulado orgullo: no tenemos tiempo para salir por un trago y ponernos al día, para pasear al perro con más frecuencia, para visitar a la abuela que nos hizo tamal asado. Estamos ocupadísimos.
Conozco una cantidad increíble de gente que vive muy ocupada. No han concluido una tarea cuando ya comenzaron otra, a veces están en varias, en mil cosas a la vez. La perspectiva de la desocupación es aterradora: no se puede estar sin hacer nada, no se puede tomar el sol en el patio, y mucho menos hacer una tamaleada: en eso se dura mucho y la verdad es que no tenemos tiempo. Mejor compramos los tamales. Mejor nos vemos otro día, porque hoy se me complica.
En el tortuoso camino de la ocupación, se nos olvida vivir la vida. Disfrutar de una buena comida, de una conversación amena, del cariño de nuestras mascotas. Caminar por la ciudad sin prisa, mirando a la gente, viendo vitrinas. La carga es más pesada porque estamos pensando, constantemente, en mañana. La ansiedad nos produce dolor de cabeza, insomnio, úlceras gástricas. Hoy podría ser un día hermoso que estamos desaprovechando porque nos urge que llegue mañana con nuevas ocupaciones, nuevas preocupaciones.
Todo esto lo digo con conocimiento de causa. Hace unos días descubrí que estoy en la antesala de lo que llaman “síndrome de estrés crónico”. Comenzó hace unos meses, con dolores constantes e inexplicables en las articulaciones, malestar estomacal permanente, mareos leves y una angustia irremediable. Entonces comencé a preguntarme por qué razón es que nos obligamos a llegar hasta las últimas consecuencias con nuestra salud. ¿Qué idea extraña nos hace pensar que, mientras más suframos, trabajemos y nos preocupemos, mejores resultados tendrá nuestro trabajo?
Hace poco más de un mes decidí bajarme de un tren que iba rapidísimo para comenzar a caminar por la vida. Aunque a veces me siento tentada a volverme a subir, para recuperar la sensación de “llegar más rápido” a un lugar que no existe, creo que mi calidad de vida ha mejorado lo suficiente como para hacer el esfuerzo. Haga el experimento: el sol mañanero sobre la piel vale cada minuto de su tiempo.