Nos encanta pensar que lo superficial es lo de menos, que las apariencias son secundarias y que lo que realmente cuenta cuando tratamos a una persona es lo de adentro. Amamos pensar que vemos personalidades antes que personas.
Sin embargo, esto bien podría quedarse en una buena intención porque nuestro cerebro está programado para recordar y preferir –incluso de forma involuntaria– a gente atractiva.
De acuerdo con un artículo publicado por la BBC, apenas se requiere posar la mirada sobre el rostro de una persona durante unos escasos segundos para construir ideas sobre su capacidad de liderazgo, su competencia o su fiabilidad.
“Aunque nos gusta creer que tomamos decisiones de forma racional, con frecuencia nos desvían las señales superficiales”, dijo a BBC Christopher Olivola, del Carnegie Mellon University, en Pittsburgh. “Las apariencias son señales superficiales y, sin embargo, muy fuertes”.
Desde luego, se trata de un prejuicio que poco tiene que ver con las verdaderas condiciones de la persona en cuestión; sin embargo, los efectos de juzgar a partir de apariencias son reales y palpables.
Durante la década de los noventa, el economista estadounidense Daniel Hamermesh había encontrado que las personas atractivas pueden ganar entre 10 y 12% más, en profesiones tan diversas como jugador de fútbol americano, abogado y, sí, economista.
De forma similar, el prejuicio facial puede resultar contraproducente para las personas atractivas.
Por ejemplo, cuando a una mujer se le dificulta conseguir trabajo porque se considera que su belleza merma su capacidad intelectual.
A la tendencia de juzgar a partir del rostro, algunos científicos la llaman, en inglés, faceism ; es decir, algo así como “carismo”. Asocian su prominencia con el culto a las celebridades y al físico.
De hecho, en tiempos previos, al carismo se le consideraba, meramente, un hecho desafortunado (algo así como “ni modo, esta es la cara que me tocó y así es la vida”).
Ahora, la comunidad científica que ha estudiado el carismo recomienda que este sea tratado como cualquier otro prejuicio; es decir, como una actitud a corregir. Después de todo, nadie se ha salvado de ser juzgado, para bien o mal, por su look .