La máquina de vapor marca Stevenson que estaba a su cargo se llamaba María Cristina . Era la número 58 y tenía una campana envidiable. Era de fabricación inglesa, pero él le colocó el nombre en español en honor a una famosa canción.
Otto Quirós López acepta haber sentido nostalgia el día en que tuvo que despedirse de ella, cuando la Northern Railway Company sustituyó la maquinaria de calderas por una flotilla de trenes de diésel.
Con María Cristina hizo innumerables recorridos entre San José y Limón, a veces con cuatro vagones, otras con seis; a veces con pasajeros y otras cargando palmito o madera.
En el camino, que demoraba entre seis y siete horas, pasaba todos los días por Cartago. Fue ahí donde el josefino encontró el amor una buena tarde en la que observó a quien sería su futura esposa tocando la campana de una escuela cercana a la estación de trenes.
Hoy, a sus 94 años, don Otto asegura que el tren le permitió conocer a Edna Silesky Sbravatty, con quien se casó en 1948, tuvo cinco hijos y se trasladó a Cartago, donde él reside hasta la fecha.
La anécdota sobresale en el cúmulo de historias que vivió en carne propia desde que a los 16 años –en 1946– entró a trabajar a la planta eléctrica de la Northern para luego pasar al taller, convertirse en maquinista y por último en inspector general.
“Era mucha la gente que se transportaba en ferrocarril y, aunque no había mucho tránsito, en aquel tiempo había agujas que bajaban cuando el tren pasaba”, dice.
En la parada de Cartago se subían vendedores de empanadas y sánguches de pollo. También era donde las brumas se atravesaban sobre la línea férrea y hacían del recorrido entre Ochomogo y Cartago uno de los más peligrosos de la ruta.
“A veces, uno trabajaba 15 ó 16 horas seguidas y por eso eran rutinas muy cansadas, pero igual llegábamos a las estaciones con puntualidad inglesa”, recuerda. En la década de 1950, el tren de carga salía a las 5:30 a.m.; a las 9:30, el de pasajeros; a las 12:30 p. m., “el Pachuco” , y a las 5:30 p. m., salía el que amanecía en Limón.
Don Otto se pensionó poco antes de que se suspendieran los servicios de carga y transporte de pasajeros de la ruta que pasaba por el Cartago donde se enamoró. Hoy añora el pito que el conductor de su máquina debía sonar con fuerza para avisar que María Cristina se aproximaba.