Como bien se ha formulado, “el pasado es un extraño país; allí las cosas se hacían de otra manera.” De otra manera, en efecto, se hacían en este país las cosas hará unos 50 años. Las familias podían ser de siete, ocho, diez hijos. Las señoras inmolaban la mañana de su sábado –el cráneo embutido en una secadora tipo casco de astronauta– en el salón de belleza. Los niños veíamos dibujos animados en inglés. No, no entendíamos inglés. Las señoras, hartas de peinarse extrañas melenas infladas plastificadas con laca, decidieron usar pelucas. (Que también eran extrañas melenas infladas plastificadas con laca.) A las jovencitas se les publicaba al cumplir quince, por tan digna hazaña, una foto de cuarto de página en el periódico (peinadas, ¿ah, no?, con la misma bendita bomba tiesa). Había marimberos que por cinco colones tocaban tres piezas al frente de tu casa.
Las mujeres no podíamos ir a la escuela con pantalones, teníamos que ir a la misa con velo, esconder la caja de toallas sanitarias como si fuera una deshonra familiar. Sólo había una única, inenarrable, espectacular escalera mecánica en el país: la del Banco Anglo. Ir a subirse era un paseo. El guardia nos odiaba.
Había niños con polio, gente con dentadura de oro, gente sin zapatos, gente sin pies, muchas señoras con hábito del Carmen. Fast-foods no había, ni había mujeres en las juntas directivas de nada, salvo en las de los clubes de jardines. No había Semana Universitaria. La inventaron después, para evitar que al inicio de clases les tijeretearan el pelo a los novatos. Y porque algún novato quedó ciego.
Ecología era una palabra ignota: botar monte no era deforestar, era progreso. No sabíamos que existieran los quesos italianos. Los holandeses sí: constituían la fuerza magnética que nos arrastraba a la Feria de las Flores.
Un adolescente, para ser novio de una muchacha, tenía que llegar, tocar la puerta, manifestar sus intenciones y sentarse en un sofá.
No sé qué habíamos hecho, pero en la escuela, en el recreo, nos daban cápsulas de bacalao. Si alguien era negro, le decían moreno. En octubre llovía a temporal cerrado, y en noviembre había sol y pericos. Siempre .
La Iglesia quería a todo trance tiranizar el cuerpo de las mujeres (desde cuánta piel expuesta hasta prohibir los contraceptivos), recibir privilegios del estado, decidir en asuntos laicos y, créanlo o no, pregonaba que el homosexual es un ser enfermo con tres salidas: la castidad, la traición a sí mismo o el infierno.
Pero, bueno… Todo eso ya pasó.