Este miércoles 1.° se va Justo. No sabremos si llegó finalmente el tiempo de Dios, pero sí habrá terminado su paso por la presidencia de la Comisión de Derechos Humanos del Congreso. Aunque nada es imposible en una Asamblea Legislativa díscola e incoherente, la reelección parece improbable. ¡Roguemos al Señor!
Para muchos, Orozco se va por la puerta de atrás. Encarna la verguenza de un error que no se rectificó, carga con la absoluta deslegitimación del puesto que ocupó, y arrastra el peso de sus propios gazapos y oprobios. Empeñado en legislar, gobernar e imponer a partir del dogma religioso y la creencia propia, se convirtió en el rostro visible de la Costa Rica más fundamentalista. El enemigo de la minoría sexualmente diversa, y como consecuencia, de los derechos humanos como concepto universal e igualitario.
Pero ese epílogo está incompleto, y probablemente es un análisis –nunca mejor dicho– injusto. Estoy convencido de que su posición en la historia será otra: nadie ha potenciado la conquista de la igualdad de derechos para las personas sexualmente diversas en Costa Rica, como Justo Orozco.
Lo primero que habría que conceder: Justo fue franco. A diferencia de otros diputados naguas meadas , él dice esta boca es mía, y eso se respeta. Lo que acostumbra a decir es pavoroso, pero es sincero.
Esos dichos y sus actos visibilizaron, en todo su esplendor, a ese segmento de nuestra sociedad aferrado a la preservación del status quo que priva de derechos a una minoría, por indiferencia (o decidida intención) de la mayoría.
En su flamante protagonismo, Justo radicalizó el discurso, lo que produjo polarización. La consecuencia fue la aglutinación del movimiento pro-derechos civiles, y la presión para que otros líderes políticos, medios de comunicación y ciudadanos de a pie tomaran una postura; cualquiera.
En la Comisión consiguió vetar el Proyecto de Ley de Sociedades de Convivencia, y retrasar lo inevitable algunos meses o años. Pero sus acciones detonaron la manifestación más masiva que haya visto este país, en pro de la igualdad de derechos para las minorías sexuales. Un músculo que no solo no habíamos visto ejercitarse, sino que probablemente no se habría despertado de no haber existido tan vil provocación.
Lo apuntaba entonces un editorial de este periódico: “Los políticos despiertan a la nueva realidad del activismo, que aprovecha las posiciones radicales de Orozco para labrarse un espacio en la vida pública nacional, con el indispensable ingrediente de la organización”.
Para este nuevo triunfo de los derechos humanos es solo cuestión de tiempo, porque “no existe nada más poderoso que una idea a la que le ha llegado la hora”.
¿Y Justo? Justo es recordar que nadie sabe para quién trabaja.