S i hay algo que encuentro inherente a mi personalidad es la capacidad de esperar. Inexorablemente, y de forma lúcida y muy consciente, dedico mis días al disciplinado ejercicio de la paciencia: espero a que sea la hora de llegar a casa desde el trabajo, espero a que llegue el momento de besar a mi chica, espero al tipo de la pizza, espero que llegue la temporada del fútbol, espero al estreno de una película en el cine, espero el bus y espero, casi siempre, buenas noticias.
Y ahora, a mi edad, también espero la hora de morir. Pero mientras espero, ejercito mi paciencia como una suerte de atleta estático.
Una de esas pruebas de resistencia, como si de una maratón se tratara, es Game of Thrones . Igual que las cervezas, la serie de televisión es una afición, que a fuerza de darme satisfacción inmediata, se ha convertido en una pública obsesión que ocupa una porción generosa de mi tiempo y atención. Si las cervezas hablaran.
Game of Thrones , un poco como la cerveza, tiene de todo: buen sabor, buen color, una grandiosa historia y un futuro garantizado. Game of Thrones , igual que la cerveza, tiene bestiales imperios económicos detrás, siempre listos a proveer dinero para garantizar la calidad del producto en los años por venir.
En el caso de la serie, está HBO. Una compañía arriesgada, libre de vergüenzas y sonrojos y, muchas veces, también de vanidades. Cuando se trata de poner su sello sobre algo, ya sea con una película con Michael Douglas como Liberace y Matt Damon como su amante, HBO apuesta, y duro. Y casi siempre gana.
Y es que producir una serie de la altura de Game of Thrones significa, o mejor, significó (empezó a emitirse en el 2011) caminar sobre hielo muy delgado. La producción de HBO está basada en A Song of Ice and Fire , una secuencia de libros escritos por George RR Martin (no tengo pista de qué significan las RR en el nombre), un tipo bonachón que recuerda siempre que se le mira a un Santa Claus de incógnito. Un tipo que lleva sombrero de marinero, tirantes para sostenerse los pantalones y ropa oscura todo el tiempo. Un Santa Claus mal disfrazado.
A Song of Ice and Fire tiene menos de 20 años de publicación, pero ya es un clásico moderno, que sin escándalo puede compartir estantería con El Señor de los Anillos o con el Ulises .
Así que atreverse a llevar semejante libro que ya roza en lo venerable a un elemento tan distinto como la televisión significó una responsabilidad, que de salir mal, se podría llamar error de dios.
El caso “Watchmen”
Ya hay antecedentes de fiascos épicos. En 2009, Zack Snyder puso en las salas de cine su versión de Watchmen , uno de los cómics británicos más complejos e interesantes del siglo. Watchmen es una clase de tesoro para sus fanáticos, una distopía ubicada en los años 80 que explora el miedo a la guerra nuclear, al papel de los gobiernos en los destinos del planeta y la autoridad. Watchmen explora sicológicamente a cada uno de sus personajes sin timidez de mostrar a sus héroes desvalidos, fanáticos, misóginos, con megalomanías, acomplejados sexualmente. El cómic es, al final, una mirada brutalmente honesta a la sociedad que puede dejar incómodos aun a los más cínicos.
Y la crítica cayó rendida a sus pies. Al punto que fue nombrada una de las cien mejores novelas publicadas en inglés desde 1923 por la revista Time.
Snyder y su estilizada película hicieron dinero. Pero incurrieron en el pecado capital de las adaptaciones: no contaron con la bendición del creador original. De hecho, Alan Moore, el legendario guionista del cómic y quien había sido el responsable de escribir ovacionados títulos como Batman , V de Vendetta , Desde el Infierno y Constantine , exigió que su nombre fuera borrado de los créditos de la cinta y rechazó cada centavo de beneficio por los ingresos de taquilla y marketing.
Snyder se convirtió, entonces, en un proscrito para la mitad los aficionados de Alan Moore y su película fue lapidada sin compasión.
HBO siempre supo eso. Y supo también evitar los errores. Su reto era no solo adaptar una serie de libros de culto, sino hacerlo mientras el producto original permanece todavía sin concluirse.
George RR Martin ha publicado cinco libros de su épica fantástica hasta la fecha. Y hace apenas unas semanas su editora anunció que la historia de Essos y Westeros, los dos continente imaginarios en el que se relatan las crónicas de tres líneas argumentales que son los hechos derivados por el deseo de sucesión al trono; las luchas en El Muro para evitar la invasión de los seres de hielo llamado los Otros; y la historia de los miembros de una familia desterrada que quiere regresar al poder perdido se contarán en tres libros más, para dejar un total de ocho.
La trama incluye dragones, incesto, honor, prostitución, traición, homosexualidad...
Game of Thones ya lleva cuatro temporadas, lo que significa que el material en el que se basa pronto se va a terminar y eso tiene a miles de fanáticos en el mundo con los dientes largos por la ansiedad.
La serie se ha tomado libertades, es verdad. Es imposible adaptar un conjunto de libros que pueden sumar seis páginas de material publicado, pero, a diferencia de Watchmen , Game of Thrones tiene sentado en la silla del guionista al propio Martin, quien ha sido el encargado de escribir, al menos, dos capítulos de cada temporada y además actúa como un consultor permanente de cada episodio.
Martin eligió personalmente a algunos de los actores para que encarnaran a sus personajes en la televisión. Peter Dinklage fue el primer actor escogido por el autor para que interpretara a Tyrion Lannister, el menor de tres hermanos de una de las familias más poderosas de Westeros, con un cerebro demasiado brillante y que es, además, un enano con piernas retorcidas y lengua picante despreciado por su padre y su hermana mayor.
Dinklage es uno de favoritos de los fanáticos por su papel como uno de los personajes que mejor entiende el juego de tronos. Y es que la serie se caracteriza por su violencia, ambigüedad moral, sexo, y sobre todo, por su capacidad de sacar del camino a héroes (si cabe la palabra) y villanos sin asomo de rubor en las mejillas.
Cada semana los fanáticos se sientan frente al televisor con el corazón en la garganta sin saber si algunos de sus más entrañables personajes seguirán con vida para el siguiente episodio.
Se ha llegado a crear una suerte de show paralelo exclusivo solo para quienes han leído todos los libros y que, como gitanos adivinadores, saben desde antes los truculentos desenlaces que se avecinan. Estos que han visto el futuro se dedican a ver a sus compañeros retorcerse los dedos ante la forma en como las reglas de triunfo de los héroes se van por un hueco negro.
Y tal vez ese sea el éxito del programa. Que juega con sus propias reglas. No se trata de capturar al público con píldoras dulces. Bien lo dice uno de los personajes de la serie, Cersei Lannister: “En el Juego de Tronos ganas o mueres”.
El cóctel televisivo ha funcionado: 6,6 millones de personas sintonizaron el primer capítulo de la cuarta temporada el pasado 6 de abril, 2,4 millones más que quienes vieron su estreno en 2011. Y en un hecho sin precedentes en la televisión, las temporadas cinco y seis ya se anunciaron para el 2015 y 2016. La noticia se dio apenas 24 horas después de emitido el último capítulo de esta última temporada que acabó justo antes del inicio del Mundial.
Lo que queda ahora es el ejercicio de la paciencia. Como es usual ya, tanto en los libros como en la serie, el final solo deja preguntas que a veces, igual que si fueran fantasmas, atormentan en las noches y no dejan dormir.
Para quienes no han leído la obra de Martin lo que queda es un año de espera. Algo que yo no dudaría en llamar síndrome de abstinencia. Un año sin Game of Thrones es una medida válida de tiempo. Un año de espera.
Es un año de seguir esperando: que se acabe el trabajo para ir a casa, esperar para ver a la chica que amo, esperar a que la muerte llegue. O mejor, que no llegue y que pueda vivir para ver el final de Game of Thrones , porque en el juego de tronos el que no gana muere. Amén.