Abre los ojos; son las tres de la mañana. Es hora de iniciar la jornada. Marco se levanta con sigilo, pero es inevitable inquietar el sueño de su bebé. El llanto hace que el resto de niños en el cuarto hagan el amague de despertarse; pero Priscila, la madre de los pequeños, acostumbrada a la rutina de cada día, logra que todos se vuelvan a dormir.
Todavía no amanece cuando toma el primer bus, el que lo encamina a San José. Su primer destino es el mercado Borbón, donde compra un montón de culantro y un saco de limones a uno de los proveedores que vienen de las zonas agrícolas. Negocia, regatea y listo. Ya tiene la mercancía del día.
Camina unas cuantas cuadras para llegar a su “oficina”: una esquina de la avenida segunda, en el centro de San José, donde ofrece el producto, tal y como lo ha hecho en los últimos 12 años.
Un par de horas después, tras dejar a sus tres hijos en una guardería estatal, Priscila, su pareja, se une al trabajo.
Entre los dos, la ganancia del día asciende a unos ¢10.000. Con eso se la juegan para cubrir los gastos de los chiquillos –leche, pañales, comida, ropa–, pagar los ¢60.000 mensuales del cuarto que alquilan en un barrio marginal de San Diego de La Unión, y tener para los gastos “extra”.
Un día sin trabajar es un día sin comer y ellos lo saben. Por eso, no les importa lidiar con la lluvia, el sol, las negativas de los transeúntes o la persecución sistemática de los policías municipales, quienes, con operativos y decomisos, les recuerdan que las ventas ambulantes están prohibidas .
Más que preocuparse por ellos mismos, piensan en sus hijos. Porque más que sobrevivir, se trata de sacar adelante a la camada.
Marco Ramírez Salazar tiene 22 años y Priscila Cordero Hidalgo, 19. Son padres de tres chicos y de uno que viene en camino, pues ella tiene cuatro meses de embarazo.
“Dependemos del clima y del humor de la gente. Nunca se sabe cuándo puede ser un día bueno y cuándo uno malo.”, resalta el joven.
{^SingleDocumentControl|(AliasPath)/2012-09-23/RevistaDominical/Articulos/RD23-SUBEMPLEO/RD23-SUBEMPLEO-REC2|(ClassName)gsi.gn3quote|(Transformation)gsi.gn3quote.RevistaDominicalQuoteConExpandir^}
Esta pareja, empleada de nadie, dueña de nada, vive de la economía informal . En Costa Rica, uno de cada tres trabajos pertenece a esta categoría, caracterizada por la incertidumbre y la necesidad. En total, son 647.000 trabajadores, según se desprende de la Encuesta Continua de Empleo del Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC).
El escritor uruguayo Eduardo Galeano los bautizó como “los nadie” en un texto del mismo nombre. “Los nadies: los hijos de nadie, los dueños de nada. Los nadies: los ningunos, los ninguneados, corriendo la liebre, muriendo la vida, jodidos, rejodidos... Que no son seres humanos, sino recursos humanos. Que no tienen cara, sino brazos. Que no tienen nombre, sino número”.
Para el INEC , son la suma de los trabajadores asalariados sin seguro social, los independientes que son dueños de empresas informales (no están inscritas en el Registro de la Propiedad o no llevan una contabilidad formal), los denominados auxiliares y quienes laboran para empresas informales, pero no reciben un salario.
Son los que vemos, pero no les ponemos atención; en medio de los carros cuando el semáforo se pone en rojo ; en la avenida central estorbando el paso con tiliches; piloteando una lancha en algún puerto, labrando la tierra ajena o cortando el zacate de alguna propiedad privada.
No tienen derecho a enfermarse, a vacaciones o a pensión, porque laboran al margen de la economía por la básica recompensa del arroz y los frijoles.
‘Pellejéandola’
Natalia Morales Gutiérrez, economista del programa Estado de la Nación , explica que la principal característica de quienes conforman la “planilla” de la economía informal es que fueron expulsados (desertaron) del sistema educativo y ahora no tienen las “herramientas necesarias” para acceder a alguno de los trabajos con remuneración digna y garantías laborales que ofrece el mercado.
“Sin duda, les gustaría un mejor empleo, pero están muy limitados. No hay trabajos para ellos. Es gente que tiene dos opciones: o espera a que se genere un puesto laboral de acuerdo con sus capacidades, o lo resuelve por cuenta propia. De ahí que muchos terminen en el sector comercio, sin garantías”, explica la experta.
{^SingleDocumentControl|(AliasPath)/2012-09-23/RevistaDominical/Articulos/RD23-SUBEMPLEO/RD23-SUBEMPLEO-piefoto|(ClassName)gsi.gn3quote|(Transformation)gsi.gn3quote.RevistaDominicalQuoteConExpandir^}
Pese a llamarse como uno de los personajes más conocidos del escritor costarricense Carlos Luis Fallas , Marcos Ramírez nunca leyó ese libro, pues “se salió” del cole en sétimo año para dedicarse de lleno a trabajar. Él se gana los cincos en la calle desde que tiene 10 años. Su compañera Priscila apenas llegó a sexto grado.
Las oportunidades de capacitarse para buscar un empleo formal, son limitadas, reconoce Marcos, pues todo su tiempo se va en trabajar y en tratar de generar un poco de plata.
“Yo no me enfermo, no me puedo dar ese lujo. Vivimos al día, y pase lo que pase hay que venir a trabajar”, afirma.
Esa es la tónica en la calle: gente esforzada que, como se dice popularmente, “la pellejea ” y no agacha la cabeza pese a las circunstancias. Su consigna es ganarse la vida honradamente, pese a lo duro.
Mauren Jiménez Abarca es otra trabajadora informal. Tiene 41 años y labora todos los días en la carretera que conecta con la ruta 32, a la altura del diario La República.
Esta mujer camina entre los carros ofreciendo el producto de la temporada que, en setiembre, mes de la patria, son banderas nacionales.
Tal y como lo hace la mayoría de vendedores ambulantes, Mauren compra su mercancía al por mayor en almacenes de chinos, en el centro de San José, y después busca venderlos al detalle. La ganancia por unidad oscila entre el 70% y el 100%.
{^SingleDocumentControl|(AliasPath)/2012-09-23/RevistaDominical/Articulos/RD23-SUBEMPLEO/RD23-SUBEMPLEO-summary|(ClassName)gsi.gn3quote|(Transformation)gsi.gn3quote.RevistaDominicalQuoteConExpandir^}
Si el producto no se vende, la inversión se pierde. Este año, la demanda de banderitas, cuenta doña Mauren, ha estado por los suelos. Si acaso está ganando ¢3.000 por día, con una jornada de 8 a. m. a 6 p.m.
“Viera qué feo que está esto, yo no sé si es porque la Sele pierde a cada rato, o porque el país anda mal y ya no hay patriotismo; pero no se vende nada”, cuenta con buen humor, pese a las circunstancias.
Ella vive junto a su marido en el precario Triángulo de la Solidaridad, en Calle Blancos de Goicoechea. Por el ranchito en que habita debe pagar ¢2.000 cada día, aunque a veces no le queda más que pedirle chance al señor que se lo alquila.
En cuanto a la comida, dice que sigue “la dieta de pobre”: arroz, frijoles y huevo. “Bueno, ahora esa también es comida de ricos, porque las cosas andan mal...”, insiste.
Sus principales temores son enfermarse (pues no tiene ningún tipo de seguro médico, ni cotiza a la seguridad social) y que la asalten. Hace dos semanas le robaron ¢15.000, ¡una millonada!
Las mujeres son las más afectadas por problemas de empleo. La economista Natalia Morales destacó que ellas tienen –por una construcción social– obligaciones familiares y domésticas que deben armonizar con sus labores remuneradas, lo cual se traduce en jornadas dobles y triples. Además, se les dificulta más ser contratadas y cumplir con determinados horarios (deben amamantar, recoger a los niños, cuidarlos cuando están enfermos). Los empleadores, entonces, las ven como “menos productivas”.
Más pobreza
Al no haber suficientes opciones laborales dignas o formas efectivas de incorporar a esta población a las existentes, la pobreza se acentúa y se genera un círculo que afecta a las nuevas generaciones.
Morales destacó que en el país la situación se ha empeorado en los últimos años. “Costa Rica se caracterizó por tener un desempleo y un sector informal de los más bajos en Latinoamérica; pensamos que no era un problema serio y nos quedamos dormidos”, analiza.
Datos del INEC revelan que la pobreza pasó de 21,3% en el 2010 a 21,6% en el 2011, y la atsa de desempleo, de 7,3% en el 2010 a 7,7% en el 2011.
Por ejemplo, para los hijos de Priscila y Marcos: Génesis (3 años y ocho meses), Jeferson (2 años), Kileisha (siete meses) y el bebé que está por llegar al mundo, las posibilidades de salir de pobres son una quimera.
{^SingleDocumentControl|(AliasPath)/2012-09-23/RevistaDominical/Articulos/RD23-SUBEMPLEO/RD23-SUBEMPLEO-quote|(ClassName)gsi.gn3quote|(Transformation)gsi.gn3quote.RevistaDominicalQuoteSinExpandir^}
En el cuarto que alquilan no solo viven los ya mencionados. Hay que sumar a la hermana de Priscila, Hazel, y a su hijo de año y medio de edad, Keylor. También a un amigo de Marcos, a quien le dan techo pues no tiene otro lugar adonde ir. “Vivimos como salchichas”, reconoce Marco. El cuarto , hecho de latas y madera, mide unos 15 metros cuadrados.
Condenados
Hay también quienes recurren al comercio informal por una condena de su pasado; porque sus acciones del ayer les han cerrado puertas. Muchos se ven fuertes y con energía, parece que podrían trabajar en construcción o en una fábrica, pero no consiguen la oportunidad.
“Mi hoja de delincuencia no está manchada; está negra”, dice Luis Eduardo Mora Cordero, un vendedor ambulante que ofrece chiles en plena avenida central.
Él confiesa que robó y asaltó y que eso lo llevó a la cárcel. Después, una vez libre, las opciones de ser contratado fueron nulas.
Dice que hace seis años anda “bien portado” y se gana la vida honradamente. Con ese dinero mantiene a su hijo, a dos sobrinos y a su madre.
“Gano lo necesario, lo justo. Claro, hay que ponerle acá; los chiles no se venden solos. Hay que llegar temprano y pulsearla ”, comenta este vecino de La Aurora de Alajuelita.
En la calle, vendiendo aromatizantes para automóvil, nos encontramos también a Óscar Olivar, quien hace tan solo cinco años vivía en las calles consumido por su adicción al crack .
“Andaba pidiendo plata para comprar droga, vestía harapos y estaba sucio. Toqué fondo, pero con la ayuda de Dios, pude salir de eso”, cuenta Óscar, quien pese a no encontrar un trabajo formal, logra ganar el sustento del día a día.
Siempre anda bien presentado y, para él, es una forma de demostrar que “lo peor ha pasado”. Contento con su trabajo, cuenta que en diciembre se va a casar. Sin embargo, no tiene entre sus planes cambiar de oficio; actualmente le va bien y se encuentra feliz.
Otra que tampoco se queja es Alexa Mujica, de 25 años, madre de un niño y con cinco meses de embarazo. La joven vende perros de peluche en los alrededores de la plaza de la Cultura.
“La plata está en la calle, es cierto que es duro, pero se sale adelante”, asevera, al tiempo que destaca que los que sufren “más palo” y trabajan más son los nicaraguenses.
Existe el imaginario de que la mayoría de ventas ambulantes están a cargo de personas de dicha nacionalidad, pero eso es falso. El director de la Policía Municipal de San José, Marcelo Solano, confirmó que el grueso de quienes se dedican a esto, al menos en la ciudad capital, son costarricenses. De hecho, todos los entrevistados para este reportaje son ticos.
Acciones
Las autoridades del Ministerio de Trabajo están conscientes del problema de la economía informal y han lanzado una serie de proyectos para afrontarlo; entre ellos, la campaña por el respeto al salario mínimo. Además, se firmó el Acuerdo para el Programa Nacional de Trabajo Decente, entre el Gobierno y los empresarios.
Pero la acción más importante, detalló la ministra de Trabajo, Sandra Piszk, es el programa ‘Empleate’ , el cual empezó el año pasado y tiene como población meta a 40.000 muchachos con edades entre los 17 y 24 años, desempleados e inactivos.
La propuesta consiste en brindarles formación, capacitación técnica y competencias sociales vinculadas al empleo, con el apoyo de la empresa privada y el Instituto Nacional de Aprendizaje. A la fecha, se han brindado becas a 2.000 jóvenes.
Para Natalia Morales, estas iniciativas son positivas, pero el plan debe ir más allá. Se requiere, a su criterio, una estrategia país, en donde haya una formación continua para las personas, fortalecimiento de programas para evitar la deserción estudiantil y un verdadero compromiso del sector empresarial.
Al ser las 7 de la noche, cuando ya no hay más culantro ni limones, Marcos Ramírez regresa a su casa. Su compañera, Priscila, se marchó unas horas antes para recoger a los niños.
El proveedor llega a su hogar, come lo que hay en el plato, alista a los pequeños para que se vayan a la cama y se acuesta por fin a descansar.
Quiere dormir, pero las preocupaciones invaden su cabeza, ¿cómo estará el día mañana?,¿venderemos lo suficiente?, ¿tendremos qué comer?, ¿saldremos adelante? Piensa y repiensa hasta que sus párpados no dan más y sus ojos se cierran.