8/1/13.Recorrido por dos sucursales de la compra y venta La Cueva,Desamparados y San Jose centro,donde personas empean desde una dentadura hasta un empo por joyas de 10 millones de colones,algunos lloran al dejar su articulo reciencomprado en diciembre,o caras de resignacion,muchas de estas personas no quisieron salir en fotos. (JORGE CASTILLO)
Quien fuera el rey y centro de atención, el que ocupaba un puesto privilegiado en la casa, encantador de miradas y generador de sonrisas, ahora yace en una bodega junto a decenas de “congéneres” que tuvieron su misma suerte, momificado en una capa de plástico y con una etiqueta blanca que muestra su fecha de ingreso e ignora la de su salida.
Este televisor de pantalla plana de plasma, de 50 pulgadas, llegó a la casa de empeños La Cueva el 28 de diciembre pasado.
Max Artavia Quirós, asistente de gerencia de ese establecimiento, especula sobre lo que parece una obviedad: “Fue un regalo de Navidad, o alguien que lo compró en las promociones de diciembre. Casi no lo han podido disfrutar”.
Cada día, de este enero cuesta arriba , en el local La Cueva en San José, llegan en promedio unas 20 pantallas planas.
Justo al lado, en la joyería de la misma empresa, la dependiente Montserrat Rivera Montero muestra unos anillos de matrimonio de oro, de 14 quilates.
“Estas cosas se van como pan caliente, igual que los anillos de compromiso: vienen las parejas enamoradas haciendo planes de boda”, relata la muchacha.
Poco les importa a los tórtolos que esos anillos pertenecieran a unos esposos que se deshicieron de ellos, que los llevaron a empeñar y los dejaran perder a cambio del 30% ó el 50% de su valor.
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“A la gente eso no le molesta, buscan algo bonito y a buen precio; no les interesa la historia de los anillos”, explica Montserrat, dándole una bofetada al mal
Max, quien lleva 13 años de laborar en empeños, comenta que son muchos los casos de matrimonios rotos que llegan a dejar los anillos a La Cueva.
También, añade, son numerosos los arrepentidos que llegan a empeñar –sin intención de recuperar– anillos de compromiso, y hasta hay quienes, además del aro, se deshacen de la lavadora, la cocina y la refrigeradora que habrían comprado para el nuevo hogar que nunca se formó.
Unos pasos a la izquierda de la joyería está el mostrador de la casa de empeños, espíritu y esencia del local. Allí es donde los clientes llegan a mostrar un artículo para que los peritos les ofrezcan algo a cambio.
Presto a empeñar su guitarra estaba Martín Gerardo Barboza Navarro, un músico que quiere dejar de ser músico.
Después de muchos años de tocar en la antigua Esmeralda y ver que cada vez tiene menos suerte para recibir dinero a cambio de sus melodías, decidió deshacerse de lo que fuera su machete de trabajo.
Ahora, narra el señor de 50 años, se dedicará a la pintura de brocha gorda. No muestra tristeza; por el contrario, ve con positivismo su nueva vida, pues estará lejos del trago y de las trasnochadas.
Las casas de empeño son casi tan viejas como la maña de pedir fiado. Son la caja chica de quienes tienen una emergencia económica.
Con 43 años de vida, La Cueva es el principal referente. Además del establecimiento central, situado en San José, tiene cinco sucursales. Su nombre se debe a que inició como un pequeño y escondido comercio, el cual parecía una cuevita.
Otra que también tiene canas es La Internacional, ubicada cerca del mercado josefino Paso de la Vaca.
Hace 12 años se sumó a la competencia Prestafull, la cual tiene 23 tiendas, y también está Prestamás, entre otras.
Pero así como surgen nuevas, otras desaparecen y muchas han mutado a compraventas , la cuales se dedican, tal y como su nombre lo explica, a vender y comprar artículos usados.
En las casas de empeño, en cambio, se otorga un préstamo prendario con desplazamiento. Básicamente, el cliente recibe un crédito por el cual da como garantía un artículo que sigue siendo de su propiedad.
Kevin Serrano Arroyo, encargado del establecimiento de Prestafull en San José, indicó que al cliente se le paga entre un 30% y un 50% del costo del producto. Cada artículo es evaluado e inspeccionado por peritos (empleados del comercio) para detectarle fallas o defectos.
El cliente debe pagar intereses mensuales por el producto, lo cuales van de un 5% a un 20% (dependiendo del local) del crédito concedido. Si pasan tres meses consecutivos en que no se cancele tal pago, la mercancía se vende o remata.
De hecho, las casas de empeño tienen productos en exhibición, como cualquier otra tienda o joyería. En algunas de estas tiendas hasta dan garantía por el producto, pese a que sea usado.
Ahora bien, si se pagan los intereses religiosamente, el artículo puede seguir guardado durante años.
Para este primer mes del año, las urgencias de dinero hacen crecer el volumen de los artículos en un 15%. Pagar el marchamo, costear la entrada a clases (universidad, escuela o colegio) y saldar deudas nacidas en diciembre, son las clásicas razones que ponen a muchos a correr.
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Serrano, de Prestafull, y Esquivel, de La Cueva, coinciden en que lo que más se llega a empeñar es oro, seguido por televisores, aparatos de DVD, Blu-Rays, electrodomésticos y computadoras.
Entre la lista de artículos que no se reciben, figuran armas, radios de carro y teléfonos celulares, ante la duda de que estos puedan ser robados (
A las casas de empeño llegan todo tipo de personas: abogados, médicos y hasta diputados, según comentan los encargados de los locales. No obstante, el grueso de clientes son obreros, comerciantes y jefas de hogar.
El martes pasado, en el local de La Cueva en Desamparados, con cara triste y afligida, una trabajadora de supermercado llegó por primera vez a una casa de empeño. En una bolsa, llevaba un televisor de pantalla plana de 24 pulgadas.
Habla con los peritos, quienes examinan el producto. Ella dice que lo compró en diciembre y que le costó ¢170.000. Le responden que pueden darle ¢35.000. Ella reflexiona. Su rostro se pone en pausa, queda muda, congelada... hasta que por fin asiente desganada con la cabeza. Se llama Hilda y tiene 33 años. Cuenta que el dinero es para su hijo de un año, a quien debe comprarle leche.
Intenta explicarme que el papá del chiquito le quedó mal con la pensión , que hace tiempo no le da nada, que ya se fue a quejar a los juzgados, pero que no le dan solución. Todo eso quiere explicarme mientras cuatro lágrimas se deslizan por sus mejillas, corriéndole el maquillaje, al tiempo que se le quiebra la voz...
Luego llegó un sujeto a empeñar un lujoso y llamativo reloj; no quiso dar su nombre, pero en La Cueva aseguraron que era un cliente frecuente. Les cuenta a todos que el día anterior lo asaltaron y necesitaba plata.
Dice que los ladrones se aprovecharon de que estaba “enfiestado” (tomado) para hacer de las suyas. “Por eso no hay que llevar plata cuando uno sale a tomar guaro”, asevera.
“O mejor no salir a tomar guaro”, le responde Josué Soto Pérez, encargado del local.
“¡Ah, eso sí que no!”, brinca el cliente, quien con los ¢50.000 que le dieron por su reloj se encaminó de nuevo a “la fiesta”.
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Como este sujeto, hay muchos... Los días en que más llega gente a empeñar, por lo general son los sábados (para tener dinero y poder irse de fiesta o de paseo) y los lunes (porque todo el dinero se gastó precisamente en la fiesta o el paseo).
Vimos también a Daniel Vindas, un desempleado urgido de comprar un medicamento, quien llegó a empeñar un DVD por ¢10.000. “Con esto no me alcanza, pero voy juntando poco a poco”, dijo de prisa y angustiado.
Las caras de nostalgia al dejar un objeto son compensadas –dicen los trabajadores de las casas de empeño– por la alegría, o al menos satisfacción, de las personas cuando lo recuperan.
Tanto en La Cueva como en Prestafull aseguran que, en el 70% de los casos, el artículo retorna a su propietario.
Josué Soto destaca además que con los créditos que se otorgan, las personas pueden iniciar un pequeño negocio o estudiar.
Varios muchachos empeñan su
La convicción de los clientes por no perder sus pertenencias es otro elemento esencial.
Muestra de ello es que, en La Cueva de Desamparados, hay un lote de cadenas de oro que fue empeñado por ¢17.000 en mayo del 2008. Cada mes, su dueño paga los ¢1.700 de intereses. Han pasado 55 meses, por lo que, en total, esta persona ha cancelado ¢93.500.
Actualmente, el lote de cadenas tiene un precio que ronda los ¢80.000. ¿Por qué su propietario no paga los ¢17.000 para retirarlo? Nadie lo sabe...