¿Delfines en huelga de hambre o decididos a acabar con su vida golpeándose ferozmente contra las paredes de su alberca? Tristemente, estas no son dos imágenes de la ficción. Suceden en la realidad, según lo comprobaron dos científicas de la Universidad Alexandra Ioan Cuza de Iasi, en Rumania, y figuran entre las posibles reacciones de algunos delfines cuando son trasladados del océano al cautiverio.
Si ha pensado en irse de vacaciones a nadar con delfines o a algún acuario donde pueda alimentarlos, quizá le interese saber un poco más de este estudio hecho por Ligia Dorina Dima y Carmen Gache, quienes pasaron años observando delfines en el Mar Negro y luego en un acuario llamado Constanta.
Sus hallazgos dejan claro que pasar del mar a ambientes cerrados es una dura experiencia para estos cetáceos. Son aislados de su grupo familiar, por lo que su sistema de comunicación con los pares queda sin utilidad. Además, cambian un hábitat de espacio infinito por una piscina de área limitada, no importa cuán grande sea.
Por último, las condiciones los obligan a dejar de ser depredadores de peces para recibir trozos de pescado de manos humanas. No es casual que el tiempo de vida se les reduzca a unos cinco años, mientras que en libertad un delfín vive de 25 a 30 años.
Las biólogas determinaron que los delfines cautivos mueren usualmente por enfermedades que causan infecciones o hemorragias, por desnutrición o por suicidio; sí: suicidio. Para dejarse morir, se niegan a comer el alimento que les dan o empiezan a lanzarse contra la piscina.
Hace poco menos de año, la apertura de un nuevo delfinario en Nuremberg, Alemania, desató una intensa polémica entre grupos ecologistas y quienes sostienen que la vida en un ambiente artificial más bien favorece a estos animales.
Estos últimos añaden que los delfines no solo divierten a los espectadores, sino que también ayudan a niños enfermos por medio de la llamada delfinoterapia. “Con estas sesiones, mejora notablemente la calidad de vida de gente con serios problemas de salud”, aseguran.