El discurso que le echan siempre es el mismo: un aficionado que se dice manudo o morado lo detiene en la calle para fotografiarse con él, luego le explica que quiere la imagen solo para enviársela a un amigo herediano, y en dos segundos ya está haciendo la mueca apropiada para el selfie .
–¿No será que simplemente se quiere tomar una foto conmigo?– le pregunta Patey.
–Bueno, legal sí, pero es que me da pena don David…
–¿Acaso nuestra amistad depende de los equipos con los que vayamos. ¡Por supuesto que no!– le dice a un completo desconocido quien para él ahora es un amigo, en una escena que se le presenta más de una vez al día... todos los días.
“Me hace mucha gracia que me piden más fotografías los liguistas y los saprissistas. Todos me ponen la misma excusa y a todos les digo que sí”, comenta el presidente del Club Sport Herediano, sentado en la oficina de su más reciente inversión : la distribuidora de vehículos Peugeot, Autos Xiri, ubicada en la misma provincia del equipo de sus amores.
Al igual que cuando compró el equipo rojiamarillo, ahora asumió el negocio automovilístico en un momento de auxilio, cuando los motores parecían estar a punto de dejar de ronronear. No en vano, a Patey le hicieron fama de ser un salvador. “Salvador solo hay uno, pero si yo pudiera escoger un título para la puerta de mi oficina sería: ‘David Patey: Solucionador de problemas’”, comenta antes de soltar una carcajada que todavía le suena a “ha ha ha” y no a un “jajaja”.
Sería mucho pedirle que no hable con acento anglosajón; más bien sorprende su teje y maneje del léxico de costarriqueñismos que ha ido aprendiendo entre tantas reuniones con ejecutivos, o gracias a las giras que ha realizado por innumerables barriadas en sus labores dentro de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, de la cual forma parte desde sus años mozos.
En la oncena de los Patey, David J. es el noveno. Nació en 1976 en Jerusalén, pero sus padres –canadienses– lo criaron en Utah, por lo que tiene la nacionalidad “gringa”.
Sus abuelos son ingleses, lo cual termina de explicar por qué don David no sabe responder de dónde se siente originario. “Soy un arroz con mango”, resume.
A Costa Rica llegó en el 2003 junto a su esposa, cuyo nombre prefiere mantener en el anonimato para ahorrarle el asedio de la prensa y la fanaticada que a él lo sigue en persona y en redes sociales. Y es que las redes son ese rincón virtual donde él ha encontrado un “bonito” asidero para interactuar con cuanto fan quiera escribirle. En Facebook, por ejemplo, tiene más de 48.000 seguidores.
De aquella primera aventura en estas tierras tropicales, Patey recuerda especialmente que salió fastidiado por las largas filas en los bancos y la impuntualidad de la que era víctima en cuanto compromiso adquiriera.
Durante las mañanas, aprendía a hablar español y en las tardes, su vida consistía en hacer compras por los pasillos de supermercados. Nunca le pasó por la cabeza que algún día haría inversiones en el mismo país que abandonó en el 2005.
Su segunda venida fue diferente. La congregación religiosa a la que pertenece le pidió que regresara a Costa Rica como obispo mormón, por lo que cambió de casete para disfrutar de su nueva casa. Los Patey vendieron sus activos en Estados Unidos y viajaron dispuestos a enamorarse de los plátanos maduros y a aprender a “capearse” los huecos en las calles. “Le pregunté a mi esposa ‘¿estamos aquí para adaptarnos a la cultura tica o vamos tratar de cambiarla a nuestro gusto?’”, recuerda.
Tres de sus cinco hijos nacieron acá. Él ya no ocupa el puesto de obispo pero ahora son otras raíces las que lo tienen aferrado a esta tierra y en especial a una gramilla natural en pleno Heredia.
Al rescate
La primera vez que el nombre David Patey se publicó en un medio nacional fue el 27 de octubre del 2012.
“La tranquilidad administrativa y financiera llegaría de nuevo al campeón nacional gracias a un empresario estadounidense (…) Reside en nuestro país, y es presidente de Costa Rica Consultans, una empresa inmobiliaria y de servicios financieros”, decía la nota del periódico Al Día , cuando la compra que haría el norteamericano apenas era un chisme en los pasillos del Rosabal Cordero.
Su llegada ya generaba ilusión antes de que él mismo tomara una decisión definitiva, pero hoy acepta que, de no haberse filtrado su nombre antes de tiempo, probablemente no hubiera invertido en un equipo que estaba a punto de tocar fondo y que se tambaleaba en las manos de un dueño más impopular que la varicela.
En el momento de la publicación, él recién le había dado $10.000 a Mario Sotela y al grupo RBC Radio Limitada, para analizar por un mes la compra del equipo. Si declinaba, perdía el billete y si no, se sentaría a negociar la transacción por el equipo rojiamarillo .
Antes de estampar su firma –dice– se encontró con una gran cantidad de demandas legales, laborales, liquidaciones no pagadas y reclamos por incumplimiento con patrocinios, deudas de tres meses de salarios... con razón era que, tras entrevistas y conversaciones informales, todos los consultados le decían que huyera lo más rápido posible de aquella oferta.
Sin embargo, en medio del panorama de pesadilla, se enamoró de la parte humana que rodeaba al equipo y se dejó llevar por los sentimientos. No sabía nada de fútbol, pero David J. Patey se aventuró a nadar en aguas desconocidas teniendo claro algo: “El fútbol no es rentable y el Herediano tampoco”.
Antes de convertirse en administrador del equipo, este estadounidense de frente amplia era bueno para conversar durante los 90 minutos completos de un partido. Por razones laborales o protocolarias, había ido unas 20 veces al estadio. Durante los juegos, mantenía la mirada puesta en su interlocutor y pedía que le avisaran cuando se avecinaba un tiro de esquina, ya que creía que era la única forma en la que podía ocurrir un gol.
Ahora, apenas un año después, la esposa de Patey ya sabe que durante un juego él está imposibilitado de ponerle atención, ya que se dedica a analizar jugadas y a seguir atento el recorrido de la pelota. Ahora sí que le gusta ese deporte.
Cuando del Team se trata, el presidente rojiamarillo lo ve jugar desde una silla plástica que mueve a su antojo por las graderías del estadio Rosabal Cordero. Desde ese asiento, confiesa ser un fanático más, mientras que sentado en la silla ejecutiva que ocupa en las sesiones de la junta directiva, plantea preguntas que le hacen en su fan page de Facebook, para así convertirse en el emisario de la afición herediana.
Aunque ya tiene mayor conocimiento sobre este deporte del que fuera neófito hace un año, jamás se ha atrevido a interferir en las decisiones futbolísticas dentro del camerino del equipo florense.
“Diego País era mi jugador favorito, fue quien más me inspiró cuando llegué acá, sentía que nos iba a hacer ganar cada partido. Pero cuando el cuerpo técnico me dijo que él tenía que irse , tuve que darle las gracias y estrecharle la mano para que saliera.
”Yo soy empresario y tomo las decisiones según lo que es lo mejor para todos. No tomo decisiones con mis hijos, con Facebook o por una relación de amistad. La amistad causa respeto a la hora de una contratación o un despido, pero las necesidades de la institución mandan”, comenta sin negar que los jugadores también son sus amigos.
Sus lazos de amistad también se han extendido entre quienes, se podría creer, son sus oponentes: los presidentes de los archirrivales del Herediano.“A Juan Carlos Rojas (Saprissa) y Raúl Pinto (LDA) les cuento que, cuando estoy muy agüevado, me meto a leer sus redes sociales si perdieron y así me levanto el ánimo de un solo tiro. Ellos se mueren de risa con eso, pero nos llevamos muy bien, tenemos los mismos desafíos, el reto de ser campeones, a veces roces y, por supuesto, un deseo de poder decirles “tome chichí”.
A diciembre del 2013, Patey afirma que la situación del Herediano está estable en lo económico y lo deportivo. Es un equipo donde –lo tiene claro– los resultados futbolísticos son la prioridad número uno , de la mano del técnico Marvin Solano y el plantel rojiamarillo .
Según él, su administración ya pasó la parte más difícil de su misión rojiamarilla y las bases ya están plantadas, aunque a la vez espera quedarse en la provincia de las flores por un buen tiempo más.
En la calle lo aplauden. En el Facebook también. Aunque él rechace el apelativo de “salvador”, la afición sigue viendo en su rostro el recuerdo de un rescate, aunque él insiste en que, con la situación en la que estaba el Team , cualquier persona en su lugar habría sido recibida con tanta algarabía. “Yo solo estuve en un lugar y en un momento muy particular. Por un momento, pensé que la situación del equipo no podía resolverse, pero a la vez me di cuenta de que siempre había sido herediano y nunca me había dado cuenta”.