Se habla poco de ese pasado de corto plazo en el que las editoriales imponían contratos fraudulentos, arruinaban a los escritores. Los derechos de una obra se cedían de manera vitalicia y el autor quedaba sujeto a pagos miserables, sin derecho a cambiar su condición.
Aunque los porcentajes de las grandes editoriales siguen siendo sujeto de revisión, lo que sí se debe reconocer en Iberoamérica es que fue un nombre el que erradicó esta desigualdad: Carmen Balcells, la agente literaria más importante del mundo de habla hispana.
No creo que Carmen quisiera dejar lecciones, ni pienso que las biografías tengan que ser didactizantes, pero su trabajo es de cátedra. Sin más, por ella se decretó la década del 60 al 70 como la explosión de una literatura que se debía leer, porque con ella se iban a transformar realidades. Lo hizo. De pronto Latinoamérica se traducía por todo el Globo, contaminando de realismo mágico y sincretismo incomprensible cientos de idiomas.
Aunque nunca le gustó que se usara boom para describir el fenómeno histórico, y prefiriera usar revolución, esta catalana radioactiva detonó esa primera bomba.
De Carmen se sabe poco. Casi nada. Esa mente que combustionó la literatura de la segunda mitad del siglo XX no permitía ninguna porosidad. Lo que sí se sabe es que después de fundar la Agencia Literaria Carmen Balcells, una de las empresas editoriales más grandes del mundo, y la agencia RBA, con un patrimonio colosal, en el 2000 se extendió su propio retiro para volver a su vida pastoril en Lérida, donde nació.
Su crianza en el campo fue aderezada por un padre austero en formación académica, y una madre refinada que la envió a Barcelona con una instrucción fundamental: "estudiá peritaje mercantil". El retiro de Carmen fue interrumpido por los cambios que sufría su agencia, y en el 2008 volvió a Barcelona a trabajar a tiempo completo, hasta el último momento de su vida, con proyectos, como "venta de cuentos para celular" y otras innovaciones que entusiasmaban su cerebro joven.
Con Carmen Balcells se ahoga la esperanza de conocer los secretos más suculentos de la literatura iberoamericana de muchas décadas.
Muere la Mamá Grande, como le decían por su relación entrañable con García Márquez. Quedan sumidas en el silencio cientos de confesiones; Carmen siempre aludía a que a ella la quisieron más por lo que callaba que por lo que decía.
Balcells sí reveló algunos secretos históricos. Decía conocer el proceso de lobby para obtener un Nobel: visitas oficiales de un presidente, una implicación de un país, indiferentemente a la receta completa; sí que sabía cómo conseguirlo todo. Aunque para ella, su orgullo mayor era su olfato, porque pensaba que había sabido sacar provecho de tantos genios, cuando en realidad, el brillo mayor era el de su propia mente.
Por ella hablan sus clientes: seis nobeles de literatura y más de 300 escritores. Algunos de ellos, porque la curiosidad mata: Camilo José Cela, Miguel Ángel Asturias, Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Julio Cortázar, Juan Marsé, Juan Goytisolo, Isabel Allende, Rosa Montero, Roberto Bolaño, Juan Carlos Onetti, Alfredo Bryce Echenique, Álvaro Mutis, Carlos Fuentes, Guillermo Cabrera Infante y muchos otros nombres igual de destacados y maravillosos, aunque ninguno como ella.
Grande la Balcells, destacaba dos atributos que reconocía a la distancia: el mal carácter y el entusiasmo.
Afligida por la muerte de Gabo, dijo: "con un genio tu puedes montar un partido político, una religión o una revolución, y yo opté por una revolución. Y gracias a García Márquez yo hice una revolución editorial". Esperaba que la herencia del colombiano provoque un resurgimiento de la narrativa, para ella: "solo la literatura puede salvar la humanidad".
Juan Marsé, escritor español y uno de sus clientes (como llamaba a sus autores), al dar su discurso por el premio Miguel de Cervantes en el 2008 –torsiendo una ocurrencia de Groucho Marx–, le dijo: "Querida Carmen, me has dado tantas alegrías, que les tengo ordenado cuando me muera, que me incineren y te den el 10% de mis cenizas".
No sé si ustedes se preguntan esto, yo sí: Y después de Carmen, ¿qué?
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