En un último intento por salvar su pellejo, sacó una cédula y aseguró ser el ciudadano Carlos Emilio Cardona Marín. El prófugo y sus dos acompañantes casi pisaban tierra colombiana cuando las autoridades de ese país interceptaron su lancha cerca de las costas choacanas, en el Pacífico.
Tiempo atrás, el mismo fortachón de cachetes abultados y tez blanca viajaba por toda Centroamérica simulando ser el nicaraguense Fernando Treminio Díaz.
Pero el verdadero nombre de este protagonista es Alejandro José Jiménez González. Le dicen el
El crimen del cantautor –el 9 de julio del 2011, en Guatemala– le mereció el repudio y la persecución internacional.
El domingo en la madrugada, en el mar de Colombia, un acento mal fingido y algo de malicia policial, pusieron fin a la búsqueda que ya sumaba alrededor de ocho meses.
La justicia tica también le achaca ser el líder de una banda familiar dedicada al lavado de dinero. Pero esa cuenta pasó a lista de espera.
Y es que, solo dos días después de su captura, el
Sin asomo de agobio ante la marea de periodistas, el preso más bien sonreía: “Soy inocente y nos vamos a defender”.
El VERDULERO
Quienes recuerdan al Alejandro de diez años atrás, coinciden en la imagen de un vendedor de frutas y verduras en Canoas de Alajuela.
Ahí nació un 27 de marzo y vivió la mayor parte de su vida. Le llamaban
Algunos lo rememoran como un chavalo normal, bastante menos grandulón, y que disfrutaba jugando básquet cuando estudiaba en el colegio Claretiano, en Mercedes Norte de Heredia.
En cambio, su abogado, Francisco Campos, asegura que nunca fue verdulero. “Él empezó a estudiar topografía. Eso de las frutas y las verduras es parte de lo que han armado contra él”, aseguró el día en que su protegido cayó preso.
Lo cierto es que, con los años, el andar del supuesto verdulero se volvió suntuoso, y su cara empezó ser reconocida por las autoridades.
Desde el 2002 y en los siete años que siguieron, Jiménez tuvo, al menos, cuatro encuentros con la Fiscalía por fraude con tarjetas, pero esas causas nunca llegaron a juicio.
En el 2009 –cuando ya se había casado dos veces y era padre de dos niñas– dio las primeras señas de manejar un fructífero negocio: creó alrededor de 29 sociedades anónimas, compró propiedades y vehículos, y llegó a adquirir un bar y una venta de repuestos.
Cuando sus inversiones alcanzaron los ¢1.000 millones, el Ministerio Público fijó nuevamente los ojos sobre él.
Las investigaciones revelaron que se trataba de un próspero negocio familiar de lavado de dinero, en el que participaban su segunda esposa, de apellidos Pérez Sánchez, y sus padres, de apellidos Jiménez Solano y González Vega. Los tres se escabulleron hace meses del radar de la Policía.
Para mover el capital, Jiménez recurría a sus falsas identidades y viajaba él mismo hacia países centroamericanos haciéndose pasar por el nicaraguense Treminio. Logró introducir grandes cantidades de dinero a Costa Rica que enviaba a naciones como Guatemala y Panamá.
Durante tres años, realizó al menos 25 salidas del país utilizando su nombre real, según el registro migratorio. Otras 49 que hizo en ese mismo lapso, quedaron inscritas con su identidad nicaraguense.
El 9 de agosto del 2011 , un mes exacto después del crimen del trovador, el Organismo de Investigación Judicial (OIJ) y la Fiscalía allanaron la mansión de Jiménez en Alajuela y otras propiedades de su familia.
La acción tardía no dio buenos resultados. La pista del líder ya se había esfumado. Su última huella quedó en el aeropuerto Juan Santamaría en junio de ese año.
SERPIENTE DELATORA
Del posible autor intelectual del atentado en el que pereció Cabral se tenía un indicio: una enorme serpiente que reposaba grabada en su brazo derecho.
Ese tatuaje y sus huellas dactilares, confirmaron el día después de su captura, que se trataba del
No está claro el origen de su apodo. Campos, su abogado, culpa al empresario nica Henry Fariñas. “Eso es parte de nuestra defensa, porque el caso empezó como el de
Viendo la lividez de su rostro, no es difícil encajarle el sobrenombre al personaje.
CARO ERROR
Precisamente, fue Fariñas quien apuntó su dedo acusador sobre Jiménez cuando murió el trovador. El nicaraguense declaró que existía un conflicto entre ellos por la venta de un club nocturno en Costa Rica.
Según la Fiscalía, el
Jiménez se convirtió entonces en el blanco de una cacería en 190 países, la cual terminó el domingo en una lancha.
La investigación apunta a que un grupo narco pagó $50.000 para trasladarlo desde Panamá hasta ese país.
Si las sospechas terminan siendo verdaderas, podría entenderse que aquel sencillo verdulero de Alajuela había entrado de lleno a las grandes ligas del narcotráfico internacional. Lo anterior, porque sería altamente probable que fuera una pieza clave del temido cartel de Sinaloa, en México.