Charlotte Robert comienza su discurso. “Estoy aquí porque hace 13 años que me enamoré de una flor en Costa Rica”. Le habla a un grupo de mujeres que la escuchan en la maison francesa de Chanel. La sede de la marca está ubicada en París y la reunión congrega a un grupo de mujeres que trabajan en cosméticos de altísima calidad.
Charlotte lleva una muestra del perfume que ha estado elaborando desde hace varios años. Una botellita de vidrio única en el mundo, que huele a flor de café costarricense.
Ya hace tiempo que se enamoró de aquella fragancia, pero ella recuerda los detalles exactos de una historia que comenzó con los cafetos en flor de finales de febrero.
Corría 1999 y Charlotte tenía 56 años. Ella, francesa de nacimiento, había decidido aprender español después de que a su hija le ofrecieron un trabajo en El Salvador como electricista.
Charlotte trabajaba con el Ministerio de Economía en Francia y su trabajo le permitió tomarse unos meses para trasladarse a aprender el idioma. Se instaló con una familia en Curridabat y, de lunes a viernes, caminaba una hora para llegar a Los Yoses, donde estaba la escuela de español donde se había matriculado.
En una de esas caminatas, se topó con el manto blanco que cubre los cafetales en flor en aquella época del año.
Aquel olor le cambió la vida y Charlotte comenzó a hacerse promesas de que se compraría un perfume con aquel espléndido aroma. Su profesor de Español le explicaría, un par de minutos después, que la fragancia provenía de las matas de café floreadas, cubiertas todas de una florecilla blanca que parecía un jazmín.
Charlotte buscó la fragancia en todas las tiendas de productos nacionales, pero después de mucho buscar, se enteró de que en el país no se vendían ese tipo de perfumes.
Le escribió entonces a una amiga perfumista, Sabine de Tscharner, quien desde Nueva York ha servido como nariz para grandes empresas que fabrican fragancias para el mundo. Ella conocía el mercado internacional y podría decirle adónde encontrar el olor de aquella flor.
La respuesta a su correo, sin embargo, fue inesperada. Aquel perfume con el que soñaba Charlotte no existía.
Desde el momento en que lo supo, el asunto se convirtió en su obsesión. Investigó, se informó y finalmente se propuso a sí misma arrancarle a la flor de café aquella fragancia de la que se había enamorado.
La experiencia de su amiga, la perfumista de Nueva York, fue una aliada indispensable. Ella la guió paso a paso sobre cómo hacer un perfume, la puso en contacto con ingenieros químicos y, una vez que estaba todo listo, le ayudó a perfeccionar la fórmula.
Plantaciones de café
Comenzó entonces la búsqueda de una finca cafetalera que les vendiera las flores de café, bajo el riesgo de que arrancarle a la mata floreada una parte, pudiera afectar la producción.
“Muchos agrónomos me dijeron que eso era imposible, que no se podía hacer, que si arrancaba las flores, la mata del café no daría fruto. Solamente uno de ellos me dijo que no había problema y con esa esperanza en mente lo seguimos intentando”, cuenta.
El riesgo lo tomó don Otto Cloti, un señor dueño de varias manzanas de cafetal en Tuetal de Alajuela.
Charlotte llegó a él gracias al Instituto del Café de Costa Rica, entidad a la que le encantó la idea expuesta por ella.
Fue en una finca llamada La Arcelia donde don Otto accedió a realizar las pruebas necesarias.
Diez años más tarde, en aquella misma finca, 30 mujeres de la zona siguen recogiendo en canastas de plástico los kilos de diminutas flores blancas.
En el mismo cafetal, a finales de febrero, se instala un laboratorio que se arma y se desarma todos los años. Esto se hace porque idealmente no debe pasar más de media hora desde que las flores se cortan hasta que entran en contacto con el disolvente que les robará el aroma.
Un par de semanas después, las botellitas serán empacadas y etiquetadas, todo por manos costarricenses. Incluso el diseño gráfico de la marca fue hecho por locales. El perfume entero es producto nacional.
El país ideal
Charlotte recorrió Latinoamérica para enterarse de que Costa Rica era el mejor lugar para producir su perfume. Los costos de empaque y de etiquetado son más bajos aquí y la cercanía entre laboratorios y cafetales es ideal.
Cuenta que el proceso de prueba y error lo financió de su dinero. “No se puede ir a vender algo sin estar segura de que es bueno”, dice.
Cuando ya tenía el producto listo, tocó varias puertas en busca de inversionistas para continuar con la producción. En un grupo llamado Link Inversiones, convenció a varios empresarios –la mayoría costarricenses– de que aportaron un capital de $200.000 para la elaboración del perfume.
Antes de acceder, cada inversionista revisó el negocio entero con lupa. Cada uno se aseguró de que fuera una inversión saludable. Pasada la inspección, comenzaron a trabajar con el soporte económico cubierto.
Toda la producción le cuesta entre $12.000 y $15.000 anuales, y con este dinero logra colocar en el mercado unas 5.000 unidades de perfumes y de cremas con aroma costarricense.
Su sueño se hizo realidad y tiene final feliz, porque cuenta Charlotte Robert que en Alemania, Italia, Suiza, Holanda y Francia, las mujeres están encantadas con la fragancia.