Era el año 2000 y el canal era MTV. Solo esas nueve palabras deberían bastar para describir una época bastante memorable. Una cuya historia comienza así: los niños no lo sabrán, pero hubo un tiempo en que veíamos MTV para ver videos musicales.
No solo hacíamos eso. MTV era nuestro medio para aprender de música, de los artistas, de sus vidas. Gracias al canal, sabíamos cuáles cantantes nos caían bien y cuáles mal. En tiempos previos a las redes sociales, no podíamos saber cuáles artistas se llevaban bien con otros; no aparecían en las fotos de Instagram de sus parejas ni se mencionaban en Twitter.
Así, debíamos confiar en la historia que nos daban de comer MTV y los demás medios para entender y acercarnos a nuestros artistas musicales favoritos. Confiábamos a ciegas, y por lo mismo estábamos indefensos ante los intereses de la industria, si es que teníamos conciencia de ellos.
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Llamémosla La gran batalla del 2000. Dos años antes, los Backstreet Boys (BSB) habían lanzado al mercado su segundo disco internacional, que los había catapultado al estrellato galáctico. Ya no eran solamente la banda joven y novedosa que probaron ser en su debut, en 1995 –sí, esta historia comenzó hace 22 años, y eso que siente en sus hombros ahora es el peso de la edad–; ahora eran un fenómeno absoluto en todos los rincones de este lado del mundo. Sus números de ventas eran estratosféricos, estaban en todas partes, eran los reyes de la radio y la televisión musical.
Así que, tras dos años de espera, la expectativa sobre su siguiente álbum era monumental. MTV no paraba de tentarnos con lo que venía de la banda de pop más grande del mundo. La espera se hacía difícil de tolerar. Cuando finalmente el 18 de mayo de 1999 Millenium debutó con su sencillo de punta, I Want it That Way, los Backstreet Boys rompieron sus propios límites de popularidad. Eran, como lo cantaba el segundo sencillo del disco, larger than life.
Entonces, en enero del año siguiente, estalló la batalla: NSYNC se negó a hincar la rodilla y se atrevió a cuestionar la dominación de los Backstreet Boys. El sencillo Bye, Bye, Bye tomó al pueblo por asalto y rápidamente se convirtió en la mayor amenaza que los BSB habían enfrentado en sus carreras.
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Casi al mismo tiempo, apareció otro frente en la Gran batalla del 2000.
Entre las fechas de lanzamiento de los discos ...Baby One More Time , de Britney Spears, y el debut homónimo de Christina Aguilera solo pasaron 234 días, entre enero y agosto de 1999. La historia era perfecta: las dos habían sido compañeras en el Mickey Mouse Club durante su niñez; ahora, eran las llamadas a competir por el trono de Madonna como reina del pop. Eran, en efecto, las princesas del pop.
Pero solo podía haber una legítima heredera. Entonces se formaron nuevos bandos y nuevas afinidades. Una muestra: Britney era novia de Justin Timberlake, el líder evidente de NSYNC, por ejemplo. Se crearon alianzas.
Backstreet Boys. NSYNC. Britney Spears. Christina Aguilera.
Era el juego de tronos del pop.
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Aquí es cuando el papel de MTV se hizo rotundo en la gran guerra: nos dividieron en bandos, nos hicieron enfrentarnos. Teníamos que escoger entre ser partidario de un equipo o del otro. ¿Quién ganaría el duelo entre grupos de muchachos blancos estadounidenses bailando y cantando? ¿Quién sería la única y verdadera sucesora de Madonna?
Era la guerra del 2000. El Y2POP.
Lo que no sabíamos es que, aún antes de que diera comienzo la Gran batalla del 2000 , ya la guerra estaba perdida. NSYNC nunca tuvo oportunidad. Los Backstreet Boys habían ganado el duelo por ser la banda más memorable de su época desde 1998.
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Es una noche de tormenta eléctrica. El manto negro de la noche se ilumina con los destellos de los relámpagos. Los truenos rugen en la lejanía. De pronto dos puertas de madera, que más parecen de una atracción de Disneyworld que de una mansión, se abren y aparecen seis figuras masculinas.
Cinco estrellas del pop se quejan con su chofer negro porque el bus de la gira se averió y los muchachos tendrán que pasar la noche en lo que a todas luces parece una mansión embrujada. La escena salta a la habitación de Brian, quien revisa el cuarto con desagrado. Más tarde, en medio de truenos y relámpagos, Brian despierta agitado solo para encontrar una pata de lobo en su cama. Su grito de terror se escucha en toda la mansión.
Lo que sigue son seis minutos de una obra maestra del pop de finales de los noventas; más aún, bien puede que sea la mayor obra maestra del pop de los noventas.
Everybody ganó la guerra antes de que se disparara un solo proyectil, solo que no lo sabíamos entonces. El tiempo lo confirmó. No hay aporte cultural de la época más relevante que el video en el que los Backstreet Boys se transforman en monstruos de distintos relatos de terror y bailan en una gran mansión embrujada.
La canción es uno de esos himnos atemporales, de los que se reconocen al instante, como si uno los llevara en la sangre y no en la memoria; de los que podemos cantar al instante sin importar cuánto tiempo tengamos sin escuchar la canción.
El video, eso sí, marcó la mayor diferencia; hizo que la definición de fenómeno comercial tuviera que ser reescrita. Ver a Brian como hombre lobo, a Nick como momia, a Howie como vampiro, a Kevin como el papel doble de Dr. Jekyll y Míster Hyde –la novela corta de Robert Louis Stevenson–, y A. J. como el fantasma de la ópera nos dio algo invaluable: nos dio un recuerdo a futuro. Cuando pensemos en el pop de finales de los noventa pensaremos en este video.
Everybody es el Thriller de una generación.
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De acuerdo, lo anterior es discutible. Puede que haya gente ahí afuera que considere que NSYNC ganó; después de todo, Justin Timberlake es, quizás, el sobreviviente más exitoso de la época. Podría discutirse que la rivalidad entre Spears y Aguilera fue más decisiva para la época. Se podría argumentar que la explosión de las Spice Girls tuvo un mayor impacto. Se podría considerar a otros artistas en la conversación. El punto, después de todo, no es quién ganó, porque ganamos todos.
Ninguno de los cuatro grandes vendió menos de 50 millones de discos; minimizar el impacto cultural por desestimar la popularidad sería un yerro esnobista: el arte solo necesita afectar a una persona para ser importante; pero debe importarle a muchas para ser relevante. Tampoco se trata de medir solo con la vara del apego afectivo y emocional a la época, que nos hace volver a cosas del pasado por mera nostalgia.
La era de las boy bands y princesas pop no sobrevivió siquiera diez años. Para el 2005, cuando se cumplía una década del debut de los Backstreet Boys, las bandas se habían separado y las princesas ya mostraban una imagen de mujeres maduras y sugestivas –o explícitas–. La industria evolucionaría y encontraría otros rostros y otras voces que fueran su punta de lanza. Su dominio planetario fue fugaz.
Pero también fue memorable.
Fueron años intensos. La música pop que acompañó la transición entre siglos estaba sujeta a un aluvión de críticas; desde las válidas –“solo tres muchachos cantan, los otros dos solo están de relleno”– hasta las estúpidas –“eso es música de playos”–. Todos siguieron con sus carreras. A pocos les fue mejor que a la mayoría.
Quizás por eso ha tomado tiempo que esta oleada de artistas sea reconocida como representante de un período de supremo valor. No visto solo a través de los ojos de la nostalgia, sino de la relevancia cultural más allá del pop: relevancia cultural y punto.