Muchas cosas tiene que agradecerle Costa Rica a Irwin Hoffman. Entre las más importantes está la de haber dotado a nuestra Orquesta Sinfónica Nacional de un vasto repertorio, que incluye no solamente la música que conforma el inventario estándar de una orquesta profesional, sino además otras obras de gran calidad que por una u otra razón no se programan con la frecuencia que merecen.
A este grupo, sin duda, pertenece la espléndida Sinfonía en si bemol mayor de Ernest Chausson, partitura de la cual el maestro nos ofreció el viernes pasado una versión balanceada y transparente, no exenta de brillo y emotividad.
La técnica de Hoffman es notable por los resultados que consigue con muy pocos recursos gestuales, que siempre logran que la orquesta suene de maravilla. No necesita bailar en el podio para obtener un sonido intenso y homogéneo de las secciones de cuerda, ni poner los ojos en blanco para que cada solista dé lo mejor de sí mismo; pero lo que más me atrajo de su interpretación de la sinfonía de Chausson es la magnífica concepción general de la partitura, en la que cada elemento está en función de la obra en su totalidad.
Texturas, colores, fraseos, desarrollos y contrastes formales moldearon un tejido de tanta belleza y equilibrio sonoro que por primera vez en años no hizo tanta falta la concha acústica del Teatro, la cual ahora más que nunca, después del descabezamiento del Ministerio de Cultura, se encuentra en el “cuerno de un venado”.
Con toda probabilidad el dinero que hubiera podido utilizarse en la compra de ese aditamento acústico indispensable se usará para calmar multitudes enfurecidas o resarcir a los damnificados del FIA.
Obras para violonchelo solo. No le encontré sentido a la inclusión en el programa de la Canción del trovador de Glazunov, que no hizo más que alargar la velada y restarle peso al estreno mundial del concierto para violonchelo del costarricense Carlos Escalante.
Además, por culpa de un fraseo excesivamente fragmentado y limitaciones de sonido, la interpretación no alcanzó ni de lejos el pathos de la melodía rusa, intensa y sostenida como ninguna otra.
En cambio, disfruté mucho de la atmósfera onírica –casi de novela negra– del primer movimiento del concierto de Escalante, a través de la cual se escuchan lejanos y fragmentados ritmos y colores propios de la música popular, en una representación veraz de la pavorosa decadencia que sufre en la actualidad la ciudad de San José.
Lo mejor de los movimientos restantes fueron los solos y cadencias, que combinan con acierto efectos virtuosos del violonchelo con elementos del jazz y el rock , y en los que el solista lució seguridad técnica y bello sonido; sin embargo, en no pocas ocasiones, no logró imponer su presencia sonora frente al aparato orquestal propuesto por el compositor.
Luego de un estreno exitoso, la pieza tal vez podría revisarse en lo concerniente a la orquestación y coherencia formal del material del segundo y tercer movimientos.
Para finalizar el programa, el director ofreció una exégesis impecable de La gran pascua rusa de Rimsky-Korsakov, uno de sus crowd pleasers más exitoso.
En conclusión: un concierto de gran calidad que demuestra que la Sinfónica Nacional es una orquesta de alto nivel cuando tiene al frente un buen director.
¿Habrá tomado en cuenta don Luis Guillermo Solís, a la hora de instalar la guillotina en el paseo de los Damas, que el Ministerio de Cultura es mucho más que tan solo el Festival de las Artes?