Literalmente con la música de tarros, transformados en instrumentos de percusión, fue como la Gran Comparsa Tarrera de Pejibaye y Turrialba, alegró las calles de la campiña turrialbeña, e invitó a los pobladores a zangolotear los cuerpos con sus ritmos.
Cuando a las 6:15 p. m., muy cerca del teatro Municipal, apareció un camión con un pequeño grupo de músicos dentro de su cajón, muchos se preguntaron dónde estaba la gran comparsa prometida.
Además, verlos armados principalmente con estañones de lata y cartón, con botellas de vidrio colgando de una estructura de metal y con bidones, generó dudas de que ellos solos pudieran alegrar las calles de Turrialba.
Pero fue suficiente escucharlos unos segundos durante su primera interpretación, para estar convencidos que esos cuatro gatos -como los llamaron un grupo de jóvenes- eran capaces de crear una gran fiesta musical.
Conforme avanzaron, a paso lento, las calles se paralizaron, porque todos querían verlos. De los comercios salían clientes y dependientes, las aceras estaban llenas de curiosos y detrás del camión, un séquito que no perdía detalle.
Los minutos transcurrían, y la Tarrera demostraba que con igual y contagioso sabor interpretaban cumbias, samba o soca.
Incansable. Pero junto a la gran comparsa también llegó Pitty, un bailarín turrialbeño con el ritmo corriendo por sus venas.
Él solito era un espectáculo y por igual bailaba breakdance, hacía el robot o el moonwalker que popularizó Michael Jackson, y todo a ritmo de cumbia o samba.