Es un mantra, una ley de vida: lo que sucede en Palmares, se queda en Palmares. Es una filosofía, una religión: hay que ir a Palmares.
Ayer, decenas de miles de personas asistieron al cantón alajuelense para despedir la edición 2015 de las tradicionales fiestas.
Seducido por el cartel del concierto internacional organizado por Imperial, el público se movilizó en masa desde temprano con fidelidad cristiana hasta la tierra donde, durante dos semanas al año, reinan el alcohol y la rumba, y de la inhibición no se ven ni las pestañas.
Fiesta y sol. Todavía no había pasado la primera banda de la jornada —los costarricenses de Sonámbulo— cuando los devotos a la fe palmareña ya se amontonaban frente a la enorme tarima que la Cervecería Costa Rica montó en la explanada del campo ferial.
Allí, los fieles bailaban, sudaban, reían, cantaban, bebían, ligaban. En la multitud, todos los verbos son un solo sustantivo: Palmares.
Al tiempo que la tarde calentaba, también lo hicieron los ánimos. Hubo varios conatos de pelea que fueron suprimidos al vuelo. Dicen que el amor es más fuerte que el odio, y en Palmares aquello es ley de vida: los intentos de trifulca fueron mínimos, pero las demostraciones públicas de afecto se hacían evidentes en cada rincón de la feria, estandarte de que Palmares, en efecto, es un publo para hacer amigos (aunque solo duren un rato).
Concluido el concierto, cuando el sol comenzaba a ocultarse, los fieles trasladaron la fiesta de la zona de conciertos a los bares y toldos, amparados en la fe de que lo pasa en Palmares, se queda en Palmares.