Pintar con notas. La música debería de ser imágenes coloridas. De los cuatro evangelistas del grunge, Chris Cornell fue el más bello, pero el más triste.
De aquella tetralogía solo sobrevive Eddie Vedder. El miércoles 17 de mayo Chris hincó la rodilla, en la guerra diaria de la vida. Ese día se unió a Kurt Cobain – Nirvana– y a Layne Staley –Alice in Chains–.
Era un fulano de buen ver; sensible sin pendejadas; unos los adoraban y otros lo detestaban porque en su venerable carrera pasó por todos los círculos del infierno: de Soundgarden emigró a Audioslave, en solitario lanzó discos de trovador y estuvo a las órdenes del productor de pop Timbaland.
Cuando parecía que superó su adicción al alcohol y a los fármacos, el autor de Black Hole Sun –con 52 años– decidió guindarse del cuello en un baño de hotel. Los nihilistas, como su fundador Nietzche, siempre terminan atrapados en su propio manicomio.
Las tragedias son pan cotidiano en ese gremio artístico. En 1990, el mesías de Seattle y vocalista de Mother Love Bone, Andrew Wood murió por un bazucaso de heroína; le siguió Cobain, que se descerrajó un escopetazo en la cabeza en 1994 y Jeff Buckley, que se ahogó en el río Wolf en Tennessee.
Ni su viuda, Vicky, fue capaz de entender por qué Chris buscó la salida fácil y se ahorcó en el baño de un hotel en Detroit. Al rato se excedió en la dosis diaria de Ativan, uno de los nombres comerciales del lorazepam, recomendado para manejar el trastorno de ansiedad, pero con particulares efectos secundarios.
“Cuando hablamos después del concierto noté que balbuceaba. Estaba diferente. Me dijo que tal vez se había tomado un Ativan o dos de más”. El cantante tenía tres hijos y los amaba.
La megaestrella disfrutó el Día de la Madre con su familia; hizo planes para unas vacaciones a fines de mayo y se marchó a Detroit. Durante el espectáculo el cronista de USA Today notó que “algo iba mal”, porque el vocalista olvidaba las letras y estaba como enclenque, sin ánimo. People lo describió “como si su cuerpo se hubiera vaciado de energía”.
Siempre conservó su voz, pese a su adicción a los calmantes, si bien esta cambió con el correr del tiempo. En una entrevista reconoció que echaba de menos cierto carácter crujiente y falta de fluidez entre notas. “De joven es más fácil cantar, cuando envejeces las cuerdas vocales se hacen más gruesas. No creo, como oyente, que me guste más una voz joven”.
Carecía de las nostalgias de la juventud, creía en el mañana, miraba hacia el horizonte, sintiéndose afortunado porque pasó sin quemarse por donde asustan; fue un pionero de un género musical que la industria cultural transformó en mercancía y lo volvió el cadáver más rico del cementerio.
Rara avis. Solitario y agorafóbico; en la adolescencia sufrió un severo cuadro depresivo y durante un año pasó encerrado en la casa. En ese lapso se dedicó a tocar la batería y la guitarra. Abandonó el colegio y buscó trabajo como ayudante de cocina.
El divorcio de sus padres, Ed Boyle –un farmacéutico– y Karen Cornel –contadora– lo devastó y se volvió una persona ensimismada.
Los infaltables arúspices vieron una premonición mesiánica en Chris, solo porque nació en Seattle, la cuna del grunge, el 20 de julio de 1964.
A los siete años se identificó con la música de The Beatles y comenzó clases de piano. El rock le ayudó a sobrellevar la ansiedad y mejoró sus relaciones personales.
Con los ahorros de su primer empleo compró una batería y practicó con algunos grupos juveniles; en uno de ellos conoció al bajista Hiro Yamamoto y al guitarrista Kim Thayil, con los que hizo yunta y fundaron –en 1984– la banda Soundgarden.
“A los 18 años, cuando era un puto batería que no se comía una rosca, pensaba que algún día llegaría ese grupo perfecto al que me amoldaría y con el que dominaría el planeta. A los 19 ya había perdido toda la esperanza de que eso sucediera por arte de magia, si no me creaba mi propia banda: eso es lo que fue Soundgarden”, explicó el vocalista.
Su privilegiada voz y carisma escénico captaron el interés de los agentes disqueros, que pronto lo contrataron y lo endiosaron. Joven y millonario buscó de nuevo la soledad en las drogas y el alcohol.
Los mercachifles de la música borraron a las bandas experimentales de Seattle, porque no encajaban en las etiquetas inventadas por la industria discográfica.
Eso le dolió y sentenció en la revista Rolling Stone: “Es como si alguien hubiera entrado en tu ciudad con bulldozers y compresores de agua y minado su propia montaña perfecta y excavado y arrojado lo que no quería y tiró el resto para que se pudriera”.
Aparte de engordar su cuenta bancaria Soundgarden le heredó la adicción al alcohol: “en los 80 y 90 bebía un montón y lo que recuerdo más allá de beber es una resaca que no me dejaba ser feliz. Esto se convirtió en un obstáculo para ser creativo”.
Nunca se aferró a nada. Disolvió a la pandilla musical y siguió con sus proyectos personales; entró y salió de la senda del éxito y siempre estuvo vigente hasta por fruslerías como cortarse el cabello.
Chris Cornell fue pura sensibilidad. Desde niño luchó contra la depresión y el aislamiento; la ansiedad y el insomnio lo consumieron y nunca supo si cayó en la adicción porque era infeliz, o más bien infeliz porque era adicto.
Crudeza y melodía. La angustia, la alienación, las preocupaciones y el deseo de libertad de una generación son los ingredientes del grunge, un subgénero del rock alternativo y un movimiento contracultural, surgido en Seattle -Estados Unidos- a inicios de los años 90. @ El grunge combina elementos del punk, hard rock y del indie y se caracteriza por la mezcla de crudeza y melodía, guitarras distorsionadas y voces enérgicas. @ Los profetas de este género fueron, además de Soundgarden: Nirvana, Pearl Jam, Alice in Chains y Stone Temple Pilots.