28-10-14 Jazz Café Escazú. Concierto con los argentinos Kevin Johansen & The Nada. Foto: LUIS NAVARRO (Luis Navarro)
Una mujer entró apurada al Jazz Café Escazú con sombrero, bufanda y gabardina. Podría suponerse que el tiempo que le tomó prepararse la hizo llegar tarde al show de Kevin Johansen y Ricardo Siri (Liniers). Cinco minutos después, colgó el abrigo en la cartera; a los 10, desapareció la bufanda y a los 15, poseída por la cumbia y brillando de sudor, se empezó a contonear a bordo de un road trip en el que Kevin condujo, los músicos pusieron las canciones y Liniers, con sus dibujos en vivo, los paisajes.
¿Adónde no se fue anoche? Los argentinos, grandes anfitriones, entregaron su carisma y talento para darle a los ticos un viaje agradable sin usar mayores recursos. La banda -incluyendo a Kevin- se limitó a cuatro músicos que, más Liniers, se convertía en un grupo de compas macanudos.
Durante el camino, que comenzó con una dulce bienvenida, con canciones como Amor finito y Baja a la Tierra, entraron y salieron otros protagonistas: los personajes de Siri. El famoso ilustrador, arriba del escenario, usó una cámara sobre una mesa de dibujo para proyectar en pantalla gigante el trabajo que hizo inspiradísimo en lo que la música narraba.
Entre canción y canción, Kevin le tiraba a Liniers, luego Liniers a Kevin: un pimpón de conchadas que reveló una amistad cómplice y un respeto bien ganado. “¿Cómo es la metáfora que tenés?”, le preguntó el dibujante a Kevin, a lo que él respondió: “Mi vida era un túnel sin salida”. “Buee, si es un túnel y no tiene salida, en realidad sería como una cueva”, remató Ricardo, con su cómica forma de ser, despeinándose la melena en forma compulsiva.
La química entre Johansen y el público costarricense también se dio con fluidez, tanto que hasta el mismo músico lo reconoció: “Nos han hecho sentir en casa, es que hasta hablan en vos, eso nos parece maravilloso”. A cada intervención, el público le respondió con cálidas ovaciones y los grupos de fanáticos, ubicados en cada esquina del Jazz Café, le gritaron el nombre de sus canciones favoritas.
Además del “vos”, los ticos y argentinos también sabemos hablar con el cuerpo, en cumbia. Así quedó demostrado cuando el recorrido pasó por canciones como En mi cabeza, Daisy, Cumbiera Intelectual y Guacamole. El escenario, de pronto, se sintió más cerca y el calor aumentó, pero ya daba igual...
También se pensó y se cantó con temas más rock y reflexivos como Mc Guevara’s o Che Donald’s, No seas insegura, S.O.S tan fashion, Everything is.. y Ni idea. Mientras la música recorría cada espacio, al frente, en la pantalla, Liniers soñaba despierto y nos mostraba lo que florecía en su cabeza.
Sonó No tiene nombre y aparecieron dos amantes que flotaban al abrazarse; en Modern Love, surgió David Bowie (autor de la canción) cantándole a un Robot; Homero Simpson y Ned Flanders se saludaron en Vecino y durante el tema más emotivo del repertorio, Hindue Blues, del papel nació una pareja de enamorados que no se atrevían a mirarse.
Lo sueños volaron, literalmente, porque Liniers convirtió sus coloridas creaciones en aviones de papel que lanzó hacia el público, feliz de la vida, como si de un juego de niños se tratara. Algunos aviones se rompieron durante el aterrizaje y otros, con más suerte, terminarán enmarcados, colgando sobre una pared.
El viaje terminó con Fin de fiesta, el festejo de las cumbieritas ticas invadiendo el escenario, el de los locos sin camisa bailando sobre los hombros de sus amigos, el de la niña a la que todo el Jazz Café le cantó cumpleaños al ritmo de charango, el de las historias de despecho de Kevin Johansen, el de Liniers bailando como gogo dancer a un costado de la tarima y, como dice la canción, el del “tan temido qué diran” de la fashionista que llegó retrasada.
Kevin prometió volver y, cuando su grupo se despidió del escenario y las luces se encendieron, algunos de los asistentes salieron hacia el parqueo cantando la frase con más coro del concierto: "qué lindo que es soñar, soñar no cuesta nada..."