Durante toda la tarde y la noche del sábado, alrededor del Estadio Nacional, en La Sabana, se escuchó el mismo cántico: un “ohh ohh ohh” que subía y bajaba, como el que cantan Vicentico, Los Fabulosos Cadillacs y todos sus fans cada vez que suena su clásico Yo no me sentaría en tu mesa .
Cuando eran las 8 p. m., y los argentinos aún no salían a escena, ese era el canto del Estadio Nacional. Faltaba el cierre del Coca-Cola Fest a cargo de los Cadillacs, en su sexta presentación en el país y la primera en siete años, desde que en el 2009 visitaron el Estadio Saprissa en su gira de reunión.
Aquel último encuentro con la banda fue dulce pero amargo; el concierto se atrasó y, aunque al final la banda dio lo que siempre da en vivo (energía inagotable traducida en canciones que son parte de todos), el espectáculo no se sumó a un historial estrepitoso de citas con el grupo que casi siempre terminan en conato de caos.
El sábado fue la excepción. El atraso inicial fue si acaso de diez minutos, y durante toda la jornada (cargada de actividades musicales y de entretenimiento a lo largo del estadio) imperó el orden. El alcohol se mantuvo fuera de los límites del recinto y más de 17.000 personas (según datos de la productora Flevent) disfrutaron dos horas de Cadillacs sin un lunar.
Vicentico no habló entre canciones durante los primeros 90 minutos, y no fue necesario: desde que la orquesta derock, reggae, ska y ritmos latinos se trajo el piso abajo con V Centenario (la primera canción) hasta el punto final de Matador (una de las últimas de la velada), las canciones dijeron lo que había que decir.
Nueva sangre. No son los mismos Fabulosos Cadillacs de siempre los que nos visitaron, pero la esencia fue la misma: esta es una banda que crea un ambiente que pocos pueden calcar, en donde distintas generaciones comparten al son de canciones que parece que aprendimos al nacer y que hasta cierto punto nos componen como latinoamericanos.
Algunas novedades en sus filas demostraron la necesidad de moverse hacia adelante: Astor Cianciarulo, hijo del bajista Sr. Flavio, y Florián Gutiérrez, hijo del cantante Vicentico, formaron parte del espectáculo, al igual que lo hicieron en el nuevo disco, La salvación de Solo y Juan, del cual ayer tocaron cuatro canciones.
Ástor toca segunda batería y bajo en algunas canciones, y Florián toca guitarra. En total, eran nueve músicos sobre el escenario, además del Dr. Alderete, un ilustrador que dibujó en vivo y se mostraba su trabajo en una pantalla grande.
Además de los Cadillacs, la noche tuvo la música de las bandas costarricenses Gandhi y La Milixia, únicas locales que tocaron en el escenario principal del estadio (las demás agrupaciones ticas se presentaron en tarimas secundarias).
Canción, ahora. Casi que todo lo que sonó esa noche fueron éxitos: desde Mi novia se cayó en un pozo ciego hastaVasos vacíos, pasando por El genio del dub, Las venas abiertas de América Latina, Malbicho y El Satánico Dr. Cadillac, entre otras.
“Muchas gracias por todo; ha sido muy especial”, dijo Vicentico después de Malbicho. Cuando ha venido en solitario, ha sido más entregado al público, pero cuando está con los Cadillacs, el cantante es el punk que era hace 30 años, cuando la banda lanzó su primer disco, sin saber que se convertiría en uno de los grupos más grandes de América Latina.
Pero, de nuevo: ¿para qué necesita decirnos algo Vicentico si su grupo lo dice todo con cuerdas, golpes, vientos y cantos? En una entrevista realizada en mayo por el periódico argentino La Nación, Vicentico dijo todo lo que necesitamos saber de su corazón.
Cuando le preguntaron que si los nuevos conciertos iban a tener más canciones viejas que nuevas, él dijo que no existe tal cosa como una canción vieja para los Cadillacs. “Podés decirles viejas todo lo que quieras, pero la canción la estás tocando ahora, y ahora estás transpirando y ahora el pibe te está mirando y está transpirando y vos también, entonces la canción es ahora y produce el efecto que produce ahora mismo”.
Exactamente eso es lo que Los Fabulosos Cadillacs transmiten. La canción es ahora. Ninguna de esas 23 canciones está muerta; todas se han mantenido tan unidas al imaginario popular que no se sienten como éxitos de ayer, sino solo como éxitos. Canciones de siempre. De ayer y de mañana. Canciones que cuando suenan en el baño y –mejor aún– que cuando los Cadillacs las están tocando para vos, son ahora.
Canciones como Yo no me sentaría en tu mesa, la última que nos regalaron anoche, la que cantaban todos los fans durante la tarde y la noche de ayer; la que salieron cantando cuando el concierto acabó. “Ohh, ohh, ohh”, para arriba y para abajo. “Ohh, ohh, ohh”, toda la noche y todo el día.